Perdida en tu pasado

7

Barbara Johnson

 

Eran las cinco de la madrugada y estaba frente a la estufa mientras le daba vueltas a la crema pastelera con una cuchara de madera. Prepararía una tarta de crema de banana con merengue de hierbabuena. La abuela solía añadir esa hierba a todos sus postres y bebidas, nada que opacara el sabor de los demás ingredientes. En la primera tarta que pensé fue en la de manzana, pero Charles no pudo encontrar la fruta en los mercados, tampoco limones. Esas eran las preferidas de James.

Apagué la estufa y tomé la olla por el asa para retirarla del fuego. Le di vueltas a la crema hasta que se entibió y le agregué un chorro de vainilla, entonces volví a moverla en ochos hasta incorporarla bien.

Ruth me permitió usar la estufa de la cafetería porque la tarta era para el picnic de la iglesia. Ella parecía muy feliz de que me hubiera anotado en la lista de participantes. Jamás le dije que fue idea de su hermano junto con la señora Hock, pues para Ruth, James y yo no nos conocíamos.

Saqué la crema de la olla y la esparcí en un recipiente ancho para que se enfriara más rápido. El grupo de templanza se reuniría a las nueve para organizar todo y según ellas, las familias llegarían a partir de las diez de la mañana. Debía darme prisa, pues tenía que caminar hasta el lugar.

No obstante, mi energía era escasa ese día, llevaba una semana de locura. Después del trabajo caminaba por las calles de la ciudad, atravesaba el puente Memorial y pasaba junto a la casa de la señorita Caldwell para tomar la 221. James y yo nos encontrábamos a mitad de la carretera. Allí subía a Stude para manejar hasta la casa de James y regresar al hogar de mi casera. Era ridículo, lo sabía. En esa semana descubrí que se hacían las peores tonterías por amor. Le hice ver a James que las personas no volverían a creer la excusa de que Ruth lo envió a buscarme. Fue difícil que entendiera la inconveniencia de que nos vieran juntos a la vez que él pretendía a Ethel. En 1957 podríamos salir como amigos, quizás algunos pensarían que era su steady, aunque lo desecharían en cuanto él le entregara a Ethel alguna de sus prendas, si bien no creía que en 1926 fuera igual. En el juicejoint no importaba, mas no así fuera de él. Sin embargo, a James le molestaba que caminara en la oscuridad, para mí tampoco era grato. A pesar de todo, no podía apartar esa sensación de ser perseguida. Aunque con seguridad no había nada que temer y solo era la inseguridad que Michael provocó y la idea de que de algún modo él viajara en el tiempo para terminar lo que empezó.

Dejé de batir las claras de huevo para el merengue y me cubrí los labios con la mano. La insistencia de James en que la máquina del tiempo era mi única opción y esa fiesta de cumpleaños que preparó. Después de tanto tiempo comprendí que la intención de Michael era matarme y James lo evitó. ¡Y yo le daba ideas descabelladas sobre cómo enamorar a la mujer que amaba! Le propuse que ella le enseñara a tejer, que le comprara un perro y él se ofreciera a cuidarlo. Incluso que se hiciera una escayola para un pie o un brazo porque eso lograría que ella se preocupara por él. Yo era una persona terrible, le di esos consejos solo para extender nuestros días juntos.

Pero quizás ese día podría redimirme. James quería a una mujer a la que le importara el hogar. Sabía que apunté a Ethel en la lista de tartas nada más que por importunarla. Si bien, esperaba que ella se presentara y ese fuera el empujón necesario para que el amor floreciera entre ellos.

Tomé el batidor y continué con mi tarea. Debía apresurarme.

Una tras otra corté lascas de jamón. Tenía los dedos arrugados y las manos adoloridas y rígidas por el cuchillo sin filo que me entregaron. Además no lograría quitarme el olor a cerdo en más de una semana. Cambié el peso de un pie al otro en un intento de descansar, pues llevaba horas de pie mientras que veía a los niños correr de aquí para allá y a los varones caminar detrás de las féminas mientras ellas susurraban y les dedicaban miraditas. Al parecer, el amor juvenil era igual sin importar el año.

Suspiré. Si al menos Ruth estuviera junto a mí o si me hubieran asignado a la carpa de tartas, aunque en realidad lo que quería era ver a James.

—¡Ahí estás! Te he buscado la última media hora.

La señora Hock vestía de un blanco impoluto de pies a cabeza. Me habría encantado tener un atuendo igual, pero eso equivaldría a dejar el sueldo de un mes en la tienda.

—Me enviaron aquí.

Ella extendió la mano como si fuera a tomar la mía, si bien se arrepintió en el último segundo. Por el gesto en su rostro me percaté de cuánto le desagradaba mi apariencia.

—Alguien cometió un error. Este puesto lo atiende un hombre siempre. Vamos, solo tienes minutos para cambiarte.

Me quité el delantal que me prestaron y salí de detrás de la mesa.

—¿Cambiarme?

Ella negó con la cabeza parecía exasperada conmigo.

—A tu atuendo formal como todas nosotras.

Ese día yo repetía vestimenta otra vez. No creí necesario comprarme una nueva, pues solo ayudaría con los preparativos de la feria. Llevaba una falda roja a cuadros con la blusa blanca de manga larga. El calor proveniente de los hornos me ayudaba con el frío y no usaba el abrigo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.