Clara se encontraba en el establo con Lluvia, su vieja yegua. Aunque ya no podía montarla por la edad tan avanzada del animal, le gustaba mimarla, acariciarla, hablar con ella. En ese momento le estaba dando de beber cuando un ciclón de pelo largo y oscuro entro en el establo.
—¡Clara, Clara!
—¿Qué pasa, por qué gritas así?—exclamó preocupada.
—Acabo de conocer a un hombre ¡Y vaya hombre! Es amigo de tu primo, si yo no estuviera enamorada hasta los tuétanos de Darío, me lanzaría a por él.
—¿Tanto alboroto por eso? Menos mal, ya me habías asustado, pensaba que había ocurrido algo malo.
—Pues no, estoy diciendo que acabo de conocer a un hombre que está… ¡Ay amiga! Haríais tan buena pareja.
—No líes la cosas anda, siempre igual, ya te pareces a mi abuela. «Ya tienes edad de pensar en buscarte un novio, no te puedes quedar sola» No entendéis que yo no necesito un hombre para vivir.
—Pero no sólo es increíblemente guapo, además es simpático, agradable, y tiene una carrera. Es médico.
—Pues me alegro por él. Sigo sin entender a que se debe tanta emoción hablando de ese tipo si ni siquiera tú, mi mejor amiga, casi mi hermana, no se acuerda de que día es hoy.
—¡Ay perdóname corazón! ¡Feliz cumpleaños!— ambas amigas se dieron un afectuoso abrazo.
—Muchas gracias. Ya te habrás enterado que a mi abuela se le ha ocurrido la genial idea de hacerme una fiesta de cumpleaños. Y no suficiente con eso, ha llamado a mi madre para que venga. No sabes cómo deseo que no lo haga, siempre que viene lo hace para humillarme, y una humillación pública es lo que menos me apetece.
—Lo sé, pero no te preocupes, seguro que ni siquiera se presenta. Odia todo lo que no tenga que ver con ciudades lujosas y fiestas glamurosas. Y si viene pues que le den, tú ni caso, ya sabes cómo es tu madre. Me duele decírtelo pero tu madre es mala.
—Pues sí, lo sé, que repercusión no habrá tenido mi fiesta que hasta Charlie me ha dado la noche libre en el pub. Eso sí que es un milagro.
—Lo que no consiga tu abuela no lo consigue nadie. Bueno me tengo que ir, a ver si Dani ya se ha ido de casa de tu primo.
—¿Quién es Dani?
—Por Dios Clara, pues el Dios griego del que te llevo hablando media hora. ¡Ah! por cierto, lo hemos invitado a la fiesta! Espero que no te importe.
—¿Por qué? No pienso meter a un desconocido en mi casa ¿Y si es un psicópata?
—Por faaa…—la miró con ojos suplicantes—No conoce a nadie, y aquí no hay más que carcamales, pobre chico déjalo venir, por favor…
—Vale de acuerdo, puede venir. Pero al más mínimo comportamiento extraño se tendrá que marchar.
—Ya verás que cuando lo veas no lo vas a poder echar, te lo aseguro, y por favor se buena con él. No te pongas borde como tú y yo sabemos, nos vemos luego.
—Adiós lianta.
Al fin terminó de darle de beber a Lluvia, y se dirigió a casa a ver cómo iban los preparativos de su fiesta. De mala gana empezó a ayudar a su abuela.
—Entonces ¿Sabes a qué hora llegará mi madre? ¿O no tiene pensamientos de venir?—Clara rezaba por lo segundo con todas sus fuerzas.
—Me dijo que vendría antes que empezara la fiesta. También me contó que quiere hablar contigo hija.
—¿Conmigo, de qué? Yo no tengo que hablar de nada con esa señora.
—Clara…—dijo Angelita en tono de reproche— Es tu madre, no la llames así.
—Sí, claro, jamás se ha portado como tal—Angelita le echó una mirada para que dejara ya el tema— De acuerdo ya no diré nada más.
Pasadas las seis de la tarde, llamaron a la puerta. Era su madre. Pero Clara se quedó boquiabierta, no había ni rastro de la mujer estilizada y elegante que ella recordaba. Estaba bastante más rellena y su cara muy estropeada. Eso sí, su maquillaje era igual de exagerado que años atrás.
—Hola hija ¿No le vas a dar un abrazo a tu madre?—siempre usaba la misma frase cada vez que se reunía con su ella.
—Hola mamá—cogió aire—Me alegro que hayas venido—mintió—Pasa no te quedes ahí.
—Hola Helena querida. Me hace muy feliz que hayas venido al cumpleaños de tu hija.
—He venido porque me has insistido mucho y porque tengo que hablar con Clara.
—¿Y de qué quieres hablar?
—Ha habido novedades en la familia. Novedades bastantes desagradables por cierto.
—¿Qué ha pasado?
—Resulta que tu abuelo hace más de veinte años se le ocurrió echar una canita al aire con su asistenta y la dejó embarazada. Hace poco hemos sabido de la existencia de la bastarda que tuvo.
—¿En serio? No me lo puedo creer, el abuelo haciendo una cosa así.
—Sí y por si eso no fuera suficiente—Helena dio un largo trago al café que Angelita le había traído—La bastarda apareció por casualidad en la vida de Álex. Ella era una vagabunda, una perra de la calle. Pero consiguió atraparlo con una mocosa, ahora hay otra bastarda más en la familia, y parece que a nadie le importa. Hasta tu abuela Matilde las acepta. A ese par de intrusas, y por si fuera poco ha tenido la desfachatez de llamar a la bastarda Nerea como mi hermana. He venido hasta aquí porque quiero prohibirte que las conozcas. Tú no tienes por qué mezclarte con esa gentuza.