Pequeño Jeremy

Capítulo 2

Calliope George

07/Mar

Mantenía los ojos cerrados, intentando volver a quedarme dormida, mientras escuchaba sus pasos andando por la habitación, seguramente preparando los últimos detalles para su viaje. Finalmente había llegado el día, Marco se marchaba a áfrica, se alistaba para ello, y no entendía cómo podía estar tan fresco luego de la borrachera de la noche anterior, y eso sin mencionar nuestra intensa y pasional despedida.

Yo, por otro lado, estaba molida; la cabeza me dolía horrible, siendo aquella la peor resaca en mis veintiocho años de vida; pero era consciente de que me lo había buscado al beber tanto, intentando olvidar lo que estaba pasando. A pesar de aquel malestar, decidí salir de la cama e ir a la cocina a prepararle el desayuno, y de paso, tomar algo para la resaca.

—Buenos días —dijo, abrazándome por la espalda, antes de dejar un tierno beso en mi cabello. —. ¿Qué haces?

—Te preparo el desayuno. —respondí, como si fuese lo más obvio del universo.

—Es que tú nunca cocinas. —comentó, entre risas, mientras extendía la mano para tomar un trozo de tocino.

—Bueno, hoy es un día especial —suspiré, antes de girarme para verlo a los ojos. —. No sabes cuánto te echaré de menos. —dije, tomándolo del rostro para acariciar sus mejillas.

—Yo te extrañaré aún más —besó la punta de mi nariz. —. Estaré contando los días para que podamos hablar.

Sonreí, antes de abrazarlo con fuerza. Se suponía que llamaría a un taxi, pero quería pasar más tiempo con él, por lo que se me ocurrió convencerlo de que no había mejor manera de hacerlo sentir como un gran profesor, que llevarlo yo misma al aeropuerto en el auto. Aceptó sin dudar, por lo que bebí lo que restaba de mi café, esperando que ayudara a bajar un poco la resaca, y mientras él desayunaba, subí a darme una ducha con agua fría. Cielos, extrañaría en gran manera las duchas compartidas.

Enfocarme en el camino, los ojos en la carretera, las manos presionadas alrededor del volante, el pie siempre listo para presionar el freno y…

—¿Por qué ves al frente como si fueras una psicópata? —me preguntó, rompiendo mi concentración.

—No manches, Marco, ¡me distraes!  —bufé, sin dejar de ver el camino.

Él rió.

—No sabes cuánto me encanta cuando se te sale ese acento —comentó, inclinándose para besar mi mejilla. —. Es sexi.

—O tú eres un raro.  —murmullé estacionándome frente a un semáforo en rojo, antes de girar el rostro en su dirección para regalarle una pequeña sonrisa.

Marco me devolvió el gesto, para luego centrar su atención en algo en el exterior del auto, mientras todo lo que yo hacía era ver su rostro, grabándome cada pequeño detalle en él; su piel bronceada, la nariz perfilada, sus labios carnosos, y ni hablar de su cabello caramelo, definitivamente toda una obra de arte hecha con mucho amor.

—Callie, está en verde. —me dijo, sin voltear a verme, lo cual fue bueno, ya que seguramente hubiera notado mi cara de boba.

Puse el auto en marcha y llegamos hasta el aeropuerto justo en el momento en que comenzaban a llamar a los pasajeros con destino al continente de África. Él se apresuró a dejar las maletas en el registro, y luego se volvió hacia el área de espera en la que me encontraba.

—Te quiero, Calliope George, no sabes cuánto significa para mí que decidieras no dejarme por esto, y esperarme.

—No estoy para frenar tus sueños, sino para impulsarte a alcanzarlos —lo tomé del rostro, viéndolo con adoración. —. Ve a salvar vidas, guapo.

Una pequeña sonrisa se extendió en sus labios, mientras me fundía en un fuerte y cariñoso abrazo, que vi bien corresponderle con la misma ternura, en tanto hundía la nariz en su pecho e inhalaba profundamente el aroma de su perfume.

Me besó, y le correspondí con mucha intensidad, mientras me aferraba a sus hombros y de un salto me abalanzaba sobre él, enroscando las piernas alrededor de su cintura. Él sonrió entre el beso, mientras posaba las manos en mi trasero para sostenerme, y pude sentir la malicia en su acto, por lo que solo esperaba que las personas no nos estuvieran prestando atención.

—Órale pues —dije, sorbiendo mi nariz, en tanto dejaba cortos y castos besos en sus labios. —. Tu vuelo saldrá pronto.

—Te quiero. —replicó, dejándome sobre mis pies, y besando mi frente, antes de apartarse y avanzar hacia el escáner.

—¡¿Marco?! —grité, y él se giró para verme con una hermosa sonrisa extendida en sus labios.

—¡Polo! —respondió, guiñándome un ojo y lanzándome un beso, antes de seguir su camino.

Chin, definitivamente había destinos realmente crueles, y uno de ellos era ver partir a la persona que amas hacia el otro extremo del mundo.

El avión despegó, y ahí estaba yo en medio de aquel aeropuerto, completamente sola. Torcí un poco la boca y presioné las llaves del auto entre mis dedos, antes de comenzar a avanzar a pasos lentos; la adrenalina en mi sistema se estaba reduciendo, y los síntomas de mi resaca regresaban, por lo que debía volver a casa a recostarme. Caminé hacia la salida, y justo frente al aeropuerto, cruzando la calle, había una tienda de mascotas.

Fue como una señal del cielo, casi pude sentir que la luz del sol la iluminaba como si fuera un reflector mostrándome hacia dónde ir, y así lo hice, tomé el auto y conduje hacia el otro extremo de la calle.

Había muchas variedades de animales en aquel lugar, desde enormes perros hasta pequeños ratones blancos, que por poco me provocaban un infarto debido al pavor que les tenía. No había mucho qué pensar, ya sabía lo que buscaba; un gato. Sí, un gato era el mejor animal para tener en casa, eran independientes, solo necesitaban su comida, algunos juguetes y listo. Caso contrario los escandalosos perros, como el tal Snuphy.




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