Perdón, por elegirte a ti. (libro 1)

CAPÍTULO 38

Cuando el sueño venció a Litzy a raíz del cansancio de estar de pie por largas horas en zapatos de tacón, su celular vibraba encima de la mesita de noche tras incesantes minutos que no dejaba de repicar, a lo que estiro el brazo para cogerlo y responde con sopor.

—Hola, ¿con quién hablo? —pronuncio a medias las palabras.

—Señorita Litzy, habla con el señor Müller —el tono de su voz animosa le auguraba buenas noticias.

—Hola señor Müller —contesto desaturdida—. ¿Paso algo?

Se enderezó en su cama tratándose de acomodar el flequillo desfilado que cubría una parte de sus ojos.

—¡Adler ha despertado, eso pasó señorita! —se le notaba su contentamiento.

Ella queda sin palabras para expresar la infinita dicha que le colmaba saberlo.

—Eso quiere decir, ¡que no tiene ninguna secuela producto del accidente! 

Su alboroto es escuchado por Müller, el aún no le diría de la otra cuestión.

—Si por supuesto señorita, usted sabrá comprender que él necesitara meses de reposo absoluto.

No quiso adelantarle las consecuencias que acarrearon de la espantosa caída.

—Lo entiendo, de que requerirá ciertos cuidados y le agradezco de verdad que me lo haya dicho.

Ni siquiera tenía una idea de las dimensiones de los supuestos cuidados que en realidad consistían en terapias físicas.

—De nada, señorita, solo hago mi deber y lo que es correcto hasta pronto.

Cuelga la llamada y se autoconvence que las cosas mejorarían, una nueva labor asume ahora alentar al jovencito en la difícil etapa que le esperaba, regreso al cuarto y una enfermera le tomaba la presión arterial, lo ve tranquilo, pero a la vez desconcertado, esta le acomoda la cama dejándolo en una posición de sentado.

—¿Recuerda quien soy yo? —pregunto al chico que lo analizaba con sus ojos azules celestes.

—Si, eres Edmund Müller —dice seguro—, pero no sé que clase de parentesco tengo contigo.

—Esta en lo cierto, ese es mi nombre y apellido, la verdad soy su guardaespaldas y mentor

Escondio sus manos en sus bolsillos como habitualmente lo hacía con frecuencia.

—¿Por qué tengo yo un guardaespaldas? No requiero de uno —torciendo la boca.

Era evidente que no poseía recuerdos íntegros de su vida y posiblemente tampoco pudiera reconocer a otras personas.

—Está obligado a precisar de mi servicio y de los demás guardaespaldas, entonces ¿no tiene conocimientos de quien es usted?

Müller pondero que hubiera perdido parcialmente la memoria.

—Soy un adolescente como cualquiera común y corriente —manifesto flematico.

—Se equivoca, puesto que pertenece a una familia con poder y desconocía a la vez.

—Es real —murmuro con visible descontento.

—Claro que esto es real —tomando asiento.

—En mis difusas memorias vi unas imágenes de una mansión llena de opulencia, aunque eso no me generaba felicidad.

A cada pregunta que le formulaba, su respuesta le daba a entender que odiaba su vida de algún modo.

—Esa es su vida, no sobra decírselo que muchos quisieran estar su lugar ¿cuál es su nombre? 

El chico se silenció por breves segundos, como no deseando pronunciarlo.

—Pues se las doy, me llamo Adler konstatin waltmannhausen wunderlich —replico apático.

De repente se presenta un médico quien no duda en pedirle al escolta la presencia de los padres del menor, a lo cual aseguro que venían en camino anotando algo en la planilla para luego largarse. Por Park avenue circundada por enormes edificios que servían de sedes empresariales, las gemelas transitaban vistiendo iguales, juntas llevaban abrigos de lana de tonos, eso si distintos; Lesly de violeta y Litzy de verde salvia, debajo de estos la típica camiseta y jeans con tenis blancos. Dialogaban respecto al recién conocido joven latino.

—Dime que es broma —incrédula a el descabellado propósito de su hermana en dar el siguiente paso a una relación amorosa.

—Nos gustamos hay química, y tengo la certeza que no pierdo nada con averiguarlo —manifestó Lesly placenteramente.

—¡Un momento! —poniendo su mano delante de ella para detenerla —¿te has besado con él?

—No, aun no,aunque desearía que sucediera deberías no  juzgarlo con anticipación a Manuel —retomando la caminata.

Le aconsejo no precipitarse a la ligera, su hermana se estaba enamorando perdidamente del colombiano.

—Bien, no lo haré, si me prometes que aún no te subirás a ese tren loco llamado aventura amorosa.

—Lo prometo —levantando su mano izquierda—. Y ya respóndeme lo que te he estado preguntando sobre Adler.

Cruzó de brazos aguardando impaciente su respuesta. Ella no quería mencionarle la novedad era tan reservada, dado su personalidad refrenando el abrirse a los demás en algo de vital importancia para ella.

—Te diré después, no estoy cómoda hablando de eso aquí —suspiro y miro a su alrededor.

—Bueno, si no hay de otra, lo pospondremos —conformandose con quedarse con la duda.

Entraron por la puerta giratoria de la edificación donde se localizaban las oficinas del banco al que su padre había solicitado un préstamo, les encomendó a sus hijas ir a consultar el estado de la deuda dado su extenuante horario laboral. El señor y la señora waltmannhausen no salían de su conmoción ocasionada por la incapacidad de su hijo en reconocerlos, como si ellos nunca fueran sido sus padres, el señor Berthold da unos toquecitos a la puerta de la sala de visitantes a lo que estos accedieron.

—Querido hermano, hace mucho no nos veíamos las caras —dice con hipocresía, Berthold.

 Pretendio en secreto que su hijo Frederick ocupara el puesto de su sobrino.

—¿Cómo estas Berthold? —alzando su vista a él.

—Supe que te hallaría acá en estos dificiles momentos, querido hermano —se inclinó para saludar a su cuñada—. Audrey, ¿cómo has estado?

Ella le corresponde cortésmente el saludo por respeto a su esposo.




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