Bianca
No decíamos nada. Solo estábamos parados allí, en medio de su habitación mirándonos sin saber qué hacer, así que tuve que romper el hielo para hacerlo todo menos incómodo.
—Tus viejos... – señalé la puerta y él negó con la cabeza.
—Mi papá está de viaje por el trabajo, y mi mamá salió a hacer las compras. – explicó. —Siempre vuelve para hacer la cena.
Asentí y me retorcí las manos. Él, que parecía estar más tranquilo, dejó mi mochila en el escritorio y me hizo señas para que me sentara si quería, pero yo dije que no. No podía seguir allí sin decir nada al respecto.
—Mierda, debes pensar que somos dos salvajes. – me miró sin entender. —Amalia y yo... Por lo de recién.
—No pienso eso. – contestó muy serio.
—Nunca antes se había puesto así, nunca me había... – empecé diciendo, pero me frenó.
—No tenés que explicarme nada, Bianca. – se encogió de hombros. —Me alegro que nunca lo haya hecho antes, pero si lo vuelve hacer, te podés quedar acá el tiempo que quieras.
—Sí, estoy segura de que a tus viejos les va a encantar la idea. – me reí con sarcasmo.
—Mi mamá va a estar de acuerdo, y por mi papá... Por él no te hagas problema que yo me encargo. – solucionó como si todo fuera sencillísimo.
Me quedé mirándolo porque parecía tan resuelto, que me hacía sentir algo... Algo en la panza. Justo después de que Amalia me pegara esa cachetada, él había entrado y se había puesto entre las dos, protegiéndome. Me había hecho sentir segura, y ciertamente era un sentimiento que se me hacía extraña. Y no sabía cómo reaccionar a él.
—¿Por qué lo hiciste? – quise saber, sin andarme con muchas vueltas, pero Thiago se encogió de hombros sin darme una respuesta, así que insistí. —¿Por qué me ayudaste después de como te traté?
—Porque quise. – se justificó. —Porque cuando te vi esta mañana sabía que no estabas bien, y sabía que ibas a necesitar a alguien...
—No entiendo. – lo miré con una media sonrisa torcida. —¿Por qué te molestaste? ¿Por qué te importa? ¿Por qué te importo yo?
Miró rápidamente al suelo cuando terminé de hablar y después se aclaró la garganta.
—Ya te dije que me caías bien, y eso. – contestó, esquivo. —Me gusta pasar tiempo con vos, la pasamos bien cuando no estás gritándome. ¿No?
Me mordí los labios ocultando una sonrisa y asentí.
—Yo te había dicho que no quería saber más nada de vos... – le recordé.
—¿Hubieras preferido que no hiciera nada hoy? – preguntó alzando una ceja. —¿Querías que hiciera como si no te conociera y ahora no tener que estar acá conmigo? – no dije nada. —No te estoy obligando a que te quedes, si querés podés irte.
Negué con la cabeza. No, no quería irme.
—Mira, Thiago. – empecé a decir de golpe, porque sabía que me costaría hacerlo, pero tenía que sacármelo del pecho y ya. —Perdón por haber sido tan bruja con vos... Tengo mis problemas, y vos siempre estás queriendo ayudarme. No estoy acostumbrada a que alguien quiera ayudarme, entendeme.
Él sonrió de manera adorable y me tomó de la mano que tenía hecha un puño al costado del cuerpo. Mi primera reacción fue soltársela, pero no me dejó.
—Relajate, no quiero hacer nada raro. – se rio. —Solamente que dejes de ser una bola de nervios. ¿Querés un té?
—¿No tenés algo más fuerte? – consulté, dejándome calmar por sus palabras, y por el modo en que me tenía sujeta. Apenas una caricia reconfortante, nada raro, como había dicho.
—Creo que mejor te preparo un café. – resolvió. —Es lo más fuerte que vas a tomar en mi casa.
Miré cómo salía del cuarto, dejándome sola en total confianza.
Si hacía caso a las cosas que decían de mí, jamás me hubiera dejado sola para que yo hiciera quién sabe qué cosas aquí dentro.
Podía rayar sus paredes, romper sus pertenencias, robármelas, o hasta prenderle fuego la casa... Pero él había confiado lo suficiente como para defenderme de Amalia, y ahora traerme a su casa y darme refugio sin preguntar ni pedir nada a cambio.
Miré a mi alrededor, poco sorprendida porque era exactamente lo que me había esperado encontrar.