Cenar los tres juntos era poco común. Las agendas, los horarios, las salidas y el ritmo acelerado de cada uno rara vez coincidían. Pero ese jueves por la noche, por alguna razón, todos estaban en casa al mismo tiempo.
La madre de Clara sirvió la última porción de ensalada en el centro de la mesa, y luego se sentó con una sonrisa tranquila.
—Bueno… ya que estamos los tres —dijo mirando de uno a otro—, cuéntenme cómo va la semana. ¿Todo bien en la universidad?
Leo se encogió de hombros mientras partía su pan.
—Nada nuevo. Aunque Noah, por fin, decidió empezar a estudiar.
Clara apretó el tenedor. No dijo nada, pero su rostro fue imposible de disimular.
Leo la miró de reojo y sonrió, divertido.
—A Clara le encantó la noticia, por cierto.
—¿Ah, sí? —preguntó su madre, inocente, mirando a su hija.
—Sí —siguió Leo, saboreando cada palabra—. De hecho, Noah me dijo que su primera clase fue muy llevadera gracias a la ayudantía de Clara. Que fue muy amable, profesional… incluso simpática.
Clara lo fulminó con la mirada.
—No le hables más —espetó, sin levantar la voz—. De verdad, Leo. Ya basta.
—¿Qué? Solo estoy informando. Te está reconociendo como la gran mentora que eres.
Su madre los observó a ambos con un gesto cansado, pero sin perder la paciencia.
—¿Puedo saber por qué tanta tensión con Noah?
—Porque me molesta —dijo Clara, sin rodeos.
—¿Y por qué te molesta?
—Porque no debería estar ahí. Porque es... —vaciló—. Invasivo. Caótico. Se mueve como si todo le importara poco. Y encima tiene el descaro de actuar como si no entendiera por qué me incomoda.
—Ay, Clara… —suspiró su madre, dejando los cubiertos—. Ese chico probablemente ha pasado por muchas cosas. No todos tienen claro su camino desde el principio. A veces, cuando alguien pierde el rumbo, solo necesita un pequeño empujón.
Clara bajó la mirada al plato, sin ganas de seguir comiendo.
—No soy ese empujón.
—Tal vez no —dijo su madre con suavidad—. Pero eres una buena chica, y si puedes hacer que ese chico se enfoque un poco, aunque sea con tu ejemplo, valdrá la pena. A veces ayudar no es tan complicado.
—No estoy aquí para salvar a nadie.
Leo se echó hacia atrás, con la sonrisa aún en la cara.
—Eso dile a Noah. Porque al parecer, tu sola existencia ya lo tiene bastante motivado.
Clara lo fulminó de nuevo, mientras su madre reprimía una sonrisa.
Ella no dijo nada más.
Se limitó a cortar su comida en silencio, sintiéndose, una vez más, incomprendida.
Como si el único que notara su malestar… fuera el mismísimo causante de él.
Los jueves no eran sus días favoritos, pero Clara ya se había resignado.
La ayudantía le sumaba horas valiosas para el currículum, y aunque tener que cruzarse con Noah una vez por semana era un pequeño tormento, había decidido que no iba a dejar que eso la detuviera.
Además, era solo una clase. Una hora y media. Podía con eso.
Entró puntual, como siempre, saludando al docente y ordenando el material sobre el escritorio auxiliar. Mientras organizaba las hojas del ejercicio del día, escuchó el bullicio creciente de los alumnos entrando al aula.
Y entre ellos, claro… él.
Noah llegó último, como si tuviera un reloj personal ajeno al resto del mundo.
Se dejó caer en su asiento con esa mezcla de flojera elegante y despreocupación, que a Clara le sacaba más de un tic nervioso.
La clase transcurrió como siempre.
Clara caminaba entre las filas, supervisando los trabajos, anotando detalles, corrigiendo ángulos. Noah, como de costumbre, se distraía a mitad de camino, dibujando cualquier cosa que no tenía nada que ver con el ejercicio.
—Tienes que seguir la plantilla, no inventar tu propio sistema solar —le dijo Clara al pasar junto a él.
—¿Y si mi sistema funciona mejor que el tuyo? —respondió sin mirarla, dibujando aún una línea curva.
—Entonces paténtalo. Pero primero aprueba la clase —replicó, seca.
Noah rió por lo bajo, y Clara siguió su camino con las mejillas ligeramente encendidas.
Cuando la clase terminó, todos comenzaron a entregarle a Clara las hojas del día. Una por una. En orden, sin mucho que destacar.
Hasta que quedó él.
El último, como siempre.
Se acercó con su hoja doblada con torpeza, el nombre escrito con su letra inclinada y despreocupada. Clara extendió la mano para recibir el papel.
Pero Noah no solo entregó la hoja.
También tomó su mano.
Con intención. Con calma.
Sus dedos rozaron los de ella, y los envolvieron un instante más de lo necesario. No fue un accidente. Fue deliberado.
Clara alzó la mirada, desconcertada, pero él ya la estaba mirando.
Editado: 02.08.2025