Perdón por las mariposas

Capítulo 10

Aburrida tras varios minutos de espera, me recosté sobre su cama y me puse a ver mi celular. Tenía algunos mensajes de Catalina que quería que nos juntáramos otra vez ese día y posiblemente emborracharnos también. Pero no tenía nada de ganas.

Que hubiera dejado pasar lo que había hecho con Marcos, no la hacía de nuevo mi mejor amiga –miré la puerta cuando escuché que la ducha se cerraba. Y además el vecino me daba un poco de curiosidad, tenía ganas de seguir aquí en su casa para seguir picándolo y haciendo que se pusiera como un tomate, como hacía un rato.

Metí una mano a mi bolsillo y saqué un cigarrillo de su cajilla dejándolo sobre mis labios. Estaba a punto de encenderlo, cuando escuché a alguien decir mi nombre al final del pasillo.

El chico y su madre estaban hablando …de mí.

Alcé una ceja y con cuidado de no ser descubierta, me asomé apenas y pegué la oreja a la puerta.

—Su mamá no está bien, se puso violenta con ella. – explicó Thiago. —No quiero que vuelva hoy. ¿Puede pasar la noche en casa? Papá no tiene por qué enterarse.

—No me gusta guardarle secretos, Tití. – dudó y yo me mordí los labios.

—No me digas más así, mamá. – se quejó, ofuscado y me lo imaginé con sus mejillas coloradas y ese gesto que había puesto cuando yo lo había llamado así. —Y sabés muy bien que papá no dejaría que ella se quedara, ni siquiera quiere que la vea.

—Está bien, está bien. – aceptó. —Pero por favor no cierres tu puerta, y le dejas tu cama y vos dormís en el suelo. – exigió con tono severo y me tapé la boca para no reír.

¿Qué se pensaba que íbamos a hacer? Si la señora se dormía, y yo tuviera la mínima intención de hacer algo con su hijo, una puerta no iba a detenerme. Casi me daba ternura su inocencia. Casi.

Porque le ganaban mis ganas de molestarla y ponerla a prueba…

Ay, Nacha… No tendrías que haber dicho nada… – pensé con una sonrisa malvada.

 

Corrí a la cama otra vez porque había escuchado pasos que se acercaban, y me hice la ocupada mirando mi teléfono cuando Thiago entró.

—Tengo que ir al garaje a buscar algo. – me avisó, y entonces alcé la vista.

Mierda.

Oooh…

OK.

Estaba de pie en la entrada de su habitación con cara de hastío, y nada más que una toalla blanca colgando de su cadera. Boqueé pensando qué decir, pero no había respuesta rápida ni comentario sarcástico que se me ocurriera.

El chico estaba BIEN. Muy bien.

Ya había notado que tenía un físico atlético de alguien que hace deporte, era lógico ¿no? ¿Por qué me impresionaba tanto? Porque una cosa era imaginar lo que había bajo la ropa, y otra tenerlo semi desnudo en frente, lleno de gotitas de la ducha resbalando por ahí… Ahí donde comenzaba la toalla, y podían adivinarse otras cosas. Uf.

—De paso me llevo la ropa y me cambio allá, porque me olvidé de que estaba acompañado. – se rio tímido, rascándose la nuca, y de paso tensando los bíceps.

OK.

—Me parece que yo también me voy a dar una ducha. – dije cuando los ojos se me empezaban a cruzar.

Él asintió y pasó por mi lado a su guardarropa otra vez. Olía a jabón y shampoo y su piel se veía tentadoramente suave desde tan cerca.

Era una lástima que estuviera con Juani, que no fuera mi tipo… y que además fuera tan bueno conmigo. Sin cualquiera de esas cualidades, me hubiera divertido y bastante.

—Podes ponerte algo mío. – me miró, inseguro. —Si querés quedarte a dormir, claro.

Sonreí y con un asentimiento, saqué lo primero que vi de uno de sus cajones.

—No tengo a donde ir. – me encogí de hombros. —Gracias.

—De nada. – me sonrió y volvió a salir de la habitación. —Hay toallas en el baño. – gritó desde el pasillo.

Había que ver cómo le quedaba esa toalla desde atrás… No es secreto, los futbolistas tienen el mejor trasero de todos los deportistas, punto final. – y es lo único que me van a escuchar decir a favor de todo lo que tenga que ver con hacer ejercicio.

Sacudí la cabeza y me fui a bañar. Esta vez, claro, esperé a estar en el baño para desnudarme. El hijo ya me había visto desnuda, pero no tenía por qué infartar a la buena de Nacha…

Todavía.

 

El agua caliente salía con una presión tan espectacular, que me hacía cerrar los ojos de placer. Tendría que haber previsto que esta gente, con el dinero que tenían, no se ducharían en cualquier tina, como era la mía en la casa del lado.




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