Clara entró en casa, por fin pudo refugiarse del frío. Estaba a oscuras cuando una silueta pequeña y dulce apareció en la escalera.
—Estaba preocupada ¿Dónde te metes muchacha?
—Se me complicó la noche, hubo mucha gente y acabo de llegar ahora.
Angelita la miró escéptica, había contemplado a su nieta en compañía de un apuesto joven, y entrando en su casa.
—Seguro que no ¿Por qué mientes?—preguntó la anciana divertida.
—No miento acabo de llegar.
—Sí, pero no del pub, sino de otro sitio—Clara la contempló completamente inmóvil—Cariño lo he visto todo. He visto con quién has llegado y dónde has ido antes de venir aquí, y aunque no te hubiera visto, esa cazadora te delata. No es tuya ni tampoco de nadie de por aquí.
—No es lo que piensas abuela—respondió con un matiz de nerviosismo.
—Lo sé, me gustaría que me lo contaras tú o se lo sonsacaré a él, elige cariño.
—Está bien, ahí va—cogió aire—En el pub hubo un pequeño incidente, él resultó herido…por mi culpa.
—¿Qué le has hecho?—preguntó la mujer alarmada.
—Yo nada, un hombre empezó a molestarme. Él se metió en medio y lo hirieron, no es nada serio, por eso he vuelto con él, y le he ayudado a curarse, nada más, después he venido aquí.
—Se podría decir que quizá te haya salvado la vida—«Esto funciona» pensó la mujer para sí misma—¿Es una especie de ángel verdad?
—Algo así, bueno y eso es todo. Ahora vuelve a la cama, es tarde.
—De acuerdo, buenas noches mi niña—y desapareció escaleras arriba.
Ya eran casi las cuatro de la madrugada entre unas cosas y otras. Una noche más era incapaz de conciliar el sueño, estaba muy cansada, pero cada vez que entornaba los ojos un momento, algo la despertaba. Al día siguiente era domingo y no había mercado así que, quizá podría aprovechar para quedarse en casa y dormir un poco más. Finalmente bajó al salón, puso la televisión se sentó un momento en el sofá, por unos minutos estuvo mirándola, pero después se quedó con la mirada fija en la ventana. Estaba empezando a llover, ella ya lo presentía desde esa misma mañana y se cumplió. Se quedó mirando las gotas de lluvia caer, estaba hipnotizada por ellas. Le dio un poco de frío, y lo único que tenía más a mano era la cazadora de Dani, no lo dudó y se la echó por encima. Volvió a sentir esa sensación de calidez. Se sentía tranquila y sosegada, olía a él, fresco y embriagador, era muy agradable. Con ese abanico de sensaciones y el tintineo de las gotas de la lluvia al fin se dejó vencer por Morfeo.
Amaneció un nuevo día y Dani despertó, era domingo, así que no tenía consulta que atender. Tampoco estaba en condiciones de hacerlo, a no ser que fuera algo grave. Con un poco de dolor se levantó de la cama, esa noche había dormido como hacía tiempo que no podía, no le costó nada y no se despertó en ningún momento, se sentía muy bien.
Después bajó a hacerse algo de desayuno, un café y algo de fruta nada más, cuando terminó su desayuno, tocaron a la puerta, fue a abrir y se encontró con una mujercilla mayor que venía a ver como se encontraba.
—Mi niña me lo contó todo. ¿Cómo estás? La verdad es que tienes buen aspecto.
—No es nada, ya se lo dije a ella. Pero no me cree nada de lo que le digo, estaba bastante preocupada, no sabe disimular. Por cierto ¿Dónde está?
—Pues sigue dormida. Es muy raro en ella y más cuando me la he encontrado hecha un ovillo en el sofá. Me imagino que se quedó viendo la televisión y cayó, pero aún no se ha levantado. Espero que no esté enferma, no he tenido corazón para despertarla, no duerme demasiado.
—Sí eso es lo que yo creo, pero si te quedas más tranquila puedo ir a verla ahora, dame cinco minutos y vamos.
—De acuerdo, aquí te espero. Ah y otra cosa—el chico se volvió—Muchas gracias por cuidarla, creo que es la primera vez que alguien ha hecho algo así por ella, me imagino que estará desconcertada.
—No hay de qué, no me lo agradezcas, enseguida vuelvo.
Llegaron los dos a casa, y la joven seguía en el mismo sitio. Dani sonrió al ver que aún conservaba su chaqueta para cubrirse del frío. Pero cuando se acercó, se dio cuenta que estaba bastante pálida, la tocó estaba ardiendo y empapada en sudor. Le quitó la chaqueta de encima para que pudiera sentir el aire fresco.
—Angelita, creo que tu nieta está enferma.
—¡Ay, no me digas eso hijo!—su voz sonó bastante angustiada—¿Qué le pasa a mi niña?
—Está ardiendo en fiebre y apenas puede abrir los ojos o hablar. No creo que sea prudente dejarla aquí. ¿Dónde está su habitación?
—Cuando subes las escaleras, la habitación del fondo ¿Se va poner bien verdad?
—Sí tranquila, no será nada, ya verás.
Cuando la cogió en brazos como buenamente pudo, se dio cuenta de que a pesar de que era capaz de carga cosas pesadas y transportarlas ella misma, no pesaba casi nada. Llegó hasta su dormitorio abrió la cama y la dejó allí. La habitación tenía carácter, como ella, era pequeña apenas si había espacio para una cama, un armario pequeño y una mesita, las paredes eran de color pistacho con una cenefa azul eléctrico, y en una pared tenía fotos de sus abuelos, de Esther y de ella misma, de niña, de adolescente y más actuales. Se fijó en la diferencia de la niña de uniforme, con coletas que lo miraba muy seria, y las de después, estaba igual de seria, pero sus ojos no trasmitían la misma tristeza de antaño. Luego en las fotos más actuales, volvía a ver aquella mirada de cuando era una niña, la misma que él tenía ocasión de ver cada vez que la tenía delante.