El sonido leve de una puerta abriéndose la sacó del sopor.
Clara no se movió, pero agudizó el oído.
Sintió una mirada.
Esa sensación instintiva de saberse observada.
Abrió un ojo apenas y alcanzó a distinguir la silueta de Leo, su hermano, asomándose con cuidado desde el umbral.
Seguramente, solo para verificar si seguía ahí.
Nada raro… excepto que lo hacía en completo silencio.
Él no dijo una palabra. Solo miró por un segundo y luego cerró la puerta, dejándola otra vez en penumbra.
Clara suspiró. Se tapó la cabeza con la manta e intentó volver a dormir.
No sabía que la llamada de Noah había motivado esa “visita relámpago”.
Solo supuso que Leo quería molestar o curiosear, como siempre.
La verdad era más incómoda.
Y no lo sabría hasta mucho después.
Ese día no había ido a la universidad porque sus clases se habían suspendido, y la ayudantía, aunque valiosa, era prescindible solo por hoy.
Sobre todo considerando la carga emocional que le provocaba Noah.
Había avisado al profesor.
Había tomado una decisión que no le costaba en lo académico, pero sí le pesaba internamente.
Solo quería un día lejos de todo.
Durmió un poco más hasta que su teléfono vibró.
Era Iris.
> “¿Sigues viva? Fiesta mañana. No acepto un no.”
Clara resopló. No estaba de humor. Pero sabía que Iris no se rendiría tan fácil.
Respondió con un emoji de resignación, y con eso fue suficiente para que su amiga lo tomara como un sí absoluto.
El resto del viernes, Iris se encargó de hacerle imposible retractarse.
Llegó con una bolsa cargada de ropa, labiales, un rizador de pelo y su típica energía arrasadora.
—Hoy no acepto excusas —le dijo mientras le tomaba la cara entre las manos—. Necesitas reírte, bailar, respirar… Y no me digas que no tienes ropa porque ya pensé en eso también.
Clara se dejó llevar.
No porque quisiera, sino porque… no tenía fuerzas para resistirse.
Se duchó, se cambió, se dejó maquillar. El vestido que eligió Iris no era escandaloso, pero mostraba más de lo que Clara solía dejar ver. Su pelo caía en ondas suaves, y su rostro resaltaba con un maquillaje sutil pero efectivo.
—Estás de infarto —sentenció Iris—. Esta noche te lo vas a agradecer.
Clara se miró al espejo.
No era del todo ella. Pero no se veía mal.
Solo… vulnerable.
—¿Estás feliz con tu obra? —preguntó en tono burlón.
—Irracionalmente —dijo Iris, riendo—. Esta noche no quiero verte pensando. Solo fluyendo.
Clara bajó la mirada y asintió.
No sospechaba que esa noche…
el pasado le pisaría los talones.
Porque lo que aún no sabía, era que Noah también estaría allí.
Y que ni el vestido, ni el maquillaje, ni Iris podrían evitar que todo… se desordenara.
Noah no tenía planes para esa noche.
Al menos no concretos.
Había pasado el día como tantos otros: deambulando entre clases, rayando ideas en su cuaderno viejo y perdiendo más tiempo del que admitiría en pensar… en ella.
Desde que Clara había faltado el jueves anterior a la ayudantía, algo se le había quedado incómodo en el pecho.
No sabía si era culpa o simple inquietud, pero se le había metido como espina bajo la piel.
Así que, sin pensar demasiado, llamó a Leo.
Una excusa cualquiera: que si quería salir, que si había algo para hacer, que si armaban algo con el grupo.
Nada muy planeado. Solo una salida rápida.
Leo no tardó en contestar:
—Hay una fiesta esta noche, cerca de mi casa. Van algunos conocidos míos, no es gran cosa, pero igual puede estar buena.
Noah dudó apenas un segundo.
No por la fiesta.
Sino por el eco silencioso que “mi casa” traía consigo.
—Dale —respondió al final, con tono despreocupado—. Total, no tengo nada mejor que hacer.
Y era cierto.
No tenía nada mejor que hacer…
salvo tal vez seguir pensando en Clara hasta que lo aburriera su propia obsesión.
Esa noche no se arregló demasiado.
Camisa negra abierta apenas en el pecho, jeans oscuros y su andar relajado de siempre.
Lo justo para llamar la atención sin parecer que lo intentaba.
Sabía el efecto que provocaba y no necesitaba más.
La casa donde era la fiesta estaba a unas cuadras, ya vibrando de gente, música y vasos de plástico.
Un clásico.
Noah entró tranquilo.
Saludó a un par de conocidos, se ubicó cerca de la barra improvisada, y se sirvió algo para empezar la noche.
Y entonces la puerta se abrió.
Y ella entró.
Clara.
No necesitaba verla de cerca para saber que era ella.
Tenía ese andar firme, esa forma de moverse como si nada la afectara… aunque él sabía que sí.
El vestido no era demasiado revelador, pero la hacía ver distinta.
Más suelta. Más expuesta. Más increíble.
Editado: 02.08.2025