Perdón, por elegirte a ti. (libro 1)

CAPÍTULO 41

En el cementerio nacional de la capital del estado de Arkansas todos se congregaron para despedir a una brillante y excepcional joven, que sin cesar ofrecía una sonrisa y positivismo a los demás incluyendo a sus amigos más cercanos con los que compartió sus últimos años de vida. Soplaba una fuerte brisa y el cielo opacado a una distancia conveniente Litzy era consolada por su mejor amigo Josh, ella cargaba entre sus brazos una fotografía grande de abby con marco plateado, sus lágrimas fueron inexistentes, no podía expresar públicamente el enorme vacío que su mejor amiga le había dejado su partida, se disponían a tapar el ataúd y daphne que estaba metida en el aglomerado gentío creyó pertinente que Litzy debía despedirse de abby, por lo cual juntas amigas van hasta ella.

—Litzy ve a despedirte de abby, es hora —enfatizo dahpne sonando lo más cálida posible.

Grace miraba los árboles alrededor que a escasos metros de ellos sacudían sus ramas proveyendo una torrencial lluvia, su semblante serio lo decía todo. Las tres jóvenes vestían a la par un vestido negro de luto corto con mangas largas y medias veladas oscuras con zapatillas cerradas de igual color.

—Hazle caso, es lo correcto por respeto a sus padres —reitero Grace.

Se mantenía taciturna, la pelirroja perdída en miles de pensamientos escurridizos, josh le susurro inaudiblemente al oído.

—Está bien, pero no me pidan que le diga adiós como si fuera a olvidarme de ella para siempre.

Se encaminó a la que seria desde ahora la última morada de su amiga llevando consigo misma el retrato de abby, los presentes le cedían el paso al lugar que descansarían sus restos se agachó y con una mano acariciaba el féretro y recordó aquella vez tan feliz por su reciente logro haber comprado su primer auto que la conduciría a su muerte, por supuesto no se despediría de ella tan solo sería un hasta pronto, le entrega la fotografía de abby a sus padres y luego sale corriendo no podía seguir allí, Josh y las chicas van detrás de ella.

Estudio una clase de guía adler el hijo de un magnate para ubicarse y andar libre y descomplicado por las calles de un barrio pobre de berlín, y a quien le debía ese placer pues a su primo frederick que se involucraba en cuanto lío pudiera, Müller estuvo al tanto de su loca idea de adentrarse a semejante zona de peligrosidad acondicionado por este a que solo le permitía ir si él los escoltaba lógicamente de encubierto, en las penumbras de su habitación con una linterna como único medio de iluminación se aprendió las principales calles y direcciones desvelándose en ello, su propósito era actuar de acompañante y evitar que algo le ocurriera. Bien temprano adler llevo a cabo la ejecución de su plan trazado acostumbrado a salirse con la suya, Frederick por su parte vistió humildemente como un chico normal de clase baja, antes de marcharse el señor Berthold que encendía su cigarrillo en su oficina lo mando a buscar.

—¿A dónde vas sin mi permiso? —dando bocanadas de humo por la boca su padre.

—Justo eso iba a hacer, papá —temeroso de que se negara a darle permiso—, iré a casa de mi primo, me invito ayer.

—¿Y esa ropa tan horrenda? ¿Por qué la usas? —inquirió irritado al sentarse en la silla de su escritorio.

—La quise usar ya después me deshago de ella, no tardare.

A su padre no le agradaba ni un poco verlo ponerse esos trapos, por costumbre se tenía que la ropa se usaba unas cuantas veces y luego se tiraba o donaba en bolsas negras a fundaciones de beneficencia.

—Eso espero, si no te castigare niño —amenazándolo como frecuentemente lo hacía—. ¡Ya lárgate!

Frederick a veces no entendía su forma de ser tan tirana con él y su madre, que se sumía en el alcohol casi todo el tiempo para sobrellevar la carga moral que era estar casada por conveniencia. Se reunieron como pactaron virtualmente los dos chicos de la misma edad, excepto que él había nacido a principio de marzo y adler a mediados de junio unos cuantos meses de diferencia. Su cuidador habló con los otros guardaespaldas, incorporando a los encargados de la seguridad del familiar de su misión, de que no los necesitarían que el respondería por su integridad. Se adentraron en esa parte de la ciudad alejada del centro de Berlín, en ese sitio las calles se avistaban desoladas, una que otra persona merodeaba en las esquinas con apariencia nada buena, un ambiente inapropiado para unos jovencitos de su clase social. el chico memorizaba el vecindario y sus fachadas, esmerándose en no perder interés en aquellos imperceptibles detalles.

—Müller, estaciónate aquí —le ordeno afanado adler.

—¿Seguro joven? Esta zona es decadente —observando de reojo por la ventana del vehículo.

Ningún testigo se divisaba muy oportuno así proseguirían sin generar perspicacia en algún habitante.

—Sabes que hacer Müller, permanece lejos de nosotros y no se te ocurra sacar tu arma.

—De acuerdo, como ordene joven —le respondió disconforme, no era una buena idea.

Ambos caminaron pausadamente orientados por la prodigiosa memoria de adler, el hombre de cabello entrecano con prudencia los seguía, cada edificio de vivienda tenía apartado un citófono que integraba los números de cada apartamento y una rejilla que evitaba el paso a particulares. Entonces Frederick retrocede su casete mentalmente recordando que habiba le dijo que su complejo de apartamentos no contaba con la típica seguridad, más bien era ausente aquel elemento. según sus calculos recorrieron más de la cuenta creyendo haberse extraviado, el rubio más alto tomo la iniciativa de preguntar dejando de lado lo educado y demostrando otra faceta de el aun sin descubrir. Una señorita que no sobrepasaba los 20 años de contextura delgada, que bajaba de su bicicleta rosada con llantas blancas, ingresa al edificio con una mochila a espaldas de ellos, vio la oportunidad de acercársele sin asustarla.

—Hola, ¿qué tal? —levantando levemente el mentón, Adler.




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