—Vamos a empezar por dar unas vueltas a la cancha de fútbol. – señaló Juani sin mirarme. —Hoy hacemos atletismo y después vamos viendo.
—De verdad no tenés que hacer esto. – le dije levantando una ceja. —Se nota que este es el último lugar en el que querés estar.
—No me dejaron mucha opción, soy la nota más alta. – comentó. —Además las tutorías se ven geniales en mis reportes, y después me van a ayudar a sobresalir entre los demás estudiantes.
—Todos sea por tus honores. – sonreí burlona, porque francamente me parecía una estupidez la competencia que existía entre los mejores alumnos. Yo con pasar de año, me conformaba.
—Te da igual por qué lo hago... – se encogió de hombros, desinteresada. —Y a mí me da igual lo que pienses de mis razones, las dos estamos acá porque no podemos estar en otro lado, así que mejor ponete a correr, y ahorranos tanta conversación.
En eso no podía discutirle. Tampoco me hacía gracia tener que estar intercambiando con ella más que las palabras mínimas y obligatorias de esta hora. Cuanto antes se terminara, antes me podría ir.
Poniendo los ojos en blanco, comencé a trotar, sintiendo el impacto de la pista bajo la planta de los pies. El día estaba soleado y caluroso, y aunque tenía un poco de sombra, podía ver que otros estaban haciendo deporte en pleno sol.
Entre ellos, el equipo de fútbol.
A la distancia, Thiago y sus amigos, hacían ejercicios de estiramiento, y bromeaban entre ellos riendo. Con diferentes pecheras de colores, se diferenciaban en dos equipos, y el entrenador daba indicaciones que todos escuchaban con atención.
Cuando mi circuito me llevó más cerca de ellos, pude verlos mejor.
Estaban todos acalorados, cada tanto bebiendo agua, y Thiago acababa de vaciarse su botellita en la cabeza mientras daba saltos hacia los costados, concentradísimo.
—Qué hermoso que es... – casi gruñó Juani a mi lado, y sacó su móvil para hacerle una foto sin que se diera cuenta.
Fruncí el ceño porque aunque Thiago no me había parecido un chico feo, el verlo así, en plena actividad deportiva, tampoco me atraía tanto. Todo el concepto del deporte se me hacía tonto, y no entendía la fascinación que tenían algunos...
Pero entonces se sacó la camiseta.
Mojado con el sudor y el agua que se había derramado, jadeando por aire, el pecho subiéndole y bajándole, marcando cada uno de sus músculos...
Me tropecé con los pies y casi me caigo.
—Ay por Dios. – masculló a mi lado Juani, quedándose casi bizca. Ni caso a su alumna de tutoría que casi se había dejado los dientes en el pavimento.
Thiago, que tiene que haberse sentido observado, levantó la cabeza y alzó una mano para saludar.
Me corrijo.
Para saludarla a ella, a Juani. A mí me había ignorado por completo como si no existiera. Y claro, por fin le había caído la ficha de que no quería tener nada que ver con él.
La chica le sonrió, le hizo ojitos y le hizo una seña que entendí como que se verían luego. Acto seguido, me indicó que nos frenáramos a la sombra del árbol que yo siempre usaba para esconderme, y que hiciéramos algunos estiramientos, mientras ella se ponía a hablar por teléfono.
—Después de la hora de lengua me invitó a salir. – comentó a alguna de sus brillantes amigas. —No puedo creerlo, fue de la nada. – agregó emocionada.
¿De la nada? ¿Después de la hora de lengua no había sido nuestra discusión? – volví a mirar hacia donde estaba Thiago, y este justo estaba mirándome también. Al verse descubierto volvió a mirar hacia su coach y estiró los brazos para los costados, sujetándose los codos.
—Me voy a poner el vestidito ese que compramos el otro día. – se rio Juani todavía al teléfono, mordiéndose una uña. —Yo sabía que le gustaba, se le notaba. ¿No?
No. – tuve ganas de contestarle, pero no lo hice. Disgustada me alejé un poco de donde estaba y seguí estirando las piernas. ¿Qué me importaba a mí lo que hiciera esta con el chico nuevo?
—Es la cita perfecta para la fiesta de fin de curso. – siguió diciendo mi compañera. —La mejor alumna y la más popular, con el chico más lindo de todo el colegio. ¿Te imaginas? No voy a parar hasta que sea mi novio.
Más risas, y yo que sentía que los ojos se me iban a salir de sus cuencas de tanto echarlos para atrás. En serio, esa risa era como uñas en una pizarra. Me compadecía de mi vecino si tenía que escucharla esta noche por horas.
Moría por salir corriendo, pero en dirección contraria. Escapar por el estacionamiento ya mismo sin ser descubierta. Giré disimuladamente la cabeza, calculando todas mis vías de escape, y suspiré después con desánimo al darme cuenta de que no podía irme por un buen rato.
—Mañana te cuento cómo me fue. – agregó. —Porque si la noche sale como yo quiero, puede que vuelva a casa muy tarde. – insinuó.