Perdón por las mariposas

Capítulo 8

Después de eso, habíamos ido a su casa y nos habíamos reído por horas

 

Después de eso, habíamos ido a su casa y nos habíamos reído por horas.

Habíamos compartido historias y anécdotas que teníamos en común del idiota de Marcos y habíamos brindado en su nombre, por habernos librado de semejante pelotudo.

Sé lo que pueden estar pensando.

Cómo podía seguir de buenas con la chica que me había engañado, y que había estado con quien hasta hace instantes era mi chico, a mis espaldas, pero lo cierto es que no me importaba.

Claro está que Cami no era de esas amigas con las que uno puede contar todo el tiempo, ni a la que le confiaría mi vida, pero para unas risas estaba bien. Y creo que ella pensaba lo mismo de mí.

De alguna manera, las dos nos habíamos ayudado a abrir los ojos y finalmente cortar con el idiota, al que no pienso volver a nombrar... Así que de algo había servido su traición.

Además la alternativa era ir a casa y estar a solas con mis pensamientos, cosa que no quería. Me quebraría de seguro y toda esta sensación de superación se iría al diablo, y no quería llorar. No por él, no lo valía. Todas sus palabras me habían calado profundo, y si hasta ahora no había reaccionado, era porque además de ser una puta arpía, también era muy testaruda.

No quería estar mal y punto.

Saqué de mi bolsillo lo que alguien me había dado al entrar a la fiesta y tomándolo entre mis dedos pulgar e índice, lo encendí.

El humo dulzón inundó la habitación de mi amiga y disfruté cada segundo de aquello, porque se sentía genial después de tanto drama.

Estiré mi mano, ofreciéndoselo y ella negó con la cabeza.

—Después bajoneo helado como loca y estoy a dieta. – explicó y después vació su botellín de cerveza, haciéndonos reír.

   

Nada de lo que dijimos después tuvo sentido, por supuesto, como tampoco lo tuvo el hecho de que estaba de regreso a mi casa y era de día... Cuando parecía que solo habían pasado unas pocas horas.

Estaba tambaleándome cuando entré a mi habitación en busca de la mochila y casi me parto la cabeza con el escritorio. Me reí en silencio y bajé con las zapatillas en las manos para no hacer más ruido.

Pasé por el lado del sillón donde Amalia había llegado ya y se había desmayado, y tomé un par de billetes que asomaban de su cartera. Para el almuerzo, me dije.

La cabeza aún me zumbaba y por el reflejo que me había devuelto el espejo, podía decir con seguridad que todavía seguía borracha. Y tal vez un poco drogada, pero solo un poco.

Bueno, al menos me ayudaría a soportar la mierda de escuela.

 

Cuando llegué, me desplomé en mi asiento y como siempre hacía, saqué una lapicera y me puse a rayar la mesa. Hey, algunos escriben en sus diarios, otros tienen un blog, a mí me iba más escribir groserías en el mobiliario de la escuela.

Ni me enteré cuando el profesor entró y comenzó a dar su clase. Yo iba bajando en picada de donde estaba, y la cabeza empezaba a dolerme. Me sobé la frente con un gesto de molestia, despeinando mi corto flequillo, y creo que bostecé.

—Señorita Bianca, si la aburro, puede esperar fuera a que termine de dar mi clase. – sugirió con falsa amabilidad al verme.

Miré por la ventana y las entrañas se me encogieron. Afuera el sol ya brillaba con violencia, y solo imaginarme lo que esa cantidad de luz me haría, me entraban todos los males.

—No, estoy bien acá. – contesté encogiéndome de hombros. —Mejor si pudiera dormirme una siestita al fondo, pero me aguanto al recreo. – todos me miraron de golpe, por mi contestación tan impertinente y fue demasiado. Sus caras, mierda. Es que parecía que había ofendido a todas sus madres.

La risa se me fue saliendo de a poco, hasta que no pude controlarme más y me doblé en carcajadas. Eran tan ridículos.

—Póngase de pie, Bianca. – me ordenó y yo les juro que puse lo mejor de mí para cumplir lo que me pedía, pero el equilibrio me jugó una mala pasada, y terminé sujetándome de mi mesa y mi silla con un ruido espantoso.

Tan, tan fuerte que me hizo maldecir, porque me latían las sienes. Era un puto lío, tendría que haberme quedado durmiendo en casa...

—Pero mírese esas pupilas, por favor. – se quejó enojado el profesor, y yo me pregunté cómo diablos pretendía que me viera mis propias pupilas ahora. —Es vergonzoso que venga en este estado a la escuela, faltándonos el respeto a todos. – negó con la cabeza, y yo me cubrí la boca para no seguir riendo. —Se retira ya mismo a dirección.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.