Perdida en tu pasado

9

Barbara Johnson

 

La cama se hundió y, a pesar de que el cansancio no me permitía abrir los ojos, sonreí. La noche anterior no leí las ecuaciones y mucho menos discutí con él. Me moví por la casa como si me perteneciera y James no me hubiera echado meses antes. Y al hacerlo me percaté de que él preparó su hogar para recibir a quien sería su esposa. Me olvidé de ese detalle y recorrí cada rincón. Con las manos en los bolsillos él siguió detrás de mí.

Saqué algunas cosas del baúl en la habitación y del armario mientras tarareaba Love me tender. Regresé a la sala, moví los sillones con la ayuda de él impregnada de curiosidad, después extendí una manta sobre el suelo y algunos cojines. Llegué a la cocina y agarré el pastel de pollo junto con la jarra de té dulce mientras él llevaba la tarta de manzana con los cubiertos y vasos. La chimenea le brindó calor a la comida a la vez que James se acercaba al gran mueble que debía ser un radio. La música fue suave y el ambiente acogedor.

Terminamos de comer y por unos minutos observamos el crepitar del fuego. No era tonta, la acidez de su colonia se mezclaba con el humo de los cigarrillos que fumó y el olor amaderado y aromático que en ese tiempo era prohibido. No estaba segura de qué hizo James durante esas horas que estuvo fuera. Sin embargo, me distraje cuando de la nada comenzó a cantar… ¡A cantar!

 

 

—Aura Lee, Aura Lee, la doncella de cabello dorado. La luz del sol vino contigo y hay golondrinas en el aire. —Se quedó callado y se llevó el vaso de té a la boca—. La mujer que me ofrece su compañía no tiene el cabello dorado, ¿no es así?

Levanté la barbilla y cuadré los hombros.

—Es de muy mala educación cantarle a otra si estoy presente.

Ambos reímos. James debía pensar en Ethel, no obstante, me sentí ligera porque comprendió que solo bromeaba con él.

—Veamos…

Entonces colocó la boca como… como si fuera a tocar una trompeta y la música que escapó de sus labios se me hizo idéntica a Love me tender. Levantó una pierna, tenía la otra extendida, y apoyó el brazo. Con los largos dedos él jugaba con los bordes mullidos y sobresalientes de su labio inferior. Tenía la mirada verdosa fija en la mía, si bien estaba concentrado.

—Aura Lee, Aura Lee, la noche ondula en tu cabello, la luna te acompaña y hay búhos en el aire.

—¿Búhos? —Me cubrí los labios en un intento de ocultar la sonrisa que nada tenía que ver con burlarme de él.

James sonrió, en sus ojos tenía la viveza sin la que ya no sabría vivir.

—¿No te gustan los búhos? Eres difícil de complacer.

Levanté la mano y me observé las uñas como si no me impresionara. Esperaba que él no pudiera escuchar el bombeo de mi corazón y que el hormigueo en mi piel no fuera visible. Por suerte los zapatos ocultaban los dedos de los pies acurrucados en sí mismos en un intento de evitar que yo flotara en el aire.

—Quizás si cantas otra estrofa.

—Tienes suerte de que hoy deseo complacerte. —Él repitió ese gesto con los labios como si tocara una trompeta—. Aura Lee, Aura Lee, el aire tormentoso sacude esta noche fría, mas si tus ojos grises veo, la tristeza desaparece. Oh, dulce Aura Lee, acepta mi anillo y en cambio solicito tu amor.

Contuve el sollozo, pero no pude hacer lo mismo con la lágrima que me bajó por la mejilla. En mis labios había una sonrisa radiante y la piel me titilaba. Tuve que recordarme a mí misma, varias veces, que solo bromeábamos y que James no me pedía matrimonio.

—Es… ¿Quién necesita música con un cantante como tú?

—Mi voz es tosca.

Volvió a levantar el vaso para tomar un sorbo del té dulce.

—Entonces debes conseguir algunos búhos como acompañantes.

 

 

James entretejió la mano en mi cabello y permanecí con los ojos cerrados. Supe que se inclinó porque su calor se volvió cercano, y la cama se hundió un poco más. Entonces dejó un beso en mi sien y con la nariz me acarició hasta el cuello. Me estremecí, pues era una forma muy característica de despertarme, pero demasiado pronto él se alejó. ¿Acaso se rindió? Me mordí el interior de las mejillas y esperé unos segundos. No pasó nada. Abrí un ojo. James estaba de pie con una ceja enarcada y los brazos cruzados. Vestía un traje café claro a cuadros, la camisa era azul cielo con un cuello muy alto y la corbata tenía rayas cremas y café.

—Eres una cría.

Le dediqué una sonrisa amplia e inocente. Levanté los brazos, me estiré y me senté en la cama. Sabía que le atraía. «A James Montgomery le gusta Barbara Johnson». Extendí las manos y las coloqué una sobre la otra en las rodillas. Mantuve el semblante sereno. Aunque en mi cabeza brincaba y saltaba mientras reía.

—Tal vez sí, pero ¿lo disfrutaste?

Giró, pero alcancé a ver la sonrisa en los labios. Se acercó a la ventana y abrió las cortinas. El sol entibió la habitación, lo que me hizo saber que ya debía ser media mañana.

—Tienes que ir a la iglesia.




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