“No todo en la vida es justo. Y a veces, lo más injusto es que haya gente a la que simplemente le resulte fácil existir.”
Eran las 08:17.
Un lujo para Clara Montel, que normalmente ya estaría corriendo a mitad del campus con una carpeta bajo el brazo y el estómago vacío. Pero ese jueves, su primera clase era a las once, y eso significaba desayuno lento, revisión de planos y silencio en casa. Todo en equilibrio. Todo como le gustaba.
Estaba sentada en la mesa del comedor con su taza de té, una libreta de dibujo, y los planos extendidos con pinzas para que no se doblaran en los bordes. El pan tostado, crujiente pero no quemado, acompañaba la escena casi como decoración.
Su madre ya había salido. El resto de la casa dormía.
Hasta que dejó de hacerlo.
Escuchó pasos torpes bajando la escalera. Unos segundos después, Leo apareció en el marco de la puerta, con el pelo como un nido y la ropa del día anterior.
—¿Recién llegas? —preguntó Clara, sin mirarlo del todo.
Leo se frotó la cara, ignorando el reproche disfrazado.
—Buenos días a ti también, hermana del año.
—No es broma, Leo. Mamá se quedó dormida en el sillón anoche. Te llamó como diez veces. Se notaba que estaba preocupada.
Leo resopló mientras sacaba jugo desde el refrigerador.
—Estoy bien. ¿No es eso lo que importa?
—Lo que importa es que la avises. Que seas considerado. Ya no eres un niño. No puedes seguir actuando como si no tuvieras responsabilidades.
—Justamente. No tengo responsabilidades. Acabo de terminar el colegio, ¿recuerdas? Me merezco un año sin presiones. Como hacen todos.
—No todos viven en este techo ni tienen una mamá que trabaja doble turno para darte “ese año”.
Leo la miró con fastidio, pero no respondió.
Clara se inclinó sobre su plano y empezó a sombrear una esquina, con movimientos medidos. El ambiente se volvió tenso, espeso, como si un comentario más bastara para encender la chispa.
Pero entonces una bocina sonó afuera, interrumpiendo la conversación.
Leo se asomó a la ventana y sonrió.
—Noah.
Clara levantó la vista, tensa.
—¿Vas a salir ahora?
—Sí. Me dijo que me iba a pasar a buscar. Vamos a ver unos trámites… o algo. —Leo hizo un gesto vago con la mano mientras bebía jugo directamente de la botella.
Clara frunció el ceño.
—Podrías tener un poco más de respeto y tomar en vaso, al menos.
—Relájate, Clarita. No estoy rompiendo ninguna ley.
—Sí, solo el código básico de convivencia.
Leo ya iba camino a la puerta cuando se giró de golpe con una sonrisa torcida.
—¿Quieres que le mande saludos?
Clara lo fulminó con la mirada.
No contestó.
Solo volvió la vista a su plano, aunque ya no lo veía con claridad. El lápiz en su mano temblaba levemente, como si el trazo dependiera de algo más que su pulso.
Noah Eidan.
Siempre Noah.
No tenía sentido que le molestara tanto.
Ni siquiera había pasado algo concreto entre ellos.
Solo era él.
Su forma de estar, de caminar, de mirar como si nada le afectara.
Esa arrogancia natural, ese aire despreocupado…
Ese “no esfuerzo” que, de alguna manera, siempre le salía bien.
Mientras Clara, en cambio, medía cada palabra, cada paso, cada decisión como si su vida dependiera de ello.
No era justo.
Y lo odiaba.
Aunque no supiera realmente por qué.
Clara caminaba hacia la universidad con el ceño ligeramente fruncido y la cabeza llena de ruido.
No era el tráfico. Ni el clima. Ni siquiera los planos que debía entregar a medio día. Era Noah, otra vez.
Le fastidiaba.
Pero ya no era solo por lo que era ahora… sino por lo que representaba desde antes.
Poco antes de terminar el colegio, hubo un malentendido. Uno tonto, incluso infantil.
Supuestamente, Noah había hablado mal de ella. Algo sobre su rigidez, su forma de mirar a los demás desde arriba, como si fuera mejor que todos.
Clara se enteró por terceros, pero lo creyó. No lo confrontó, no le dio espacio a explicaciones. Y él tampoco las ofreció.
> —No me voy a esforzar por defenderme con alguien que ya decidió odiarme —fue lo único que dijo una vez, cuando ella lo enfrentó sin escucharlo.
Desde entonces, el rechazo de Clara solo creció.
Le molestaba cómo se reía. Cómo caminaba. Cómo a pesar de no cumplir con nada de lo que ella consideraba “correcto”, le iba… bien.
Demasiado bien.
Ya en el campus, Clara se dirigía hacia la cafetería en busca de algo rápido para almorzar. Tenía todavía unos minutos antes de entrar a su clase, y pensaba aprovecharlos para repasar unas correcciones.
Pero algo —o alguien— detuvo su paso.
Noah.
Salía de la oficina de admisiones con un par de papeles en la mano.
Y no estaba solo.
A unos metros, Leo lo saludaba agitando el brazo, sonriente como siempre.
Editado: 02.08.2025