Perfecta para romperse

Capítulo 6

El local estaba lleno de risas forzadas y conversaciones vacías. Joaquín rodeado de sus amigos hablaba más fuerte de lo habitual, como si necesitara que todos lo escucharan. Clara estaba a su lado, pero no formaba parte de la escena. Solo sonreía cada tanto, sin ganas, tomando sorbos de una bebida que ya ni sentía.

—¿Y tú qué opinas, Clarita? —preguntó uno de los chicos, mirándola con burla—. ¿Te gusta que tu novio tenga más experiencia que tú? ¿O eso te asusta?

Las risas estallaron como una explosión incómoda.

Clara se sonrojó, incómoda, y bajó la mirada. Joaquín soltó una carcajada exagerada.

—Déjenla, pobrecita —agregó él—. A veces todavía no entiende algunos chistes. Es medio lenta para algunas cosas.

Y volvió a reír. Esta vez, nadie lo acompañó con fuerza, solo sonrisas tensas y miradas que no se atrevían a sostenerse en ninguna dirección. Clara tragó saliva. Sintió que algo dentro se rompía, pero aún no era capaz de ponerle nombre.

Horas más tarde, afuera del local, mientras él se despedía de sus amigos con un beso a la mejilla y una palmada en la espalda, Clara se quedó detrás, quieta. Cuando él se volvió hacia ella, ni siquiera le preguntó si estaba bien.

—No exageres, no fue para tanto —murmuró, encendiéndose un cigarro—. Además, si no aprendes a relajarte un poco, esto no va a funcionar.

Ella quiso responder algo, pero las palabras se le quedaron atrapadas en la garganta.

Clara caminó sola. No sabía hacia dónde iba, solo que necesitaba alejarse de todos. De él. De sí misma. Dobló en una esquina y se dejó caer en un banco de una pequeña plaza vacía. El aire fresco le golpeó el rostro, pero no la despertó. Estaba exhausta, confundida… vacía.

Lo que no sabía era que Noah la había visto salir del local. Desde lejos, había notado su forma de caminar, la expresión en su rostro, y ese gesto de apretar los puños como quien intenta contener un terremoto interno.

Noah lo había visto todo. La burla. El desprecio. El silencio de Clara.

Y no aguantó más.

Caminó con decisión hasta donde aún estaba Joaquín con uno de sus amigos. Se plantó frente a él, sin rodeos.

—¿Qué mierda te pasa con Clara?

Joaquín lo miró con desdén.

—¿Y tú quién te crees que eres? ¿Su niñera?

—No —respondió Noah, con la mandíbula apretada—. Soy alguien que no piensa quedarse mirando cómo la destruyes.

—Mira, el héroe... —se burló Joaquín, y antes de que Noah pudiera reaccionar, lo empujó con fuerza.

Fue suficiente.

Noah le devolvió el golpe, directo en la mandíbula. Joaquín retrocedió, trastabillando. Los pocos que quedaban en la salida del local gritaron. Hubo un segundo de caos.

Fue entonces cuando Clara apareció. Se quedó paralizada al verlos.

—¡¿Qué estás haciendo?! —gritó, corriendo hacia ellos—. ¡Noah, detente!

Noah soltó el brazo que ya tenía listo para un segundo golpe. Respiraba agitado.

—¡¿Qué te pasa?! ¿Por qué te metes en mi vida? ¡Yo no te pedí nada! —le gritó Clara, temblando.

Noah la miró, dolido. No por sus palabras, sino por lo que veía en sus ojos. Esa no era la Clara que él conocía.

—Porque no podía seguir viéndote así —dijo, bajando la voz, pero con firmeza—. No puedes decirme que estás bien. ¡Mírate! Te estás apagando, Clara… estás dejando de ser tú.

Joaquín, aún adolorido, se acercó.

—Mira tú, el romántico —bufó, antes de mirar a Clara—. ¿Este es tu plan B por si no funcionamos?

Y sin previo aviso, extendió una mano violenta hacia Clara. Noah se interpuso, pero no fue lo suficientemente rápido. El golpe, seco, le alcanzó el rostro. Clara cayó al suelo, aturdida.

Silencio.

El mundo pareció detenerse.

Clara se llevó una mano a la mejilla, sintiendo el ardor. Y por primera vez en mucho tiempo, sintió algo más fuerte que el miedo: furia.

Se levantó con dignidad, mirándolo a los ojos.

—Se acabó, Joaquín —escupió—. No me vuelvas a hablar. No me vuelvas a mirar. No existes más para mí.

Y sin esperar respuesta, dio media vuelta.

Noah fue tras ella, con el corazón latiéndole con fuerza, no por la pelea, sino por el dolor que llevaba meses conteniendo. La alcanzó a unos metros.

Clara caminaba a paso rápido, con los ojos enrojecidos, el corazón latiendo tan fuerte que le retumbaba en los oídos. La calle estaba desierta, solo las luces naranjas de los postes la acompañaban. Le ardía el rostro, pero más le dolía el alma.

—¡Clara! —la voz de Noah resonó detrás de ella, y sus pasos apresurados lo alcanzaron antes de que pudiera ignorarlo—. ¡Clara, espera!

Ella se giró de golpe, con los puños apretados y la rabia acumulada finalmente encontrando una salida.

—¿¡Qué quieres ahora!? —le gritó con los ojos húmedos—. ¡Esto es tu culpa, Noah! Todo esto… es tu maldita culpa.




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