James Montgomery
Algún día de noviembre de 1926
25 años
—Y Wilson le preguntó si podría traer una planta de Ford a la ciudad.
Las carcajadas de los hombres recorrieron el lugar. El viejo Greene —dueño de una de las tabaquerías de la ciudad— recontaba la historia de los vagabundos, así mismo se nombraron ellos. No porque fueran pobres, sino porque eran errantes. Los hombres más ricos del país se quedaron sin gasolina en su expedición y decidieron almorzar en el hotel Roanoke en lo que el suministro llegaba. A pesar de que pasaron casi ocho años desde que sucedió, las personas de la ciudad todavía se entusiasmaban con la visita de Henry Ford, Thomas Edison, Harvey Firestone y John Burroughs.
Le tomé un sorbo al Gibson girl[1] que tenía en las manos. Estábamos en el salón Pavorreal del hotel Roanoke. Era un lugar donde se podía tomar el sol. Tenía paredes de ladrillos, techo y piso de madera. Los sillones eran de mimbre y estaba adornado con palmeras. Escogí uno de los sillones al lado de las puertas francesas, así podía ver quién entraba y salía. No me negué a pasar la tarde ahí cuando Harold, el esposo de mi hermana, me lo propuso cuando fui a visitarlos en la mañana. Ruth me recibió con una regañina —además de toqueteos constantes y besos en el rostro—, por no comunicarme con ella a lo largo de esos dos meses. Barbara no le había hablado de cómo me encontró en el granero, ni tampoco le dio mi mensaje, lo cual me alegró. Demostraba que podía confiar en ella, que de algún modo me comprendía y podía ser discreta. No quería pensar en el escándalo en el que se vería involucrada si le hubiera dicho algo a Ruth.
Tuve razón en pensar que Margaret exigiría una boda tras invitar a Ethel a Norfolk, pues a pesar de que no hicimos el viaje, el periódico local se encargó de difundir mi visita a su hogar. No sabía cómo le daría la noticia a Barbara. Hacía quince días que le telefoneé en un momento de debilidad. Tuve muchos a lo largo de esas semanas, pero ese día en específico me fue imposible mantenerme alejado de ella. Algo dentro de mí se revolvió como una tormenta y la inmensidad de esos sentimientos me obligó a actuar.
Sabía que fue un error, pues en el instante en que puse un pie en Cave Spring el coronel me dio un plazo de treinta días para pedir la mano de Ethel en matrimonio si no tendría que atenerme a las consecuencias. Tenía que casarme y no con la mujer que añoraba. Sí, era bueno que Barbara no le mencionara nada a Ruth, quizás ellas ni siquiera se conocían. Mi hermana solía visitar muchas comunidades y Barbara debió estar en uno de los sermones. Mientras me convencía a mí mismo de ello, una imagen me devolvió a la realidad. La copa que tenía entre las manos se me resbaló y terminó en el suelo hecha añicos.
—¿Qué sucede, Montgomery? Parece que viste un fantasma.
Harold tenía cincuenta años. Era alto y delgaducho. Mi padre solía bromear con que un día saldría volando por una ráfaga ligera. Él nunca estuvo de acuerdo en que Ruth se casara con Harold, decía que mi hermana necesitaba un hombre enérgico que controlara su carácter. Con la paciencia que la caracterizaba, madre, solía explicarle a padre que Harold era el hombre perfecto para Ruth.
Harold giró para observar al mismo punto del que yo no podía apartar la mirada, aunque ambos veíamos dos cosas distintas. En el rostro de él se dibujó una mueca horrible, como si acabara de probar el ácido más potente. Él solía buscar cualquier recoveco de la ciudad para esconderse de Ruth.
—Tu hermana no sabe cuándo detenerse. Me va a volver loco con sus reproches y continuo acoso.
Ahí estaba Ruth, en el hotel Roanoke, como otras veces en que perseguía al inepto de Harold. El pobre hombre estaba tan aterrado de ella que ni siquiera se atrevía a defenderse de todas las infidelidades que ella le atribuía, que además eran imposibles.
Mas mi mirada solo seguía a la mujer con el vaivén de caderas que no deberían estar tan delineadas —se suponía que tenían que ser amorfas y aniñadas—, así como tampoco debía tener senos tan voluptuosos y la cintura tan diminuta. El atuendo que utilizaba se asemejaba al de mi hermana, sin embargo, era distinto. Nada que se utilizara en nuestra época o la época anterior como si ella perteneciera a un tiempo diferente. Estaba seguro de que Barbara no era una bluenose[2] como Ruth y su grupo de amigas yo mismo la acusé de que era una aprendiz de flapper, pero mi hermana no sería amiga de una mujer así. Me llevé la mano a la boca y me halé el labio hasta el mentón, mis pensamientos eran ridículos.
«Profesor dreamy». No sabía por qué, desde que estuve lúcido, las palabras de Barbara se repetían en mi mente una y otra vez. Recordaba esa conversación con claridad, pero era imposible. Lawrence era mi mejor amigo y ella no podía ser su nieta.
Salí de mis pensamientos cuando Barbara le hizo un gesto de saludo con la mano a Ruth y caminó de prisa a su encuentro. Ambas se abrazaron y comenzaron a hablar y reír. Yo estaba lejos, por lo que no podía escucharlas, si bien jamás vi a mi hermana tan feliz con alguien. Al parecer sí eran amigas.
Saqué un gasper y lo encendí con manos temblorosas. Deseaba ser yo quien le hablara a Barbara sobre mi compromiso. Tal vez a ella ni siquiera le importaría y hasta me felicitaría por las buenas nuevas. Harold tampoco estaba en mejor estado, incluso parecía desilusionado.