He aprendido a ver.
Solía escuchar, solía oír cada palabra, cada aleteo, cada suspiro. Solía escribir. Bien me conoces tú, perfecto extraño, al que escribo en noches absurdas sin ningún motivo en particular.
Tú, sólo tú, eres mi creación, la personificación de mis locuras, y sin embargo, estás lleno de cordura. Te he de encontrar si regreso un día a mi hogar, si decido no volver a escapar.
Te quedaste en silencio mucho tiempo, supongo era la mejor manera de reclamar mi atención. Lo conseguiste. Aquí estoy. Escribiendo, buscando, llamando. Tratando de calmar las ansias de abrazarte, de susurrar a tu oído las palabras que esperas oír de mí.
Regreso a tu encuentro después de tanto. Regreso a casa. Regreso a comentarte todo lo que han visto mis ojos. Regreso a ti.