Perdón por las mariposas

Capítulo 20

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Thiago

La hora de la cena esa noche, había sido una pesadilla.

Mis padres me esperaban con los brazos cruzados, terriblemente enojados por mi comportamiento esa mañana. Y entiendan que era la primera vez que me metía en líos por algo. Ni siquiera aquel día que nos habían pillado con Bianca en la cocina, había sido algo tan grave.

Sí, estaba con una chica y se había quedado a pasar la noche... Pero también era cierto que era un adolescente y esas cosas, pasaban. Tampoco era el fin del mundo. No creía que ninguno de los dos pensara que yo era un santo.

Pero de ahí a meterse en líos con la autoridad... Ahí es donde dibujaban la línea, me parecía. Estaban ofendidos, decepcionados y hasta avergonzados de que hubieran tenido que llamarlos por teléfono para decirles que yo no estaba en la escuela y me había escapado.

—Nunca habías hecho una cosa así. – dijo mi madre, preocupada.

—Es esa chica, ya te digo. – dijo mi padre, cruzándose de brazos. —Seguro te llenó la cabeza para que se escaparan. ¿Es que no te das cuenta de que juntarte con ella no te conviene?

Miré mi plato sin contestar.

A diferencia de las otras veces en las que habían tenido que aleccionarme por algo, esta vez no creía merecerlo. No pensaba que hubiera hecho nada malo, y la verdad, ya empezaba a enojarme cómo mi padre hablaba de Bianca.

No la conocía.

—No fue su culpa. – dije, defendiéndola. —Todos alguna vez lo hacen, no es para tanto.

—¿No es para tanto? – preguntó mi padre. —Te dejaron sin jugar el domingo, Thiago. – dijo y mi madre le ordenó con la mirada que bajara un poco su nivel de enojo. —Es que Nacha, parece que no tomara dimensión de lo que hizo. Con las excelentes referencias que vino del colegio anterior. ¿Qué van a pensar de él? De sus valores, de su familia... – negó con la cabeza.

Ahora de repente, esta pavada, tenía que ver con él.

Suspiré molesto.

—Te estamos pidiendo un poco de cordura, Tití. – dijo mi madre, más conciliadora. —No te decimos que no puedas verla, pero no estén haciendo estas locuras que pueden perjudicarte tanto. Jugar al fútbol es tu sueño, y me dolería muchísimo que arruinaras tus chances por estas cosas.

—¿Que no le estamos pidiendo que no la vea? – casi gritó mi padre, indignado. —Sí que se lo estamos pidiendo, por dios. Esa chica no tiene un futuro que arruinar porque ya está condenada, pero vos todavía podes hacer mil cosas. Ir a miles de lugares. Con tu talento, mis contactos y trabajo duro, podrías llegar tan lejos.

—Voy a seguir viéndola. – les advertí, obstinado. —No pueden decirme con quién me puedo juntar. – resoplé. —Ya me alejaron de mis amigos una vez cuando nos mudamos, ¿qué quieren, que me quede solo?

En el mismo instante en que terminé de hablar, me quedé helado. Era la primera vez que les hablaba de ese modo a mis padres, y me había impresionado tanto, que no sabía ni cómo mirarlos.

No pensaba pedir disculpas, porque realmente pensaba todo lo que había salido de mi boca, pero aún no entendía de dónde había salido mi coraje para responderles de ese modo.

Mi padre, al escucharme masculló que era un insolente, y se levantó de la mesa, iracundo, dejando su plato casi intacto.

Mi madre echó la cabeza hacia delante y me miró preocupada.

—No puede prohibirme que vea a Bianca. – insistí. —Es mi vecina, mi compañera de colegio y mi ...amiga. – agregué, aunque eso último no fuera tan así.

—No, no puede prohibírtelo. – estuvo de acuerdo. —Pero necesitas cuidarte, hijo. Es una chica con muchos problemas, no es como vos.

—No tienen idea de cómo es. – repetí, y ella me sonrió con ternura.

—¿Te gusta mucho, no? – preguntó y miré fijo mi plato. —Entonces cuidala. – dijo, sorprendiéndome. —Es una chica especial, que sufre desde hace tiempo, por eso se comporta así. No vive tu misma realidad, no tiene una familia bien formada que la contenga.

—Ya sé. – contesté.

—Escaparse de la escuela, irse de fiesta, estar emborrachándose con chicos más grandes, son todas maneras de llamar la atención. – comentó, apenada. —Ojalá puedas hacerle ver que no necesita hacer esas cosas para que la quieran. – se encogió de hombros.

Asentí despacio, todavía pensativo.

 

Por supuesto, después de esa noche, Bianca no venía a casa cuando estaban mis padres. Ni siquiera podía nombrarla.

Se había convertido un tema tabú en la mesa, y aunque habíamos vuelto a la normalidad olvidando esa discusión, sabía que todo seguiría así de bien, si ya nunca nombrara a la chica en presencia de mi padre.

Al menos para que se conservara la armonía.

Ahora, en el colegio era otra historia.

Desde que había dejado de ver a Juani, digamos que ya no era bienvenido a sentarme junto a ella y sus amigas en el aula, y había tenido que mudarme con mi vecina al fondo del salón. Ojo que no era una queja, ni nada parecido. A mí me encantaba estar cerca de ella, y tenía que admitir que me divertía mucho más con sus comentarios, que estando casi al frente con los profesores mirándome todo el tiempo durante la hora.

Pero es que parecía que por estar con ella, los demás me habían hecho el vacío.

Mis compañeros de fútbol apenas me hablaban, y los demás, se habían solidarizado con Juani porque había estado varios días triste, y también porque era la chica más popular de la escuela y nadie quería ponérsela en contra.




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