Las sillas vacías de la mesa,
las copas que no se chocarán,
el miedo, el insomnio que envejece,
la incertidumbre del mañana,
la ausencia que tanto pesa
y que intentamos sobrellevar.
Ese escalofrío que se siente,
que se niega a abandonarnos.
Estamos aquí, heridos pero estamos.
Somos aves con las alas cortadas.
Somos familias fragmentadas.
Somos las urnas y las rápidas despedidas.
Somos ese último abrazo que no se pudo dar.
Las sillas vacías de la mesa,
el temor de no saber qué nos deparará.
La añoranza del pasado nos visita
ocupando esas sillas sin usar.
El recuerdo de presencias,
risas, discusiones y demás
nos reafirma la riqueza de la libertad.
Hoy compartiremos el vino y el pan,
a lo lejos, con el alma estrujada,
luctuosa y tal vez muy rota,
pero estaremos.
Aguardaremos pacientes
que el momento de estrecharnos
por fin llegue.
Y será una unión que diga tanto,
que lleve tanto,
que se esperó demasiado.
Un abrazo, un beso, un “te quiero”,
por los que ya no pudieron,
por los que siguen luchando,
por los que se recuperan lento,
por los niños que resisten la soledad,
por ti, por mí,
por la tierra que un merecido respiro se dio...
Llegará, siempre llega.
Lo malo también acaba
y detrás queda el aprendizaje,
quedan las uniones fortalecidas,
queda el arte que se dio tiempo de crear,
queda la experiencia, las ansias,
el amor que perduró.
Sí, habrá sillas que no volverán a ocuparse,
que dolerán toda la vida,
pero después de este mal capítulo
regresaremos a estar juntos,
más unidos, más sabios, más conscientes,
¡más fuertes que nunca!