Pequeño Jeremy

Capítulo 3

Calliope George

23/May

“¿Estás comiendo bien?”

Rodé los ojos, manteniendo una pequeña sonrisa en mis labios mientras escuchaba a Isabel George o, como yo la llamada, “mamá”, hablando del otro lado de la línea. No entendía qué le hacía pensar que no me alimentaba de la manera correcta, aunque quizás el haberme visto comer hasta seis de las donas que vendía en su repostería del centro tenía algo que ver con ello.

—Sí, mamá, estoy comiendo bien, y saludable.

¡Mentira! —rebatió.

—¿Es neta, mamá? —inquirí, intentando no carcajearme. —. Al menos dame el beneficio de la duda.

No puedo, sé que estás mintiendo porque tú no comes sano, solo cuando Marco cocina.

Negué con la cabeza, a pesar de que no me veía, y me encaminé hacia la alacena para sacarle su comida a Gato. Aquel felino había resultado ser una excelente compañía, de verdad, le había tomado mucho cariño, y no era tan perezoso, era inquieto y se colgaba de las cortinas, pero no me molestaba, me hacía reír mucho.

—Servido, Gato. —anuncié, mientras caminaba hasta el mesón de la isla de la cocina, para abrir la caja de pizza de pepperoni que recién había llegado. —. Te prometo que me estoy cuidando en todos los sentidos, mamá —dije, luego de morder una rebanada. —. También cuido lo que come Gato, hago ejercicio, y todo lo que sea para distraerme, y no extrañarlo tanto.

Ay, mija —ella suspiró, resignada a no discutir mis mentiras. —. ¿Cuándo será la próxima llamada con Marco?

Tomé una fuerte bocanada de aire, mientras buscaba la fecha en mi mente. Ya habían pasado dos meses, se fueron volando, gracias al cielo, y también pudimos tener nuestros primeros treinta minutos de conversación el mes anterior; se escuchaba muy entusiasmado, y habría deseado que tuviéramos más tiempo para oír todo lo que tenía que contarme. Por suerte ya sería el tiempo de la siguiente llamada, eran los veintiséis de cada mes.

—En tres días. —respondí, con una cálida sonrisa en mis labios.

—¿Ves como no era el fin del mundo? Y tú abandonando al pobre muchacho, rompiéndole el corazón.

—Eso pasó hace tiempo, ya estamos bien en nuestra relación, es más, ya lo olvidamos. Además, no solo él sufría, yo lo hacía también —Gato maulló, llamando mi atención. —. Pero sí, lo resolvimos y ahora todo está bien.

—Eso me hace muy feliz. Y hablando de otra cosa, Arturito y Carlitos llamaron —sonreí al recibir noticias de mis sobrinos, anteriormente vivían con nosotras en el centro, pero hacía un tiempo se habían marchado al extranjero con sus padres. —. Te mandan saludos. Cuentan que todo está bien. Por aquí también todo está bien y… —su voz se apagó un poco. —. La verdad es que te echo mucho de menos mija, los días en la repostería sin tu amargura y ocurrencias no son lo mismo.

—Mamá —expresé conmovida. —. También te extraño mucho, y espero poder ir a visitarte uno de estos días, cuando tenga vacaciones del trabajo.

Mis labios decían aquello con honestidad, pero en mi cabeza solo podía imaginar lo exhaustivo que resultaría un viaje de doce horas hasta el centro de la ciudad. Mínimo Samantha estaba a solo ocho horas de distancia, lo cual también era demasiado si contábamos su estado, y la edad de Sahara.

Mija, pérame tantito, tengo que atender a unos clientes. Ya merito te llamo de nuevo.

Le respondí que me parecía bien, y luego de colgar la llamada, tomé la caja de pizza y un par de refrescos para irme a la sala de estar y ver algún programa. Gato se subió en el sofá y se recostó a mi lado, mientras yo encendía la televisión en el canal de misterio, me gustaban los programas en donde debían resolver crímenes.

También texteaba con algunos amigos sobre lo que haríamos el fin de semana; al parecer acababan de abrir un nuevo club y parecía ser muy divertido y exótico. Pensaba en si debía esperar a Marco para conocerlo, o adelantarme y así cuando él llegara ya tendría más experiencia en ese ambiente, y sería yo quien se lo mostraría.

No iba a decir que era bueno estar tanto tiempo lejos, pero si le veía el lado positivo, ya podía imaginar la cantidad de sorpresas y juegos que le tendría preparado para cuando volviera, tenía planes de comprar mucha lencería para modelarle.

¡Él no saldría de casa ni para tomar aire! Me debía aquello. Suerte que no teníamos más compañía que el gato, ya que sería incómodo para cualquiera que estuviese cerca, incluso para los vecinos y….

—¡Santos cielos! —exclamé sobresaltada al escuchar la puerta ser golpeada abruptamente.

Parpadee un par veces para concentrarme, mientras veía al gato y luego el televisor, esperando que aquel ruido proviniera de ahí, pero no, en la pantalla solo había un hombre hablando tranquilo, por lo que aquello parecía haber sido real. Tomé mi teléfono para ver la hora, eran casi las nueve de la noche, por lo que no entendía quién carajo se encontraría tocando la puerta un día de semana.

Definitivamente había sido una pésima idea ver documentales de asesinos si me encontraba sola en casa.

Miré a Gato, y luego vi a la puerta nuevamente. No volvieron a insistir, lo que despertó mi curiosidad, y tomando una decisión que jamás le aconsejaría a nadie, me puse de pie para encaminarme hacia la entrada. Podía sentir el corazón bombeando fuerte contra mi pecho, mientras en mi cabeza imaginaba los mil y un escenario sobre todas las posibles cosas malas que podrían pasar.

—¿Hola? —hablé, tomando la perilla de la puerta y girándola lentamente.

Tenía que calmarme, vivía en un edificio extremadamente seguro, por lo que no me creía que alguien se hubiese colado en las instalaciones solo para matarme.

Una idea un tanto ilusa se cruzó por mi cabeza… Marco dándome una sorpresa. Sí, podía ser posible, le gustaba jugar conmigo. Y así, con toda la ingenua ilusión del mundo abrí, manteniendo una enorme sonrisa de emoción extendida en mis labios.




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