El camino se me hizo eterno y desesperante, quería encerrarme en mi habitación y llorar como una niña, no culpo a mi padre, ellos le tienen confianza a Manuel, y yo nunca les dije la razón por la que nos dejamos de hablar, tal parece que lo confundieron con algo romántico, si tan sólo supieran el asco que me da.
A pesar de que hace mucho tiempo mis padres dejaron de ser unos verdaderos padres conmigo, yo puedo asegurar que mi papá no haría algo así, él no, Manuel planeó todo bien, se aprovecho de la confianza de mi padre, primero me acorraló con esas fotos y luego esto. Puede que no me den tanta atención como antes pero reconozco que soy su niña mimada, claramente tienen su lado malo, como tomar decisiones a mis espaldas, pero eso no quita el amor que se tiene entre padre e hijo.
No me permito llorar, y empiezo a buscar mi atuendo para la cita con Hugo.
Elijo un vestido blanco, con las tiras finas, tomo unos tacos que van a juego y lo dejo sobre la cama, me quedo mirándolo por largo rato por si cambio de idea pero no lo hago. Sé que no aguantaré los tacones pero debo lucir bien ese vestido y con algo bajito no se verá tan bien.
Me alisto una hora antes, suelto mi melena sobre mis hombros y tomo mi pequeño bolso negro, le pido a mi chófer que me lleve, a éstas alturas poco me importa.
Bajo del auto y me encuentro con él inmediatamente, se ve que me estaba esperando, le sonrío abiertamente, me despido del chófer y avanzo hacia él quien está parado en la entrada del restaurante, viste normal, una camisa azul marina con un saco negro encima y un pantalón igual de negro.
Cuando nos encontramos frente a frente, besa mi mejilla y luego me abraza. Su aroma me embarga, me fascina como huele, nos alejamos y nos tomamos de la mano para adentrarnos al restaurante.
—¿Estás nervioso? —le pregunto mientras nos sentamos.
Niega con la cabeza, tomando el menú sobre la mesa.
—Tranquila que no te pediré matrimonio —dice y ambos nos reímos.
—Sé que no lo harás —paso un mechón detrás de mi oreja.
Alza los ojos del menú para verme, arquea una ceja y me sonríe con picardía.
Es la primera vez que tenemos una cita tan formal, como si fuésemos desconocidos, queriendo conocerse.
—Estás realmente hermosa —me susurra con la cabeza inclinada.
Me inclino un poquito para susurrarle de vuelta. —Me está costando fíjate, no soporto mis pies.
Alza los hombros. —Quítatelos —me dice.
Lo miro mal. ¿Cómo se le ocurre algo así? —¿Cómo crees?
—No pasa nada, no estás con tus papás para que te regañen —me guiña un ojo.
Miro alrededor cautelosa, y despacio retiro mis pies de los tacos, y los dejo sobre ellos luego de frotármelos un poquito.
Cenamos unos deliciosos macarrones, también comimos tortillas de patata, lo que no puede faltar en un restaurante español.
—Te compré algo, no es un aniño para que no te espantes —me río. —. Aunque sí pensé en eso —saca algo de su bolsillo, una pequeña caja que podría caber entre mis pechos de tan pequeña que es.
Da vueltas y vueltas entre sus manos a la caja, levanta la mirada y me clava sus ojos.
—Quiero que lo tengas como símbolo de nuestro amor, cada vez que lo mires o lo toques te acuerdes de nosotros, que estamos seguros de nuestro amor que no tenemos que jurarlo ante nadie —se para y rodea mi silla, quita un hermoso dije de la caja que logro ver a penas.
Hago a un lado mi melena para que me lo ponga, una vez que lo hace lo tomo para verlo, es una bola redonda plateada, lo abro porque sé que algo tiene dentro.
“Pequeña Mía”
Sonrío pasando mi dedo sobre las letras, mis ojos se aguan inevitablemente, no sólo lloro de la emoción, lloro porque tal vez éste amor no sea posible, estoy entre la espada y la pared, espero encontrar una solución pronto, que no perjudique a mi familia, y tampoco a Hugo, aunque eso signifique dejarlo.
—Es hermoso —digo entre cortada.
Acomodo mi cabello y levanto la mirada para encontrarme con sus ojos.
—Gracias —le agradezco con una sonrisa.
—Gracias a ti pequeña, por llegar a mi vida, sólo no te lo quites —me pide y asiento.
Salimos del restaurante y nos fuimos a sentar en un parque cerca, mirando los autos pasar, pocas personas moverse, locales abiertos y la mezcla de luz roja y blanca, tanto de autos como de los locales.
Me froto contra su pecho aspirando su aroma que me embarga, y que revolotea mis sentidos. Acaricia mi brazo suavemente y me pego más a él queriendo sentirlo más, él sigue mirando hacia la calle, pero yo no.
Agacha la cabeza un poco para mirarme y le sonrío.
—Te amo —suelto esas palabras que gritan mi alma.
—Lo dices como si te doliera amarme, tan profundo y triste a la vez —toca mi barbilla.
Y no sabes cuanto duele.
No le digo nada, porque las palabras no me salen, no tengo que inventarme, puede que le oculte lo que está pasando, pero no mentirle. Podría simplemente mandar a mis padres al carajo, pero no puedo, yo los amo.
Rodeo su cintura con mis brazos y pego mi cabeza a su pecho. Suelta un hondo suspiro y me abraza con más fuerza, besa mi cabeza y me susurra un: “Yo también te amo” de vuelta.
Cuando llegamos a su departamento, lo primero que hago es retirar mis tacones quejándome de dolor.
—¿Vas a trabajar mañana? —le pregunto.
—Sí, sólo tengo libre sábados y domingos —contesta quitándose su saco.
—Bueno, me vas a prestar tu cama por hoy —lo abrazo por la espalda. —. No me despiertes, se cerrar tu puerta —me alejo para entrar a su habitación.
—¿Y tus papás? —pregunta volteando a verme.
—No es un problema, en serio.
Menea la cabeza. —Bueno, está bien.
Sonrío triunfal y me meto a su habitación, es hermosa y espaciosa, sin darle mucha importancia a alrededor me tumbo en la cama, acostada de espaldas miro por su ventana, las cortinas se mueven levemente de un lado a otro. Su departamento es hermoso, jamás llegué a vivir en un departamento, y creo que en ese entonces siendo cinco personas, no iba a ser fácil, pero ahora vivo en una casa que podían convertir en un orfanato para niños, cabrían muchos.
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Editado: 03.12.2024