— Fallaste, idiota — dijo Lucas una vez más esquivando las balas. Sacó su arma de su cintura y disparó tres veces, un tiro a cada hombre sin matarlos; esa no era su intención.
Los tres sujetos quedaron heridos, y de sus cuerpos brotaba liquido rojo. Lucas victorioso dio patadas mientras les arrebataba sus armas. Luego entró al interior de la vivienda, corrió hasta el ático donde guardaba la caja fuerte y coloco todo el dinero en una maleta. La cargó por delante y bajo rápidamente hasta la puerta de entrada, donde encontró al taxista aterrorizado por los disparos.
— Joven, ¿está bien? — exclamó el hombre, soltando un suspiro de alivio al ver a su cliente sano y salvo —. Joven he llamado a la policía...
— ¿Cómo? — Lucas puso una cara de sorpresa y maldijo en sus mente.
«será ingenuo o tonto »
Camino de prisa hasta el vehículo y pidió al taxista que lo dejara conducir. El hombre temiendo que esos criminales volvieran a disparar, no dudó en ceder a la petición de su cliente. Lucas, quien conocía muy bien las rutas, tomó un camino alternativo y huyo del lugar sin respetar las normas viales.
Durante el trayecto, se escuchaba las sirenas de policías dirigiéndose a Sinaí. Sin tomarle importancia. Lucas logró llegar en un tiempo record a la ciudad, al punto de encuentro donde lo esperaban Riss y Kelvin. Agradeció al taxista y corrió al auto sin placas de Riss.
— ¡Mierda Riss! — golpeó molesto los cristales de la camioneta —. ¡Tenemos a la policía sobre nuestro talones!— ordenó mientras subía al vehículo. Rápidamente tomó la radio y avisó a Kelvin que también huyera de la ciudad. Así los tres emprendieron su fuga.
— ¡Acelera, más rápido! — Lucas apresuraba a Riss, quien conducía por las calles superando los límites de velocidad mientras las sirenas policiales los seguían de cerca.
Kelvin desde su moto, observaba a distancia y calculaba la cercanía de los agentes.
— Están a menos de un Kilómetro — reportó Kelvin a través de la radio.
— ¿Hay algún atajo? — preguntó Lucas.
— A dos kilómetros más al norte — el de la moto respondió.
Lucas miro hacia atrás frustrado.
«ese taxista imbécil »
Lucas y Riss corrían a toda velocidad en la autopista, pero el auto de pronto comenzó a sacudirse de forma alarmante y a perder potencia. Los músculos de Riss se tensaron, y una gota de sudor resbaló por su frente mientras sus ojos se clavaban en el tablero parpadeante.
—¡No ahora! —murmuró en un tono apenas audible, como si estuviera rogando un milagro.
—¿Qué está pasando? —preguntó Lucas, notando la creciente angustia en el rostro de su conductor. Las sirenas de la policía se escuchaban cada vez más cerca, amplificando el ambiente de desesperación.
Riss tragó saliva, incapaz de mirar a su jefe a los ojos. —Lucas… el auto… ya no tiene gasolina —admitió finalmente, su voz temblorosa.
Lucas cerró los ojos un instante, tratando de controlar la furia que lo embargaba. Sin pensarlo, estrelló sus puños contra el asiento delantero, y luego volvió su mirada helada hacia Riss.
—¡¿Eres novato o qué mierda, Ricardo Vélez?! —vociferó, pronunciando su nombre completo como si fuera una sentencia de muerte. Riss bajó la cabeza, consciente de que había cometido el peor error de su vida, sabia cual era su destino. Observo a Lucas sacar su pistola, y el frío metal brilló en su mano—. Voy a tener que dispararte aquí mismo por esta estupidez.
Pero antes de soltar el gatillo pidió que se comunicara con Kelvin para que regresara por él. Riss respiró hondo, sabiendo que su vida pendía de un hilo, pero aun así, obedeció. Con manos temblorosas, comunicó a Kelvin su posición y la gravedad de la situación. Apenas terminó de hablar, el motor del auto se apagó, y el silencio se hizo opresivo, apenas roto por el creciente aullido de las sirenas policiales que se acercaban como bestias de caza.
—¡Fuera del auto! —rugió Lucas, y ambos se lanzaron fuera del vehículo, cayendo sobre el asfalto caliente. Se pusieron en pie de inmediato y empezaron a correr como si sus vidas dependieran de cada paso.
El vehículo abandonado provoco múltiples choques en la autopista, eso les dio un poco mas de tiempo para correr.
El corazón de Riss latía desbocado mientras sentía el peso de las decisiones equivocadas aplastándole el pecho. Cada sonido, cada sirena le recordaba su fallo, y el rostro enfurecido de Lucas permanecía grabado en su mente. La distancia entre ellos y las luces de la policía disminuía peligrosamente; ya no solo los escuchaban, podían ver el reflejo de las luces azules y rojas iluminando la autopista.
Riss maldecía una y otra vez en su mente. Nunca debió haberse distraído con aquella chica de ojos claros. Recordó el momento en que ella lo envolvió en una charla, mientras él olvidaba completamente su misión. La culpa lo golpeaba con la misma fuerza que las imágenes de Lucas, lleno de ira, disparando su arma hacia él.
—¡Más rápido! —gritó Lucas, y Riss, jadeando, aceleró el paso, aunque sus piernas ya comenzaban a sentir el ardor de la fatiga. Sus pulmones parecían querer estallar mientras ambos corrían entre los arbustos y buscaban cualquier rincón para ocultarse, pero no había lugar seguro en aquel tramo de carretera desierta.
La suerte de los hombres parecía trazada, finalmente serian atrapados, la policía ya estaba a tan solo metros de distancia. De repente, a lo lejos, una figura en movimiento apareció como un destello en la noche: Kelvin, en su moto, acelerando hacia ellos.
—¡Vamos! —exclamó Lucas, extendiendo el brazo hacia Kelvin. El motociclista, sin disminuir la velocidad, hizo una maniobra precisa y peligrosa, alcanzándolos en el último instante posible.
—¡Arriba, rápido! —gritó Kelvin mientras frenaba lo suficiente para permitirles subir.
Con los músculos temblando y el terror latente, Lucas y Riss se aferraron a la moto, retando las leyes de la física. Kelvin aceleró al máximo y, en segundos, la brisa les golpeó el rostro mientras las luces rojas y azules se desvanecían lentamente.
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Editado: 27.11.2024