—¿Estás bien? —me preguntó James cuando por fin estábamos fuera. Parecía intrigado, pero sin desactivar por completo el modo reservado en el que siempre se encontraba— ¿Te pasó algo ahí dentro?
Estaba, irremediablemente, petrificada. Sentía un gigantesco nudo en la garganta que me impedía hablar o actuar. Su nombre, su rostro, lo que hizo y lo que no hizo me golpearon dolorosamente en la cara. Como cuando abres una puerta frente a ti y no calculas bien la distancia, y el resultado es vergonzosamente doloroso. Sentí que los ojos me ardían de pronto porque seguramente ya estaba llorando. Y no quería hacer eso porque no quería explicar por qué estaba llorando. Por fortuna, James no era ningún entrometido, ya lo había dejado claro.
—Estoy bien —sentí que no soné tan convincente como me hubiera gustado, pero al menos fui capaz de decir algo—. Lamento arrastrarte a todo esto y luego cambiar de opinión tan abruptamente. A veces no lo puedo evitar.
—Todos lo hacemos—me aseguró con cierto tono de complicidad.
Deseaba con todas mis fuerzas que aquel momento no se prolongara ni un segundo más, que me dijera que tenía prisa, y así poder librarme de ese terrible lugar y de lo que acababa de suceder ahí dentro. Pero todavía me sentía inmovilizada. No sabía cómo saldría de ahí, tendría que arrastrarme… o cargarme.
James, a solo unos pasos de mí, me indicó dónde estaba estacionado el auto y esperó a que yo caminara primero. De una forma inexplicable, su presencia evitaba que me derrumbara ahí mismo. Quizás por la vergüenza y humillación que eso supondría o simplemente por lo tranquilizadora que resultaba su compañía. Entonces caminé, les ordené a mis pies que lo hicieran y eso hicieron. Fue liberador al principio, pero continuaba bajo una capa invisible de shock emocional. En el auto, apartados de todo el escándalo y de la multitud que entraba y salía del bar, yo seguía ensimismada en él. Jordan Chester se había metido en mi cabeza como una insoportable jaqueca que no puede ser combatida ni con un frasco entero de aspirinas.
—Entonces, ¿a tu casa? —su pregunta apartó los pensamientos obsesivos que se habían empezado a formular en mi mente. Pensamientos en los que Jordan no me había traicionado, pensamientos en los que yo debí haber hecho algo diferente para que tal cosa no ocurriera, o pensamientos en los que, después de todo, volvíamos a estar juntos.
—Eso sería genial —dije, levantando la mirada hacia él. Gracias al drama del bar, había olvidado lo guapo que era. Sí, ya lo sé, podía tener el corazón hecho pedazos por haberme reencontrado con mi ex y al mismo tiempo sentirme inmensamente atraída por ese pedazo de hombre—. Gracias, James.
Aunque la radio había estado sonando todo el camino, existía un silencio lleno de tensión que esta vez yo estaba provocando. No me daban ganas de hablar para nada. No estaba en ese modo súper social. Tenía miedo de que la voz se me quebrara al intentar iniciar una conversación. Además, debía estar pensando en tonterías constantemente, cualquier cosa, algo que mantuviera ocupada mi cabeza para no permitir que él y su estúpida sonrisa que arreglaba casi todo volvieran. Eso no fue tan difícil; pensé en que probablemente Bill y Lara ya se estaban acostando; en que mañana vería a la señora Hertogh y a su irritante perro, cuyo nombre nunca había escuchado; en lo que les diría a mis amigas cuando las viera; en lo diferente que habría sido esta noche si el estúpido hermano del novio de Debbie no se hubiera insinuado demasiado rápido y vil.
Cuando cambié de postura en el asiento y renuncié a la vista que ofrecía la ventanilla, vi por el rabillo del ojo que James estaba observándome. Algo dentro de mí se electrificó en aquel instante. Sentí que la cara me hervía de los nervios, igual que una adolescente, y volví a mirar a la ventanilla. ¿Dónde demonios estaba? ¿En la secundaria?
—¿De verdad estás bien? —preguntó otra vez mientras giraba el volante con un hábil y rápido movimiento—. ¿Necesitas algo?
¿Por qué de repente había decidido que quería hablarme? Anoche era todo lo contrario. En ese momento, hasta sonaba amistoso, y eso me provocó un vuelco en el estómago.
—Solo estoy cansada —dije con un tono neutral. No pretendía sonar malhumorada para ahuyentarlo y evitar más diálogos incómodos, pero tampoco quería parecer deshecha para que pensara que necesitaba hablar con alguien por puro consuelo.
Aunque, como dije, James me atraía demasiado, había una barrera impenetrable entre los dos que me impedía actuar. Incluso si quisiera intentar algo, el nudo en la garganta reaparecía cuando apenas me lo planteaba. Además, ¿qué iba hacer? Anoche arruiné mi reputación. Y esta noche no era tan distinta a la anterior. Sería difícil que me tomara en serio.
—¿Tu amiga no va a molestarse porque te fuiste?
Más de cinco diálogos consecutivos y no forcé nada esta vez ¿Era esa una señal? Carla habría dicho que sí y que no podía ignorarla. Según su lenguaje del flirteo, él estaba preparando el terreno con preguntas y comentarios inofensivos para luego pasar al siguiente nivel, y ese nivel era la insinuación. ¡Por Dios!
—No —respondí ignorando la alarma que se encendía en mi cabeza. ¿De verdad era eso lo que estaba ocurriendo? No, imposible—. Le dije que no podía quedarme mucho tiempo porque ya estaba cansada por lo de anoche. Y mañana tengo una reunión de trabajo, así que ella lo entiende.
—Mmm —fue apenas un murmullo, pero yo lo percibí como una melodía atrayente, igual que un canto de sirena…, bueno, de un tritón. Mágico e hipnótico, se había quedado bailando en mis oídos y me provocó replantearme la decisión de negarme a cualquier cosa que el universo tuviera preparada para mi esa noche.