Perdón, por elegirte a ti. (libro 1)

CAPÍTULO 33

Dos días más tarde pudo Müller visitar a la jovencita Carleigh con el consentimiento de los padres, quienes se encontraban afuera de la habitación a la que fue enviada por su mejoría.

—Hola señorita Hanndorf —la saludo amistoso, intentando no ser delatado de su tremenda tristeza.

—Hola señor Müller, ya se a que ha venido —hablaba pausado.

Müller arrastro un poco la silla acolchonada y procedió a acomodarse cerca de ella.

—¿Cómo se siente? Supe que pronto le darán de alta, podras volver a tu casa.

—Bien, lamento de verdad que Adler esté grave —comento compungida.

Esa última palabra era como un golpe bajo que lo sacudía diariamente, añorando que todo se tratara de una pesadilla.

—Se completará una semana que no ha despertado y los médicos pronosticaban que lo haría en menos menos días —suspiro con disgusto—. Nárreme los hechos por favor.

—Estabamos hablando, me anuncio que siempre seria una amiga para él, eso me dolio —giro su rostro a otro lado del cuarto—. Asi que me fui molesta en direccion contraria creyendo que nada me pasaria.

—Luego, ¿que más sucedió? —concentrándose en su relato.

—Él me advertía que no diera un paso más, no obedecí a sus incesantes ruegos, por eso se fue tras de mí —sollozo arrepentida—. Él quería salvarme de caer y lo que hice fue lanzarlo conmigo al abismo.

—Todos nuestros actos tienen consecuencias y nuestros errores lo pueden pagan los demás —finalmente la miro seriamente—. Aprendió de la peor manera señorita Hanndorf pero lastimosamente a costa de otros.

—Adler abrirá sus ojos, yo sé que si —manifestó con lloro.

La señora konstaze se inmiscuyo imprudente y se posiciona al otro costado, tomando la mano de su hija.

—Señor Müller ¿usted recuerda aquella técnica que consistía en hablarle a los pacientes en coma? —injirió esta, en tono neutral.

—Disculpe señora, ¿qué fue lo que dijo?

No había puesto atención al relato de la madre, concentrado en lo que la hija le narraba de los acontecimientos.

—Si, que hay un estudio que revelo que un paciente puede despertar si escucha la voz de una persona muy cercana a él o que tenga un vínculo fuerte con la misma —objeto la señora Hanndorf.

Se preguntó brevemente ensimismado en esa alternativa.

—Me disculpan, fue muy grato hablar con ustedes.

A lo que caminaba al ascensor una pequeña esperanza le renació, nada se ha perdido.

Tocaron unos leves golpecitos a su puerta, era su padre ya más activo y lleno de vigor.

—¿Se puede? —pregunto con modestia.

—Si, claro papá —contesto a lo que tecleaba en el ordenador de mesa.

Él se acomodó en el borde rellenado que servía como sentadero en la ventana, soplaba el viento con mayor densidad y se alcanzaba a preciar los enormes árboles de la calle menear sus ramas.

—No me cansaré de agradecerte lo buena hija que eres, has sido mi bastón en el difícil trance que atravesé.

Litzy deja de mecanografiar y le concede una sonrisita que efímeramente se disipó de sus labios, siendo una alegría incompleta resguardando lo que la hacía desdicha delante de su progenitor, a quien amaba y admiraba en demasía.

—Papá, has hecho tanto por mí y la familia que es lo mínimo que podría haber hecho.

—Lo sé, por tal razón quisiera saber el porqué de tu cambio repentino.

Coloca juntas manos unidas sobre su escritorio y pensativa a la vez, era palpable de que había un motivo valedero.

—Litzy, puedes decirme cualquier cosa que te esté afectando —reitero el señor Thompson sonando lo más afable posible.

—¿Cuál cambio? Si solamente estoy así porque se acerca el final del semestre y es muy arduo sustentar un buen promedio académico.

—Bueno, sé que no me ocultas nada Litzy —pone su mano en su hombro al irse de su habitación.

—Nunca pienses eso —padre e hija se miraron por unos segundos.

En la soledad soportaba la inminente perdida de su novio, de veras le gustaría poder divulgarlo a diestra y siniestra su noviazgo ante los demás, a pesar de que su padre era un hombre comprensivo con sus hijas y que con Adler se llevó de maravilla, se tumbó en su cama permitiendo que escapara sus emociones reprimidas. Müller se decidió a ejecutar su único plan que para sí mismo era una disparatada, ahí en la terraza de la clínica conformada por cientos de pisos, contemplo el panorama de la noche en la ciudad y las bajas temperaturas no le afectaban comparado con la tortura de verlo agravarse cada dia más, la señorita Thompson sería su último recurso.

Der bewaldete palast (el palacio de la arbolada) comúnmente llamado de esa forma por estar circundado en su totalidad de gigantes árboles frondosos, que camuflaban a la edificación a más de la mitad de su tamaño. Esta era la residencia del señor Berthold y su familia que se componía de su querida esposa y sus tres hijos: Ernest el mayor que contaba con 22 años, estudiante de una famosa universidad británica inclusive el más consentido debido a su facilidad para negociar, serio y de poca sociabilidad, la del medio Maike de 20 años estudiante de otra memorable universidad en Austria, comunicativa esa era la palabra que la describía y el menor Frederick que era pacífico y bien hablado tímido hasta cierto grado, compartía una estrecha amistad con su primo Adler desde muy niños. Esa noche en la cena cotidiana, todos se reunieron por ese tiempo los mayores habían llegado a pasar una corta estancia en su suntuoso hogar.

—Quisiera darles mi opinión en relación al estado de salud de un familiar muy querido para nosotros —anuncio con un tono de voz armoniosa—. Es una verdadera lástima que el hijo de mi adorado hermano o sea mi sobrino vaya a perecer.

—¿Cómo que a perecer? —interrumpió Frederick con sospecha.

—Su situación es lamentable lleva una semana en coma —moviendo la copa de cristal vacía para que la empleada doméstica se la llenara de exquisito vino.

—Eso no significa nada, él despertará en algún momento —ignorando la mirada reprochable de su padre.




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