Perfecta para romperse

Capítulo 7

El sol se colaba sin permiso por la cortina mal cerrada, directo a su cara. Clara apretó los ojos, molesta, y se dio la vuelta en la cama, solo para descubrir que no estaba sola. Iris dormía en la otra esquina, hecha un ovillo, con su abrigo aún puesto y una expresión de agotamiento en el rostro.

La cabeza le latía. No sabía si era por el vino, el grito de Joaquín o la pelea en la calle. Todo se sentía lejano y confuso, como si hubiese pasado en otra vida. Pero las marcas seguían ahí: los ojos hinchados, la garganta seca, la vergüenza metida en la piel.

Quiso levantarse en silencio, sin despertar a Iris, pero al hacerlo, la voz de su amiga se oyó detrás:

—¿Dormiste algo?

Clara no respondió de inmediato. Se quedó de pie, mirando al suelo, como si buscara una excusa para no hablar.

—Iris... ¿qué haces acá?

—Noah me llamó —contestó con suavidad—. Me pidió que viniera. Dijo que... que estabas mal.

Noah. El nombre le pesó. Le trajo de vuelta todo. El insulto de Joaquín. La pelea. El empujón. El momento en que Noah se interpuso y gritó. La forma en que la miró, como si todo le doliera en carne propia.

—No tenía por qué hacerlo —murmuró.

Iris se incorporó, apoyando los codos en las rodillas.

—Clara… —suspiró—. Esto ya no es solo una pelea de pareja. ¿Te das cuenta de cómo te trata? Ayer te insultó delante de todos. Otra vez. Te gritó, te empujó, y tú… aún estás intentando justificarlo.

Clara tragó saliva.

—Estaba borracho.

—No es la primera vez —Iris alzó la voz, pero enseguida bajó el tono—. Mírate, Clari. Estás desconectada de todos, de mí… ¿cuándo fue la última vez que hablamos como antes?

El silencio se volvió insoportable.

—Lo amo —susurró Clara, casi como una súplica. Como si aferrarse a esa palabra bastara para justificar todo.

Pero Iris no respondió con palabras. Solo la miró, con los ojos cargados de un dolor que no era solo suyo.

Clara estaba sentada en la alfombra, envuelta en una manta que Iris había sacado de su clóset sin preguntar. Tenía las piernas cruzadas, la mirada perdida y los ojos todavía rojos de tanto llorar. Iris, sentada frente a ella con una taza de té entre las manos, la observaba en silencio. Esperó a que la respiración de su amiga volviera a ser pareja antes de hablar.

—Clara… —su voz fue suave, sin juicios, solo contención—. ¿Sabes qué es lo que más me dolió de todo esto?

Clara levantó apenas la vista, curiosa.

—Ibas desapareciendo. Cada vez que lo veías. Te apagabas un poco más. Joaquín no te quería, Clara. Te controlaba. Te hacía sentir que tenías que agradecerle por no dejarte sola. Y tú... tú confundiste eso con amor.

Clara frunció el ceño, como si esas palabras le dolieran más que los golpes.

—No era tan simple... —murmuró—. Yo... pensé que lo necesitaba. Que él me hacía fuerte.

—No. Lo que hacía era debilitarte. —Iris dejó la taza sobre el escritorio y se acercó a tomarle las manos—. Pero aún no entiendo una cosa. ¿Por qué te aferraste tanto a él, si sabías que había algo podrido en esa relación?

Clara cerró los ojos. Un segundo. Dos. Luego, con la voz quebrada, susurró:

—Porque era más fácil odiarlo a él... que enfrentar lo que sentía por Noah.

El silencio se instaló en la habitación, espeso y denso como una niebla. Iris no se sorprendió. Lo había sabido desde hace mucho. Desde antes incluso que Clara lo supiera con claridad.

—¿Y qué es lo que sientes por Noah?

Clara no respondió. Solo bajó la mirada.

—Iris... no puedo. No después de lo que pasó en la escuela. De cómo me hizo sentir... de cómo lo bloqueé para protegerme.

—Pero no te protegiste. Solo construiste una versión de él que te hiciera menos daño. —Iris la miró con firmeza—. Y ahora que sabes que esa versión no era cierta... ¿qué vas a hacer?

Clara negó con la cabeza.

—No sé. No sé si creerle. No sé si confiar. Me cuesta.

—Entonces no le creas. Aún. Pero míralo. Escúchalo. Siente cómo te trata. Porque si te sientes protegida, cuidada, acompañada... tal vez no sea amor todavía, pero definitivamente tampoco es lo que tenías con Joaquín.

Clara tragó saliva. El nudo en su garganta volvía.

—¿Y si solo estoy confundida?

—Lo estás. —Iris sonrió con tristeza—. Pero no por él. Estás confundida porque empezaste a volver a ser tú. Y eso, Clara… eso asusta.

—Voy a irme ya —dijo Iris en voz baja, tomando la mochila del suelo—. Pero antes de irme… prométeme que vas a descansar. Que vas a pensar en ti. En lo que necesitas. En lo que te hace bien.
Clara, sentada en la orilla de la cama, asintió con los ojos enrojecidos.
—Lo intentaré…
—No, hazlo. No lo intentes. —Iris se agachó frente a ella, tomándole las manos—. No te dejes sola otra vez. Y yo tampoco lo haré. Esta vez me quedo, Clara. No importa lo que digas o cuánto lo niegues. Estoy contigo, ¿sí?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.