—¿Qué haces aquí? Deberías estar en tu casa, descansando—le gritó desde lejos, mientras ella se acercaba a su posición.
—Unos días me ha parecido suficiente descanso, no aguanto más, necesito hacer algo antes de que me vuelva loca.
—De acuerdo puedes quedarte. Se mira pero no se toca, o yo mismo te llevaré a tu casa como un saco de patatas.
—No te atreverás, antes de eso te cortaría las manos, pero como no quiero correr el riesgo, me estaré quieta de momento, claro. Sigue trabajando, para ser un matasanos se te da bastante bien trabajar en el campo, no parece que no tengas ni idea.
—¿Eso es un piropo? Bajas la guardia ¿Eh?—le guiñó un ojo.
—Ni lo sueñes, eso no era un piropo. ¿Cómo sabes tanto de la tierra si no la has trabajado nunca?
—Mi padre era agricultor y durante los años en los que viví aquí me enseñó y parece que no lo he olvidado del todo.
—Te enseñó bien, casi lo haces tan bien como yo—se recogió el pelo en una cola de caballo—¿Qué digo? Nadie lo hace mejor que yo, voy a ver tus logros, te dejo trabajar.
Fue a dar una vuelta por los alrededores, estaba todo bastante bien, la fruta y las hortalizas estaban creciendo sanas y fuertes, los animales estaban bien atendidos y rebosantes de comida. Visitó a Lluvia, hacía mucho que no la había visto y la echaba mucho de menos, vio que al igual que el resto de sus animales, tenía comida y agua, incluso la habían cepillado, era perfecto. Ella misma lo hubiera hecho igual. En aquel momento se empezó a dar cuenta que lo había juzgado mal, pensó que quería aprovecharse de ella, pero comprobó que no era así.
No pudo resistirse, necesitaba hacerlo, cogió el cepillo y empezó a cepillar a Lluvia, la yegua estaba encantada, también echaba de menos a su dueña. Clara le susurraba al animal palabras bonitas, la acariciaba con mimo incluso llegó a besarla en la frente, aunque su sabor no era demasiado agradable y le sonrió, no se dio cuenta que alguien, desde la puerta la estaba observando y escuchando todo lo que la joven hacía y decía. No quiso interrumpirla la veía tan contenta, como nunca la había visto, era cariñosa, muy cariñosa, aunque fuera con su vieja yegua. Ella se dio la vuelta y pegó un salto cuando lo vio, no esperaba que estuviera allí.
—Si le hablaras a las personas como le hablas a tu yegua, te iría mejor en la vida.
—¿Me estabas espiando?—quitó la mano de la mejilla de la yegua.
—Si te dijera que no, mentiría. Pero no vine a espiarte, sino a darte esto, es lo que llevas ganado en estos días de mercado.
Clara lo contó, había más dinero de la cuenta, era imposible que en sólo unos días hubiera ganado trescientos euros.
—¿Cómo puedes haber ganado en unos días, lo que yo no gano ni en un mes?—lo miró con el ceño fruncido.
—Bueno digamos que subí un poco el precio y a las mujeres no les importó pagar un poco más, no tengo ni idea de por qué pudo ser—le dijo haciéndose el inocente.
—¿Te las ligaste a todas verdad?—la pregunta la hizo con un toque de coraje.
—Yo no me ligo a nadie, simplemente fui amable y lo demás…vino solo.
—Me alegro por ti, voy a guardar esto en algún lugar—intentó salir de la cuadra, pero él no se lo permitía—¿Te puedes apartar? Aún no he aprendido a traspasar humanos.
—¿Molesta?—preguntó con humor.
—¿Yo, por qué debería estarlo?—sí estaba muy alterada y no precisamente por no poder salir de la cuadra.
—La furia que puedo ver en tus ojos, te delata.—siguió sin apartarse de la puerta. Estaba atrapada, no podía escapar y eso a él le divertía mucho, sobre todo cuando perdía los papeles.
—No te des tanta importancia, quítate de ahí, o te quitaré yo, no me subestimes, puedo hacerlo.
—No te subestimo, pero igual me gustaría verlo—se echó hacia la puerta, sabía perfectamente cuál sería su próximo movimiento.
Y no se equivocó, se abalanzó sobre él, intentando quitarlo de ahí, pero lo único que consiguió fue toparse con un muro duro. En unos segundos, se vio a sí misma en el suelo debajo de aquel muro.
—¿Ves? No eres tan fuerte como te crees—le inmovilizó las manos con una de las suyas, y con la otra le cogió la cara.
—Me las vas a pagar, y ya me debes unas cuantas, eres un maldito idiota.
—¡Cállate!— le tapó la boca de la única manera que pudo, con la suya. Pero no fue un beso suave ni mucho menos. Fue rudo y salvaje, lleno de deseo. Él mismo no sabía por qué lo hacía, pero lo necesitaba. Clara se resistió al principio, pero después se dejó llevar, no pudo resistirse, le gustó que no fuera un ñoño. Le gustaba ese lado salvaje y rebelde, no esperaba que pudiera ser así. Era su primer beso y para ella, no pudo ser más perfecto—Al menos he conseguido hacerte callar por una vez. Te voy a decir lo mismo que tú me has dicho, no me subestimes—y dicho esto abandonó la cuadra dejándola allí.
Se incorporó un poco. Estaba bastante aturdida, no sabía exactamente como sentirse, por un lado sentía un odio profundo por sí misma y por él ¿Cómo pudo ser tan idiota? Pero por otro lado, se sentía muy extraña. Le gustó saber que él también tenía un lado no tan amable y tan impulsivo.