Perdón, por elegirte a ti. (libro 1)

CAPÍTULO 28

Los rutinarios días de los Thompson Stewart fueron diferentes, por las mañanas nadie se quedaba con el padre de familia, ya que las gemelas estudiaban en jornada matutina y por las tardes la madre de estas acompañaba a su esposo en la fría habitación del hospital, finalmente se alternaban entre ambas una noche Litzy y otra noche Lesly. Se le fue complicando la vida principalmente a Litzy, había asumido las responsabilidades de su padre en concreto los gastos de la casa, el trabajar y estudiar la desvelaban y dormía muy poco agotándola enormemente, su hermana quiso ayudar, pero ella se negó porque no le deseaba la misma suerte de tener cargas sobre sus hombros lo adecuado era que cuidaría de su madre mientras ella se ausentaba. Tanto era su cansancio que en algunas ocasiones se dormía en clases y siempre sus amigas la despertaban a tiempo, ellas eran consiente de su situación familiar. Uno de esos días en que pudo salir temprano de su trabajo, fue testigo de una emotiva escena, la señora Thompson le daba un beso en la frente a su marido y seguido le hablo con dulzura de cuando eran novios y jóvenes como si estuviera segura de que él la escuchaba. Por supuesto Litzy entreabrió la puerta en ese momento sin percatarse su progenitora, sus padres fueron una luz de esperanza en la oscuridad esa que la consumían por dentro, perder al que hubiera sido el indicado y tendría que aprender a sobrevivir sabiendo que probablemente la estaba olvidando.

—¡Ah! Hija eres tú, creí que era el médico —se sentó en la silla algo apenada.

—No tienes por qué sentirte así, es normal que quieras hablarle él tal vez si te escucha —toca su brazo tiernamente.

—Sé que tu padre volverá a casa con nosotras, todo es silencio desde que no esta —indico opacada al mirarlo tendido sobre una cama hospitalaria dependiendo de un respirador.

Ella prefirió no decir nada ante sus palabras de desconsuelo.

Al este del país teutón, la pareja de magnates junto a su único heredero se trasladaron hasta la majestuosa propiedad del abuelo paterno de Adler, quien lo vio y no dudo en levantarse de su sillón para abrazarlo, de los nietos que tenía solamente él era su predilecto.

—Has crecido demasiado y ya pasaste a tu viejo abuelo —observándolo incrédulo de tenerlo a su lado.

Adler se acostumbró a sus rarezas cada que lo visitaba, sus papás salieron del gigantesco salón donde solía pasar sus horas de ocio aquel hombre anciano de contextura gruesa, que vestía con pulcritud y refinados modales un fiel representante de su linaje.

—Me doy cuenta de que terminaste el barco sin mí —señalándole una botella de vidrio que en su interior contenía una maqueta de un barco pesquero.

—Le admito que me fue imposible esperarlo, me fallo campeón —le reprocho enérgico.

—No porque quisiera abuelo —menciono con voz queda.

Todos los muebles elaborados en madera de amaranto se apreciaban debidamente pulidos y sin un rastro de polvo en ellos, en la chimenea solo unas cuantas brasas ardían para mantener la temperatura cálida del lugar.

—Estarás algun dia en la cima como tu padre y llevaras en alto el apellido Waltmannhausen, y lo que conlleva serlo —proclamo altivo, su abuelo paseandose por la habitacion.

El jovencito miró turbado los gestos que realizaba con sus manos como si estuviera dando un discurso públicamente.

—Abuelo, ¿aún juegas con el ajedrez? —cortando de tajo su vanagloriada perorata—. Me encantaría que me concedieras una partida.

—Está bien, me parece lo correcto —acepto placentero.

Usaba formalismos en gran parte de las áreas de su vida cotidiana al estar fuera del habitual mundo de los negocios, al principio se veía así mismo como un foráneo en su nuevo estilo de vivir, ahí es cuando el más pequeño de su descendencia vino a alegrarle la existencia, aparte de haber enviudado. Dos generaciones distintas departieron en un juego de ajedrez, Adler conocía las reglas y estrategias del antedicho pasatiempo, a lo que movía las piezas con su mano dentro del tablero con cuadros blancos y negros, se fue produciendo el tema de conversación.

—Supe que increíblemente mi descendiente había dado rienda a una violencia descomunal contra un compañero —su rostro cambio severamente.

—Si, lo hice y no me siento mal al respecto.

El hombre acaudalado levantó los ojos hacia él.

—Ese no eres tú, diría que se trata de una chica, pero que alejado estaba de la realidad —apretó los labios decepcionado.

—No hay ninguna chica y no soy el mismo uno tiene que cambiar con los años, además ya casi seré un adulto.

Percibió un enfado algo inusual como si se hubiera evaporado de su ser la alegría, le pidió que detuvieran el juego. Se respaldó en su sillón y cruzo las piernas.

—Asumo que tuviste la influencia de un acontecimiento no tan reciente que repercutió para convertirte en lo que ahora eres.

—No me ha pasado absolutamente nada, estoy bien abuelo —desvío la mirada al enorme ventanal.

Se llevó la mano al mentón empecinado en desentrañar lo que le ocultaba su nieto.

—Recuerdo que en la historia de nuestra familia un antecesor que estaba destinado a ostentar el mando y dominio de posesiones infinitas no obstante cedió a un efímero sentimiento que por poco y destruía lo que en siglos ha conservado nuestros antepasados.

En la manera que lo dijo le hizo entender a Adler que tenía un corazón frío y no simpatizaba con el término amor como los demás integrantes, para este todo se basaba en dominar y prevalecer en su entorno a lo que se preguntó mentalmente: ¿si amo de verdad a la abuela? O ¿amaba lo que simbolizaba para el? En resumen quizá si la quiso por tener dinero y ser iguales, esa última palabra lo perturbaba constantemente. A menudo comenzó a fijarse en las personas con las que socializaba, las actividades sociales, lo que comentaban los otros que en su mayoría eran despectivos.

—Entonces, crees que lo que tengo es un encaprichamiento con alguien, eso es absurdo.




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