Perdida en tu pasado

2

Barbara Johnson

 

—El… el anuncio en el periódico dice veinticinco con dos meses de adelanto.

Forcé la sonrisa para ampliarla en mi rostro e intentar ocultar el gruñido en mi garganta. No creí que James fuera un hombre tan superficial. ¿Qué otro motivo, aparte de su belleza, tendría para escoger a una mujer como Ethel? Ella quería mostrarse amable y altruista, mas no era más que una niña caprichosa, altiva e indolente. Me mordí el interior de las mejillas, no podía permitir que en el revuelo de emociones que me invadía predominaran los celos y la envidia.

—¿Dices que me equivoco? —Ethel levantó una de las finas cejas y tenía los labios en un mohín. Al parecer le era imposible ocultar su desprecio.

—No… no.

Ella levantó la mano y parecía que algo se le perdió en las uñas.

—Entonces aseguras que fue el editor del periódico quien lo hizo. Tal vez deba hablar con mi padre para que lo despida.

Sería tan fácil abofetearla, pero estaba segura de que el primero que se enteraría sería James. Agrandé más el gesto en mi rostro, a ese paso la mandíbula se me saldría de lugar.

—Debí leer mal el anuncio.

En sus ojos brilló la satisfacción.

Jake! No me queda ninguna duda. La lectura es una actividad compleja.

Enderecé el pecho, aunque mantuve los hombros relajados y la cabeza en alto. Di media vuelta y sin decir más caminé por el corto pasillo que me llevaría hasta la salida. Mantuve mis pasos gráciles y acomedidos, como en el hotel, pues estaba segura de que ellas me observaban.

—La lectura es una actividad compleja —repetí con la mandíbula apretada.

Si hubiera alguien frente a mí, moriría a mis pies por el veneno en las palabras. ¡Qué sabría ella de complejidad! Que intentara entender la teoría de la relatividad y los universos rotatorios de Gödel. Estiré los labios con lentitud, cuánto me gustaría ver la cara de James al explicárselo, si bien todavía faltaban muchos años para que el austriaco cuestionara las teorías de su mejor amigo.

Cuando llegué al cruce de la 10ma mi estoicismo no pudo más. Me detuve de golpe y moví los pies de arriba abajo como si tuviera diez años, a la vez que un gritito escapaba de mi garganta. «Solo ganaste una batalla, Ethel Richardson. Lo amarás, sentirás que todo el oxígeno del mundo no es suficiente si él no está junto a ti… Así me siento yo, y tú no le ofrecerás menos. Perderás la guerra, aunque eso signifique mi propia derrota».

Inhalé y exhalé despacio. ¿Desde cuándo me desanimaba por un tropiezo? No tenía que vivir junto a Ethel para llevar a cabo mis planes, eso sería un error, ya que terminaría por zambullir su falsa inocencia en el río. Y no podía permitírmelo, pues solo lograría que James me odiara y, sin importar que su corazón jamás sería mío, él guardaría el mejor de los recuerdos sobre mí.

La tibieza se adueñó de mis mejillas, sonreí y levanté la mano para cubrirme la boca, mas mis ojos se humedecieron por el exabrupto de risas que reventó en mi pecho. James conocía demasiado bien cómo acariciar a una mujer. Lo que no daría por ver su rostro al percatarse de lo que hizo con la nieta de su mejor amigo. Floté por la 10ma avenida hacia el sur. A tres cuadras, en la avenida Campbell, había una habitación disponible por cuarenta dólares al mes y no tenía otro requisito. Pasé junto a varios establecimientos, una tienda de víveres y un café. Estaba alejada del hotel, pero solo recorrería una distancia larga para llegar al trabajo, todo lo demás estaba cerca.

Revisé el periódico para asegurarme de estar en el lugar correcto cuando llegué. Levanté la mirada hacia el edificio de tres pisos, subí las escaleras y toqué a la puerta. En pocos minutos apareció una mujer con mirada estricta y un vestido negro que le cubría desde el cuello hasta la punta de los pies. Ella colocó las manos una sobre la otra y las apoyó en el bastón.

—Hola, buenas tardes. Vengo por el anuncio.

Guardé silencio y me acomodé un mechón de cabello al saberme bajo su escrutinio. Ella bajó la mirada a mis pies, por lo que se pudo percatar de que mis zapatos eran por lo menos dos tamaños menos. Después se fijó en la falda que me dejaba al descubierto la mitad de las pantorrillas, era lo esperado en mi tiempo, pero al parecer demasiado atrevido en esa época, aunque no tanto como las de Ethel. Por último, miró la blusa que me cubría hasta el cuello, si bien la ropa interior no ajustaba mis senos como estaba acostumbrada. Sabía que era un desastre, mas hice lo que pude con las prendas que ofrecían en las tiendas de la ciudad. Con mi sueldo esperaba poder comprarme algunas cosas por catálogo y vestir de acuerdo con la época. Los ojos de ella terminaron en el ridículo sombrero donde no lograba ocultar el largo de mi cabello. Entonces miró a un lado y al otro e imité su gesto, no comprendía qué buscaba.

—El cuarto ya está alquilado.

Cerró la puerta. Me quedé inmóvil varios minutos sin saber muy bien qué hacer y preguntándome qué sucedió.

Bajé la cabeza y aferré el periódico entre mis manos. Volví a mirar los anuncios. Había una habitación disponible a solo una cuadra, en la avenida Marshall. Pedían cuarenta y cinco dólares al mes y estaba sin amueblar. Sabía que no era para mí, pero solo me quedaban dos opciones y no quería atravesar el puente a diario. Además, debía apresurarme, pues debía regresar al hotel.




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