Perdón por las mariposas

Capítulo 16

Ni siquiera quería moverme

Ni siquiera quería moverme.

Bianca seguía abrazada a mi cuello, y si quería estarlo por dos horas más, no sería yo el que la frenara. Ni el frío cruel que hacía, ni el calambre que tenía podrían hacerme cambiar de posición.

Sus sollozos se habían calmado y ahora respiraba más profundo, ya tranquila. Tenía el cuello del buzo todo mojado con sus lágrimas, y por la cantidad de maquillaje que siempre usaba en las pestañas, podía adivinar que además me había dejado un lindo dibujo negro, que no me quitaría con nada. Pero eso de mancharme la ropa ya se había vuelto algo nuestro. – pensé con una sonrisa.

—No quiero volver a casa. – murmuró con sus labios apoyados en mi cuello. —Amalia está con su pareja y no tengo ganas de interrumpirlos. Hoy tuvo franco en el trabajo y no tengo ganas de verlos o escucharlos.

Asentí, y antes de pensármelo mejor, solté.

—Vení a casa. – sugerí y ella se separó, mirándome seria.

—¿Tus viejos no están? – preguntó, confundida.

—Sí, están los dos. – contesté y más frunció el ceño. —Pero están durmiendo, ni se enteran.

Sonrió y su nariz colorada de tanto llorar hizo algo gracioso que me hizo sonreír también. Parecía otra chica totalmente diferente. Estaba preciosa.

—Vos estás loco. – sentenció. —Si me llegan a descubrir, te cuelgan de las bolas.

Solté una carcajada.

—No te van a descubrir. – le aseguré. —Entramos por la ventana sin hacer ruido y listo. – me miró todavía indecisa. —Yo salí hace un rato y ni me escucharon, no es la primera vez que vengo a jugar de noche.

Asintió más tranquila y se puso de pie para que nos fuéramos.

Caminamos en silencio hasta mi casa, muertos de frío, y cuando por fin llegamos, teníamos tanta prisa por entrar en el calorcito de mi habitación que trepamos el árbol en tiempo record.

Dentro estaba encendida la calefacción central, a diferencia de la otra noche cuando ella se había quedado a dormir, y la puerta permanecería desde un principio cerrada.

—Voy a cambiarme y vuelvo. – le avisé y ella solo asintió. Estaba tan apagada que no parecía la misma Bianca de siempre. Me dolía verla así. —¿Tenés que usar el baño?

—No. – respondió entre susurros. —No me quiero arriesgar a que me vean. Y es tarde, solo quiero dormir.

Asentí y antes de irme, le dejé la misma camiseta que se había puesto aquella vez.

Me miró con una sonrisa pícara y se la llevó al rostro antes de olerla.

—¿No la lavaste? – preguntó extrañada y yo sonreí, rascándome la nuca.

—No. – confesé y ella se rio. Tenía su olor, ni loco la habría lavado.

—Espero que a esos bóxer grises sí los hayas lavado. – bromeó y los dos nos reímos.

—Los lavé, aunque estaban para tirarlos a la basura directamente. – dije y ella siguió riéndose. Verla así, me encantaba. No podía verla mal, me hacía daño. Me alegraba de que por lo menos estaba empezando a sentirse mejor.

Quería abrazarla.

Quería abrazarla y besarla, en realidad. Pero no tentaría a la suerte, ni la espantaría con esas cosas, porque ahora no se trataba de eso. Estaba cuidándola. Le estaba haciendo compañía porque no se sentía bien, y no podía ser tan egoísta de estar pensando en esas cosas.

La dejé sola por un instante para que se cambiara, mientras yo hacía lo mismo y me aseguré de pasar por la habitación de mis padres para cerciorarme de que estuvieran roncando.

Y sí.

En la casa no volaba una mosca.

Me sonrió al verme entrar de nuevo y a mí el pulso me aleteó en el pecho de manera torpe. Casi tan torpe como me sentía en ese momento. Sin saber qué hacer con las manos, y teniéndola ahí, tan cerca, con nada más que mi camiseta blanca.

¿Siempre había sido tan transparente, o era la luz de la mesita de noche?

Llevaba solo su ropa interior debajo. Nada más.

 

Sacudí la cabeza, y abrí la cama para que nos metiéramos.

Esta vez, no teníamos el colchón porque después de aquella noche, lo había llevado de nuevo al garaje. De todas formas, ni lo habíamos usado.

Bianca se acurrucó en mi costado y yo la abracé dejando que apoyara la cabeza en mi pecho. Como si fuera un gatito mimoso, ronroneó y frotó su nariz en mi cuello, poniéndome el vello de punta. Que no empezara a hacer esas cosas, porque no podría soportarlo.

—Siempre oles tan bien. – comentó pasando las manos por mi cabello en una caricia.

—Vos también. – respondí inhalando el perfume de su cabello mientras le dejaba un beso en la coronilla, como si nada.

Se apretó a mi costado y se quedó allí unos minutos en silencio antes de hablar.

—Hoy fui a ver a mi papá. – dijo por fin. Ahora entendía por qué estaba como estaba. La había afectado ese encuentro.

—¿Hacía mucho que no lo veías? – pregunté para que siguiera contándome.

—Años. – suspiró. —Va a tener un bebé en unos meses, su nueva esposa está embarazada.

—¿Y a vos te molesta que haya rehecho su vida sin tu mamá? – quise saber y ella sonrió con tristeza.

—Cuando era más chica me molestaba, pero ahora me joden otras cosas. – explicó. —Me jode que viva en un barrio espectacular, que tenga un auto último modelo, que sean una familia feliz, y que ese bebé vaya a tener todo lo que yo no tuve. – enumeró. —Me jode que Amalia tenga que trabajar toda la noche hasta no poder ni con su cuerpo, y apenas nos alcanza para pagar los servicios. No es justo.

—No, no lo es. – acepté. —¿Él no le pasa nada de dinero a tu mamá para tus gastos?




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