Perfecta para romperse

Prólogo

No todo lo que se rompe hace ruido. A veces, lo que más duele… es lo que se quiebra en silencio.

Clara Montel no hablaba de él. No con su madre, no con Leo, ni siquiera con Iris, que era la única que realmente la conocía. Había personas que se nombraban, y otras que se evitaban como si decirlas en voz alta pudiera revivir algo que nunca terminó de morir del todo.

Noah Eidan.
Vecino desde siempre. Amigo mayor de su hermano menor.
Chico de miradas largas y respuestas cortas.
El responsable —según Clara— de la primera vez que dejó de sentirse segura en su mundo perfectamente controlado.

Habían pasado tres años. Suficiente tiempo para que cualquiera lo dejara atrás. Pero Clara no era cualquiera. Clara era orden, estructura, silencio. Y Noah… Noah era la grieta que se había colado entre todo eso, el recuerdo incómodo que volvía cada vez que lo escuchaba nombrar.

Aquel malentendido —porque eso había sido, aunque ella aún no pudiera llamarlo así— había destrozado la imagen que tenía de él. Y en parte, también, la imagen que tenía de sí misma.
Él no explicó. No defendió su versión. Solo se encogió de hombros y dejó que el mundo creyera lo que quisiera. Después de eso, todo en Noah cambió. Como si, al perder lo poco que quedaba de su reputación, hubiese decidido no importar nada más.

Y ahora, años después, cuando por fin Clara creía haberlo dejado atrás, volvía a aparecer. No en una reunión familiar, no en una calle del barrio, sino en el único lugar donde ella sentía que podía empezar de nuevo: la universidad.

Él, entrando a primer año.
Ella, en segundo, con una beca exigente y un futuro cuidadosamente trazado.

Lo vio cruzar el campus esa mañana. Llevaba la misma chaqueta desordenada, las mismas zapatillas que parecían pedir auxilio, y esa expresión entre indiferente y burlona que tanto la descolocaba.

Él también la vio.

No se inmutó. Ni un atisbo de sorpresa. Ni de incomodidad.

Solo una sonrisa ladeada.

—Vaya, vaya... —dijo, deteniéndose frente a ella como si todo lo demás no existiera—. Clara Montel. Justo cuando pensaba que me había librado de ti.

Ella no contestó. No confiaba en su voz. Ni en su pulso.
Solo lo miró, tan fija y fría como pudo, y siguió caminando.

Pero en el fondo —muy en el fondo— sabía que algo acababa de empezar.

Porque los recuerdos duelen, sí.
Pero los reencuentros... duelen distinto.




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