Perdón, por elegirte a ti. (libro 1)

CAPÍTULO 42

El ansiado día se hizo realidad en que Adler y Litzy se reencontrarían, el chico con la complicidad de su cuidador voló en el jet privado de uso exclusivo para él a nueva York, ya Müller había hecho los arreglos necesarios a su aterrizaje al bajar del avión Adler una sensación lo envuelve en particular, esto causa que sonriera y mejorara su ánimo a raíz del percance por el que atravesó, llevaba puesto la ropa que normalmente usaba en alemania desestimo cambiar de vestimenta con su suéter estilo niño mimado azul marino, pantalones caqui, tenis de cierre mágico igualmente del mismo color de su sueter, encima su abrigo largo de botones también de ese tono azulado. No tenía la menor idea en que concordaría con lo del tipo de abrigo largo excepto, que el de ella sería naranjado, Müller detuvo el auto y Adler desciende de este le apetecía andar unas calles hasta el punto acordado, mientras lo hacía rememoro cada escena el primer día que la vio en el auditorio hasta el último en que le pudo confesar sus sentimientos, la brisa fría de la ciudad le daba la bienvenida como si fuese pertenecido a esa tierra, distingue el caminar de su novia a cierta distancia con solo mirarla una inefable felicidad lo irrumpió de pie entre los miles de peatones aguardo por ella, esta corre a sus brazos inocentemente, él no puede creer lo afortunado que es de tenerla por fin cerca suyo.

—Hay un lugar al que quiero que vayamos, menos bullicioso —dijo Litzy sonriendo ceñida a él.

—Se hará tu voluntad, señorita —contesto en tanto le hacía mimos.

Con antelación el señor Müller la saludo y Adler le entrega su abrigo.

—Me da gusto saludarla nuevamente señorita Thompson.

—Señor Müller siempre tan formal, llámame Litzy por favor.

—Como usted guste, Litzy —le dijo educadamente.

—Tio, podrias traerme lo que traje para ella —le ordena Adler.

Su cuidador asiente  y se aleja  a continuacion una especie de envoltura con un bonito adorno rosado sostenia en las manos.

—Esto es para ti, es un minusculo obsequio se que te gustara mucho.

Litzy lo recibe y se da cuenta por su tamaño y peso  que son libros, suelta el liston y es una edicion de libros nuevos sobre poesia  de una editorial  famosa alemana.

—Pero, ¿como los obtuvistes? —alagada por un regalo como ese.

—No son tan caros donde los compre, no tiene importancia —enterrando el asunto para no generarle dudas.

La pareja se tomó de las manos, esa unión desencadenaría lo peor en un futuro próximo; sin embargo, Müller no haría nada, estaría inactivo hasta entonces. Ingresaron a un establecimiento modesto por esa misma calle, no poseía físicamente nada llamativo, pero lo paso por alto, lo más importante en ese momento era tener un agradable rato, sentados uno en frente del otro, sin parar de mirarse sosteniéndose las manos en la mesa, lo que ninguno de los waltmannhausen harían enamorarse de verdad, amar con el alma eso había hecho el menor de aquel oculto linaje.

—Alguien me prometió que iría a mi casa al regresar —manifestó de forma indirecta tocando una de flores de adorno de la mesa.

Se ríe Adler y corrobora su comentario captando lo que quiso decirle.

—Iré contigo a tu casa, haré lo que diga la señorita y fuera de eso tenemos que consumir las malteadas que ya ordenamos.

Hechizado con sus ojos cafés, sus mejillas, sus labios, todo le encantaba de ella.

—He intentado de algún modo no evocar la muerte de Abby —hablo con un hilo de voz—. Solamente hasta que te vi desapareció ese triste recuerdo.

Una media sonrisa se plasma en sus labios con brillo labial de un rosa intenso.

—Sé que ella era para ti tu mejor amiga, tu confidente y estuvo ahi para ti siempre.

Doblo los brazos sobre la mesa y diligentemente centra su atención en la señorita hermosa de triste semblante, quien era su novia. 

—Supongo no lo sé, que en sus últimos momentos fueron los más felices y tú estabas en ellos, debido a que había cumplido la meta que se había propuesto, su automóvil nuevo.

Lo que le dijo influye positivamente en su estado de ánimo brindándole un poco de quietud a su espíritu.

—Ella te dejo un recado conmigo —le confesó con una opresión en su pecho.

Se aproxima un chico que era empleado del local, colocándoles torpemente las malteadas causando que se regara una parte de ellas, Adler enarca las cejas sin mirarlo, lo contrariaba la ineptitud.

—Yo puedo tranquilo —le dice Litzy al muchacho, auxiliándolo en su inconveniente.

—Lo siento, de verdad —se disculpa nervioso.

—¿Es tu primer día como mesero? —le pregunto al chico de acento hispano, nada atractivo.

—Si, señorita —tartajea temeroso tal vez de perder su empleo.

Adler cambia su expresión de molestia por una de máxima observación, notando con prontitud otras cualidades halagadoras de ella; su comprensión y disposición en ayudar a los demás, algo de lo que el carecía por haberse formado en un entorno indolente ante los errores de los demás.

—No te preocupes, todos cometemos errores y hacemos las cosas mal la primera vez a medida que ejerces tu labor, mejoraras —tranquilizándolo Litzy.

—Estoy de acuerdo, todos somos imperfectos y nos cuesta aprender rápido —reafirmo acomedido, lo dicho por ella.

Lo dicho por él causo que el joven de tez morena y trastabillado al hablar se aliviara de no tener problemas con su jefe.

—Así que tranquilo, no te despedirán y no somos personas malas como otras —transmitiéndole risueña, una buena sensación al empleado.

 —No pondremos la queja, podrías hacerme el favor de pasarme el trapo que traes contigo.

El chico se intimidó ante su buena educación y hace lo que le pide, seguido Adler limpia la superficie de la mesa haciendo a un lado las malteadas, la neoyorquina jamás supondría que su novio se ofreciera a limpiar los desastres de otros.




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