Perdón, por elegirte a ti. (libro 1)

CAPÍTULO 31

Primeramente por la mañana Adler se ajustaba la corbata de su impecable uniforme colegial, parecía otro y no el mismo de hace semanas anteriores borrando como si se tratara de una hoja de papel escrita todo lo malo que alguna vez remota lo daño, se llevó su mochila en la mano para luego cargarla sobre su espalda, descendió al primer piso hasta el despacho de su madre y esta le dio un beso en la mejilla y musito unas cuantas frases mientras hablaba por el teléfono inalámbrico con una de sus colaboradoras, debido a que viajaría a frankfurt a ultimar detalles de la colección de su marca que alcanzaba cierta popularidad en otros países. En aquella ocasión Müller no lo acompaño al instituto como frecuentemente lo hacía cada mañana, solo se limitó a asentir al subirse él al auto negro blindado. podría decirse que no estaba tan feliz de las decisiones del chico a quien le guardaba un inmenso cariño como a un hijo propio. Durante la clase de religión el maestro les solicito a Adler y Cheick que salieran del salón, cuya conducta de reírse era tachada de inapropiado e indecoroso, Jaim permaneció quieto en silencio demostrando ser el único instruido de los tres mosqueteros.

—¿Si te diste cuenta de la cara del profesor Glutteng? —pregunto jocosamente a Cheick.

Ambos se burlaban de los gestos estrambóticos que dicho maestro hacia al dictar la clase.

—Si, pero ¿no temes que nos suspendan o nos den un castigo como lavar los pisos?

—Pues a mí no, me vale un pimiento —contesto con las manos en jarra.

Viene a ellos el educador, este tenía un corte estilo buffant y de traje pulcro con la bufanda alrededor de su cuello, que no vacilo en dedicarles una reprimenda sermoniosa y los dos estudiantes aparentaron estar apenados de su comportamiento.

—¡Waltmannhausen! tiene usted un serio problema con las reglas, yo de usted me preocuparía —centrando su vista en él, de manera fulminante.

A lo que círculo por el resto de corredor desapareciendo del contorno, se tumbaron a la bartola en el mueble fino y delicado que se hallaba en medio del pasillo, bromearon por largo rato ninguno quería volver a el aula de clases.

—Oye, nunca te he hecho una pregunta ¿tú tienes novia? —curiosea Adler.

—No, sabes bien que según mis padres aún no estoy para ese tipo de cosas, un momento si me lo preguntas es por algo —se enderezó sin apartar sus ojos de él.

No le dijo nada en ese instante, aun cuando era uno de sus dos mejores amigos con quien había compartido tantas travesuras.

—Es una simple pregunta el tener a alguien eso no es pecado —colocando su mano izquierda en el hombro de su compañero, sonriendo más de lo habitual.

Su excelente ánimo fue extraño para su amigo que se apellidaba Senghor, evito insistirle. En la salida del recinto académico los tres chicos se abrazaron, fue atipico, ya que no lo hacían consecutivamente, excepto al celebrar sus diabluras a Cohen su sexto sentido no se equivocaría tuvo esa sensacion de que alguien partiría, en conclusión una tristeza lo invadió, acallo no les fastidiaría su estupendo relajo. Carleigh similarmente salía de su jornada estudiantil impaciente por irse a casa a cambiarse, el trayecto no perduro por más de una hora. Entro a su cuarto desvistiéndose despojándose de sus zapatos, saco y demás, la brecha que existía entre sus hogares era demasiada, almorzo afanosa a lo que la empleada doméstica le retira el plato a pedido de ella. En el curso de esos hechos ataba los cordones de los tenis que había comprado y usado en nueva york, se les notaba el desgaste, sin embargo era sus favoritos agarro su sudadera gris con capucha y se la fue poniendo a lo que se dirigía hacia el comedor. Müller no cesaba en hacerle ponderar en lo tocante a la norteamericana, no porque la aborreciera o tuviera razones sino por representar una amenaza así la verían y catalogarían la familia entera si se destapaba semejante acontecimiento.

—¿Tú estas a favor de ellos? —le cuestiono ceñudo a lo que jugueteaba con el tenedor las verduras que contenía su plato.

—No dire nada que me pudiera comprometer —declaro estando de pie junto a la silla donde se sienta su señor.

—Bien, perseverare cuanto pudiese y no me detendré y habla más bajo, nos podrían oír.

—Joven, se le ha olvidado que los de la servidumbre están sometidos al voto de silencio al estar bajo el mando de su padre.

—Desconfió cualquiera podría violar esa prohibición y no quisiera enterarme de que les depararía —expreso imparcial.

Se retiró nuevamente a sus aposentos, solitario reflexiono las palabras que le diría a Carleigh, su mentor le anuncio su llegada levantándose del borde de la cama y va a su encuentro en el hermoso jardín veraniego.

—¡Hola Adler! —su rostro le decía todo lo ilusionaba que estaba por él.

Llevaba puesto un suéter rosa con una falda azul marino, medias veladas blancas y zapatillas de brillantes dorados agregándole su toque de feminidad.

—Hola Carleigh —fingió alegrarse por su visita—. ¿Podríamos hablar en privado?

Dado que a menos de un metro un hombre la escoltaba.

—Claro que si —hizo un ademán para que no la siguiera aquel custodio.

Él escogió un sitio apartado y tranquilo de la gran intensidad del terreno.

—Me disculpo por haberte fallado, sé que añorabas que nos viéramos no obstante, seré breve y conciso contigo —su voz acariciante amortiguaba de algún modo sus disculpas.

—Te disculpo y siempre lo haré —sus ojos vivaces centellaban un sentimiento puro.

—Yo te quiero mucho, pero te quiero como una amiga y eso no dejaras de serlo ni en miles de años.

Su pronunciamiento fue catastrófico para la jovencita y en su interior todo comenzó a desmoronarse como si de edificios se tratase. El dolor que le provoco no aminoro sus deseos de que le dijera el motivo verdadero para descartarla así.

—No encontrarás una mujer igual o superior a mí, ¡nuestras familias están destinadas a estar emparentadas! —rechisto adquiriendo su faz una nítida amargura.




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