Perdóname ángel ( Trilogía Destino #2) (2013)

CAPÍTULO 7

—¡Mierda! Ves maldita estúpida, por tu culpa he tenido que herir a este tío que ni sé quién es. mejor me voy, no quiero líos, pero ni pienses que me olvido de ti, me las pagarás—el individuo se fue en dirección a la puerta.

—¡Me importa muy poco lo que digas idiota! Esto no va a quedar así, ¿me oyes? Has herido a un inocente, el que me las va a pagar vas a ser tú—él ya había salido, no estaba muy segura si la había escuchado—¿Dónde te ha herido? ¿Estás bien? ¡Por Dios dime algo!—estaba realmente alarmada.

—¿Por dónde empiezo?—intentó sacar su humor para que se tranquilizara—Estoy bien, sólo ha sido un navajazo superficial, sobreviviré. Y si has terminado, ya podemos irnos.

—Estás loco, mira toda la sangre ¿Cómo puedes decir que estás bien, cuando es evidente que no? Te dije que te fueras, y no lo hiciste y ahora mira cómo estás por mi culpa, son demasiado cosas a cambio de nada. Por tu bien, si quieres seguir vivo aléjate de mí.

—Ser médico es una ventaja, yo me curaré, créeme—le cogió la cara con una mano—No es nada serio de verdad. No es culpa tuya me quedé porque quise—la soltó y se giró sobre sus talones—¿Nos vamos ya o es necesario que me desangre?

—Sí vámonos, te llevaré a casa, después volveré a recoger este desastre.

—No es necesario, si me hago un torniquete en el brazo, no me desangraré y podremos irnos, así no tendrás que volver.

—¿Un torniquete?—Clara observó la camisa que llevaba puesta, era su camisa favorita pero en este momento era necesaria, se la quitó y se quedó con la camiseta de tirantes verde que llevaba debajo—Creo que con esto puedes hacerlo.

—Yo no puedo mover este brazo—señalo al brazo herido—Confío en ti para que me ayudes, si es que quieres.

—Tú si no me enfureces no eres feliz ¿verdad? Claro que lo haré es lo menos que puedo hacer, sólo dime cómo.

Le quitó la chaqueta, que estaba manchada y rota. El navajazo también había roto la manga de su camiseta. Cogió un cúter y se deshizo del trozo de tela, él le iba indicando lo que tenía que hacer. Era inevitable sentir su brazo bajo su mano, era un tacto suave y fuerte, a veces se tensaba del dolor, pero el joven no perdió la sonrisa, sabía que así la podría tranquilizar un poco.

—Creo que ya está—se levantó del suelo y lo ayudó a levantarse a él y a sentarle en una silla, ya que se sentía un poco mareado.

—Sí, lo has hecho muy bien, de no ser por ti, me habría desangrado mucho más.

—De no ser por mí, ahora mismo estarías en tu casa, a salvo de los malos. Lo siento de verdad, creo que aún no te he agradecido nada, no acostumbro a hacerlo, pero cuando alguien recibe un navajazo por ti creo que es un buen momento ¿no?

—No hay de qué, no te hago perder el tiempo haz lo que tengas que hacer, son más de las tres de la madrugada.

—Sí más vale, mi abuela me va a matar, bueno ya lo arreglaré, quédate ahí y esta vez, hazme caso.

—A la orden mi capitana—levantó dos dedos a la altura de su sien en gesto burlón.

Clara terminó de recoger el estropicio que se había armado, había sillas tiradas y sangre por el suelo. Recogió y limpió en un periquete, cuando salió de nuevo del almacén se encontró a un adormilado Dani, otra vez sus pulsaciones subieron. Se acercó hasta él, le dio un apretón en el hombro.

—Dime que sigues vivo por favor.

El chico se removió en la silla hizo algún tipo de ruido y abrió los ojos.

—¿Qué pasa?—se fue a levantar y recordó el dolor de su brazo, y con él, todo lo que había pasado—Estás pálida, ¿te encuentras bien?

—Pensé que te habías muerto o algo así—le golpeó en el hombro—Me has dado un susto de muerte—le dijo mientras iba recuperando el color de su cara—Ya nos podemos ir.

—Bien ya era hora. Por cierto, ¿sabes conducir?—preguntó mientras ella bajaba la persiana metálica.

—Pues la verdad es que no, pero vamos que para conducir una bicicleta, no creo que haga falta un máster—tiritó, la verdad es que aquella madrugada de verano estaba siendo bastante fresca.

—No lo digo por eso. Toma—le cedió su chaqueta para que se la pusiera a fin de cuentas estaba en camiseta de tirantes y estaba helada—puedes quedártela no creo que me sirva de mucho.

—Lo mismo podría decir yo de mi camisa, pero bueno al fin y al cabo sólo es ropa—cuando se puso la chaqueta, aparte de sentirse mejor porque ya no tiritaba, su olor la embriagó— ¿Por qué quieres saber si sé conducir?

—Porque aquí está mi coche y por razones obvias no puedo conducir, ¿Qué te parece que te de una clase exprés ahora mismo? De alguna manera tenemos que volver.

—¿Yo?—preguntó sorprendida—¿Yo conduciendo? ¿Es que quieres que nos matemos o qué? Definitivamente estás como una cabra.

—Tú puedes hacerlo, tampoco habías hecho nunca un torniquete y mira—le señaló el brazo herido.

—No compares, no es lo mismo, yo no…—la convenció en cuanto él le puso cara de cachorrito abandonado—Creo que no tenemos opción, no me responsabilizo de lo que pase, que conste.

Llegaron hasta el coche, se subieron y entonces, Dani le explico más o menos lo que tenía que hacer, meter la llave, arrancar el coche, quitar el freno mano, pisar embrague y meter primera, después, pisaría el acelerador.




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