Me sentí como si estuviera flotando cuando entramos juntos al edificio. No podía explicar de dónde había salido la comodidad y confianza que de pronto sentí a su lado. Era como una extraña sensación de familiaridad que anulaba automáticamente mis dudas sobre la decisión que acababa de tomar. Además, los nervios desaparecieron porque mi prioridad cambió. La intención de pasar la noche con él quedó en un segundo plano. Evitar que recordara este cumpleaños como el peor y más solitario de toda su vida se volvió lo primordial.
Antes de poner la llave en la cerradura, acepté una cosa muy importante que intenté dejar oculta en lo más profundo de mi mente, pero que al fin brotaba a la superficie: el motivo ¿Qué me motivó a tomar la decisión de invitarlo a pasar apenas supe que era su cumpleaños y que estaba completamente solo? La respuesta era yo. No tuve que ponerme en su lugar porque ya había estado en ese lugar antes. Cada cumpleaños lo había pasado siempre acompañada de mi familia, pero cuando cumplí veintiocho, les dije a mis padres que era imposible verlos porque estaba en otra ciudad con Andy y Carla. Mentí, en realidad me quedé en casa y no hice nada porque Andy estaba en una ceremonia de Ayahuasca y Carla acompañó a Ray a una aburrida convención de programación para genios en Las vegas. Tan solo salí con Debbie para comer sushi hasta hartarme y luego volví a casa para beber bourbon y quedarme dormida en el sillón mientras sonaba algún infomercial de una súper aspiradora de fondo. ¿Por qué mentí? Bueno, fue una mezcla de detonantes: me atormentaron las crueles palabras de la tía Gloria en la cocina y otras cuantas palabras crueles por parte de la tía Carolyn. Mi hermana Diane que recientemente había presentado a su novio extranjero y todos estaban hechizados por su acento escocés —y por todo su dinero—. Pero yo no me sentía hechizada, yo estaba molesta y ofendida debido a todas las interrogantes respecto a mí y mi eterna soltería que ese sencillo hecho había producido. Me quebré al final y decidí apartarme por mi propio bien. Esa navidad y ese año nuevo también inventé excusas. Y para las siguientes festividades ya ni siquiera insistieron, pero no me importó, porque ya tenía a alguien y mi soltería había quedado en el pasado.
Giré la llave y encendí las luces de la sala, permitiéndole ver unas paredes impecablemente blancas; una lámpara de pie de luz cálida; un sillón escuadra color camello —ahí había estado llorando las últimas semanas de mi vida—; una televisión plana y algunos cuadros minimalistas que en su mayoría eran siluetas humanas y cabezas de animales. Los compré por internet porque alguna vez Jordan comentó que el lugar parecía no tener vida.
—Adelante —lo invité a pasar y enseguida me di cuenta de la estúpida sonrisa que aún tenía en la cara.
Entró despacio, inseguro y dubitativo, como si temiera que fuera a ocurrirle algo horrible ahí dentro. Cerré la puerta tras su entrada y lo primero que hizo fue echar un vistazo al arte en la pared. Mientras observaba en silencio las pinturas, yo lo observaba a él. Tan atento y pensativo. Sus ojos se movían, pero el resto de su cuerpo estaba contenido en una posición bastante rígida.
—No sé nada de arte —admitió— pero me gusta el de la jirafa.
El cuadro de la jirafa también era mi favorito, pero creí que sonaría tonto o poco creíble mencionarlo.
—La verdad es que yo tampoco soy muy conocedora —dije— Ni siquiera lo entiendo. Pero no quiero que se vea más aburrido de lo que ya es. Y honestamente no poseo ni un poquito de noción decorativa.
Sonrió con empatía. Luego miró en derredor.
—¿Siempre hay tanta tranquilidad?
—Si estoy sola, sí. Aunque normalmente no paso mucho tiempo aquí.
—¿Y normalmente dónde pasas el tiempo?
—En el trabajo —respondí—. O saliendo de fiesta con mis amigas —tuve que añadir cuando me di cuenta de lo aburrido que había sonado lo primero.
Dio la vuelta para mirar el otro lado de la sala, donde todo lo que había era un estante con libros que nunca leí, una planta artificial en una hermosa maseta de cerámica, un juego de velas aromáticas y la televisión de cuarenta y dos pulgadas que solo encendía cuando quería quedarme dormida.
—¿Quieres beber algo? —pregunté dirigiéndome a la cocina. James me siguió y apoyó las manos en la mesa mientras su atención se concentró en un portavaso de madera. El mismo que levantó, dio vuela y volvió dejar en su lugar tras examinarlo— ¿Agua, whisky, vodka, jugo de arándano, té helado?
—El té helado está bien. Gracias
Luego de servirle un vaso y de decidirme por uno de bourbon para mí, encendí la bocina inalámbrica que podía controlar desde mi teléfono. ¿Qué sería esta noche? ¿Algo alegre y energético para animar esto o una balada de los 70's para volver el momento ameno? Presioné el botón de aleatorio y comenzó a sonar Believe de Cher. ¡Oh, esa canción! Esa maldita canción se volvió mi himno cuando decidí que era hora de pasar a la siguiente página. Para mí, era motivacional y de ruptura, pero con el ritmo perfecto para no quedarme llorando tendida en el piso.
—Entonces, ¿prefieres avena sabor manzana y canela o frutos rojos? —pregunté cuando estuve frente a la alacena. Sin duda, yo iba a elegir la de manzana porque era mi favorita y solo comía la de frutos rojos cuando me cansaba de la otra, pero esa noche no era el caso.
—Manzana y canela, siempre —dijo, y no pude evitar pensar en que aquella era la segunda cosa que teníamos en común. Ya lo sé, era solo otra casualidad que carecía de relevancia, pero igual me sorprendió.