Tengo que aceptarlo. La comida de mi madre no había estado tan mal como la imaginaba. No digo que normalmente sea una mala cocinera, las milanesas le salen geniales, pero es que no acostumbraba a cocinar, ni a hacer las cosas de la casa.
En nuestro antiguo hogar, teníamos a alguien que lo había por ella, y al tener su vida y su familia lejos, no pudo mudarse con nosotros de barrio para seguir trabajando como lo hacía.
Hasta que encontrara alguien que la reemplazara, serían muchos guisos como este, lo que nos esperaba.
Era tarde, y aunque había puesto mi mejor esfuerzo, no había podido volver a concentrarme en los libros. Tenía la cabeza puesta en cualquier parte, y los ojos fijos en la ventana que daba a su casa.
Desde que se había marchado, me descubría mirando a cada rato para saber a qué hora regresaría.
No entendía qué me pasaba, pero no podía pensar en otra cosa.
Está bien, tan lento no soy. Tenía una pista de lo que estaba ocurriendo aquí. Era más que lógico que la chica me gustaba, me parecía preciosa, y me caía muy bien cuando estaba en plan simpática. O sea, fuera de la escuela.
Y era de esperar que la aparición de su novio, amigo con derechos, o lo que sea que fuera ese Marcos, iba a despertar en mí un poco de celos. Pero es que no era solo eso.
Me desconocía.
Antes, con Luci, mi ex, había experimentado algo parecido cuando un chico de sexto año la había invitado al baile de fin de curso, pero eso no había sido nada en comparación. En el fondo, estaba seguro de que ella se negaría, porque siempre lo hacía.
Era una de las chicas más lindas de la escuela, le llovían ofertas a diario para salir y esas cosas, pero ella no hacía caso a nadie. Solo quería estar conmigo. Conmigo todo el tiempo.
Uf.
Hasta el pensamiento se me hacía agobiante.
Ahora pensándolo bien, creo que si hubiera salido con alguno de esos muchachos, me hubiera dado lo mismo. Así por lo menos me hubiera dado espacio para hacer mi vida también. Y no estoy hablando de salir con otras, no. Simplemente con mis amigos, pero el último tiempo ni eso podía.
De verdad no estábamos bien antes de mi partida... No entendía cómo podía seguir culpándome y culpando mi mudanza por nuestra ruptura.
Sacudí la cabeza molesto, y volví a mirar por la ventana
Me preguntaba si al final habían visto esas películas que él le había dicho por teléfono, o si en cambio, se habían pasado toda la tarde...
—Tití querido, llegamos. – anunció mi mamá desde el piso de abajo, interrumpiendo mis pensamientos. Ni siquiera había escuchado la puerta, o el auto al estacionar.
—Ehm, hola. – grité distraído. —¿Cómo les fue?
—Divino. – respondió abriendo la puerta de mi habitación –sin golpear– y comenzando a doblar la ropa que había tirada sobre la cama, apenas entró. —Todos tus amigos preguntaron por vos, y les dijimos que estabas estudiando porque ya habías entrado al equipo. Se mueren por venir a verte jugar.
—Má, ya sabes que el entrenador no va a ponerme todavía como titular. – le recordé, pero no pareció importarle, porque tenía la misma sonrisa de emoción.
—En un par de semanas vas a ser el goleador. – me aseguró. —Luci también estaba con su familia... – soltó como si nada. —Te manda muchos saludos, dice que ya no le respondes los mensajes que te manda.
Solté una risa áspera por la nariz. Tenía mucha cara...
—No le respondo porque son solo insultos. – contesté. —No se tomó muy bien que me fuera, está enojada conmigo.
—Si vas el fin de semana que viene al Club para el campeonato de Golf, estoy segura de que pueden solucionar todos sus problemas. – comentó optimista. —Además, no te podes pasar todos tus días libres acá metido estudiando. Para tu papá sería muy importante que fueras.
—Ya voy a ver. – dije pensativo. —La semana que viene hay partido, y aunque no vaya ni a tocar la pelota, el coach me necesita en el banco.
Suspiró desanimada y cuando estaba punto de decirme algo más, un ruido me distrajo por completo.
Una motocicleta había aparcado en frente de la casa del lado, y de ella se bajaba Bianca, sonriente y absolutamente hermosa, saludando con un beso a quien conducía. Marcos.
Ese debía ser Marcos.
De fondo, casi podía escuchar que mi madre seguía hablando de algo, pero hubiera sido imposible decir qué, porque no le estaba prestando nada de atención. En cambio, no podía apartar la vista de los bonitos ojos verdes de mi vecina, que brillaban contentos, cuando el tal Marcos le hablaba, sujetándola de la cintura con posesión.