—Aún no ha despertado, lleva más de dos días inconsciente ¿No crees que deberíamos llamar a un médico?
—No, estará bien, estoy convencido de ello, esperemos que cuando despierte nos diga que ocurrió.
Madre e hijo estaban en aquella habitación, mirando al ser que parecía inerte. La luz del atardecer entraba tímidamente por una enorme ventana que iluminaba aquella habitación tan ostentosa. La cama era de madera de nogal, parecía bastante antigua, a juego con aquella cama estaban las mesitas, un tocador y un gran armario. El suelo estaba enmoquetado de un color rojo sangre, y con una alfombra en color verde musgo que contrastaba perfectamente.
Mientras ellos debatían por su estado de salud, aquella persona que parecía casi muerta, volvió a la vida y abrió sus ojos. Observó a las dos figuras que estaban al pie de la cama, aquellos ojos se fijaron rápidamente sobre los suyos. Pensaban que era casi un milagro que hubiera despertado. Por fin habló.
—¿Dónde estoy?—su voz sonaba ronca, debido a que su garganta seguía irritada—¿Quiénes son ustedes?
—A ella no la conoces, es mi madre. Pero a mí sí, haz un poco de memoria—le dijo aquel hombre que era un total desconocido.
—¿Le conozco? No lo recuerdo ¿Cómo he llegado hasta aquí?— sintió que la cabeza le daba vueltas, intentó recordar su propio nombre, pero no lo consiguió—Sé que le va a sonar raro pero ¿Sabe cómo me llamo?
—Nos conocemos desde hace poco, pero sabes quién soy. Vamos bella ¿Tan rápido me has olvidado?
—Lo siento, pero no lo recuerdo, no sé cómo llegué aquí, no sé cómo me llamo ¿Cree que estoy bromeando?
—¿De verdad que no sabes tu nombre?—la joven negó con la cabeza—Eres Clara, la encargada de cuidar a mi hijo, trabajas aquí ¿No recuerdas tampoco a Luca?
—¿Me llamo Clara y trabajo aquí?—estaba muy confundida, su mente estaba en blanco. La única persona que parecía saber algo de su pasado era ese hombre, no le quedaba más remedio que confiar en él para intentar recordar—No me suena, creo que me pasó algo pero no recuerdo nada, mi mente está vacía.
—No te preocupes bella, ya recordarás—se acercó a ella—Yo soy Carlo encantado de conocerte de nuevo. Cualquier cosa que necesites saber pregúntame, te ayudaré.
—¿Tengo familia? No sé, padres, hermanos, abuelos…— en su interior tenía la sensación de que no contaba con nadie, pero por si acaso tenía que averiguarlo.
—No, no tienes por desgracia. Pero aquí tienes una familia de verdad si así lo quieres. Ella es Nana, mi madre y también está Luca, seguro que cuando lo veas te resultará familiar.
—Muchas gracias por el ofrecimiento, pero, tengo otra duda ¿Dónde vivo?
—Aquí por supuesto—decidió mentirle un poco antes que decirle la verdad, podría ser peor para ella—Antes vivías en otro lugar pero te mudaste aquí hace poco.
—De acuerdo, creo que no tengo más preguntas, al menos de momento.
—¿Tienes hambre querida?—preguntó una mujer de unos sesenta años, de pelo dorado como el sol y ojos oscuros como la noche—Llevas más de dos días sin probar bocado ¿Qué te apetece?
—Sí, ahora mismo me comería un elefante señora. No sé que me podría apetecer, lo que usted disponga estará bien.
—Muy bien querida, sigue descansando, enseguida vuelvo—cogió a su hijo del brazo y lo obligó a salir de la habitación.
Mientras tanto Clara se levantó de la cama y fue caminando hasta el espejo, su aspecto no podía ser peor, tenía el pelo revuelto y enredado, tenía mal color de cara y destilaba un olor a humo insoportable. Recorriendo la habitación, descubrió una puerta que daba a un baño enorme, en el centro predominaba una gran bañera de porcelana. Se dijo a sí misma que necesitaba un buen baño. Registró todos los muebles en busca de ropa, pero se sorprendió al no encontrar nada, finalmente encontró un albornoz, algo es algo. Cuando salió del baño, encontró una bandeja con comida, tardó poco tiempo en comer, estaba realmente hambrienta.
Al mismo tiempo en el piso de abajo había una conversación referente a ella.
—¿Por qué le has mentido? Esa pobre muchacha no sabe ni quién es, y si empiezas a mentirle ¿Cómo piensas que se pueda recuperar de ese modo?
—Yo no he mentido—encendió un cigarrillo—Más bien he maquillado la verdad. No voy a echarla a la calle ahora que se ha quedado sin nada.
—Dile la verdad de por qué está aquí. Lo de su casa lo de su abuela, todo, quizá así pueda recordar.
—Lo que pasó aquella noche tuvo que ser muy duro para ella. Algo tuvo que ver para que esté así. Su mente se ha borrado por ese motivo, eso cualquier psiquiatra te lo diría, su cerebro se ha bloqueado para no volverse loca.
—Insisto en que deberías decirle las cosas poco a poco, tiene que hacerse a la idea.
—De ninguna manera. Se quedará aquí por muchas razones, entre ellas, su integridad física. Alguien intentó matarla y aquí estará a salvo, además trabaja para mí.
—Lo que tú digas, pero si quieres seguir con este juego, conmigo no cuentes. No puedo mirarla a la cara sabiendo la verdad. Por cierto deberías hablar con tu hijo si no quieres que sea él quién le cuente algunas cosas. En cuanto a mí, me voy a Nápoles a ver a mis sobrinos, que tengas suerte y ojalá no te metas en ningún lío.