Perfectos Criminales

Capítulo 9

Tras el allanamiento a Puerto López, Gabriel Vega, uno de los narcotraficantes más poderosos de la región, había logrado eludir la justicia una vez más. Se decía que sus conexiones con los cárteles mexicanos eran profundas, aunque la verdad nunca se había revelado por completo. Después de un juicio controvertido, la sentencia fue clara: libertad. La fiscal Paula Córdoba, quien había estado al frente del caso, no se había pronunciado aún. Los periódicos y noticieros cubrían la importante notica.

En la base de Puerta Victoria todos estaban atentos al reportaje de la TV.

"Gabriel Vega, uno de los narcotraficantes más grandes de la región, sobre quien se rumorea que tiene vínculos con cárteles mexicanos, ha sido puesto en libertad tras un polémico juicio. La fiscal Paula Córdoba aún no se ha pronunciado al respecto."

Aplausos resonaban por toda la imponente mansión de Puerto Victoria. La sala, rebosante de personal, se encontraba reunida en un ambiente cargado de emoción. Algunos estallaron en gritos de alegría, otros se abrazaban como si el temor hubiera finalmente desaparecido. Todos, sin excepción, celebraban la libertad de su jefe absoluto, Gabriel Vega. El aire estaba impregnado de euforia y de una sensación casi palpable de victoria, mientras los murmullos de la multitud se entrelazaban con el eco de la noticias.

— ¡Bien!. Vega uno, Brito cero —se escuchaba en medio de las ovaciones. Janely, cruzada de brazos, observa a sus hombres con una ligera sonrisa.

— Hay que agradecer a nuestra dama Janely Vega por hacer esto posible — gritó un hombre desde la multitud, interrumpiendo el mar de ovaciones. En un instante, todos los ojos se volvieron hacia la mujer de baja estatura que, con su cabello castaño cuidadosamente peinado, se encontraba de pie detrás de ellos. Su presencia, siempre discreta pero imponente, calmó momentáneamente la excitación de la sala.

Janely levantó una mano con una ligera sonrisa, su rostro impasible, como si la admiración que le profesaban fuera parte de su vida cotidiana. La multitud, expectante, aguardó sus palabras.

— Escuchen bien — dijo Janely, con voz autoritaria que cortó el murmullo en la sala. — Con la liberación de mi hermano, tenemos mucho trabajo por delante. Además de recibir la mercancía de los mexicanos, también nos encargaremos de los negocios en Puerto López.

A medida que sus palabras se propagaban por la habitación, el ambiente comenzó a transformarse. La euforia de antes se diluyó, reemplazada por una tensión palpable. Las miradas de algunos hombres se deslizaron, casi imperceptiblemente, hacia Joel. Él estaba allí, de pie, cruzado de brazos, con una expresión impasible que no dejaba entrever ni aprobación ni desdén. Su postura erguida contrastaba con la ligera incomodidad que comenzaba a extenderse entre los presentes. Janely lo observó un instante, pero no dejó que la mirada ajena afectara su discurso.

Los murmullos entre los hombres se hicieron notar, sus voces bajas apenas audibles pero llenas de curiosidad y especulación.

— ¿Qué cambios? ¿Será por la pelea entre Joel y Lucas? — comentaba uno, mientras otro asentía con cautela.

Janely no tardó en responder, con una firmeza que hizo que la sala se enmudeciera por completo.

— Desde hoy, habrá cambios en esta mansión. — Su mirada recorrió el rostro de cada uno, deteniéndose brevemente en los ojos de quienes aún dudaban de su autoridad. — Lucas y Joel, después de su pelea de hace dos días… ya no tienen autoridad aquí.

Las palabras de Janely colisionaron en el aire, sembrando una mezcla de sorpresa y desconcierto entre los presentes. La noticia era tan inesperada como decisiva, y aunque algunos intentaron esconder su inquietud, todos entendieron que las reglas en la mansión de Puerto Victoria habían cambiado para siempre.

Lucas y Joel permanecían en silencio, sus ojos se cruzaban en intervalos breves, pero cargados de significados no dichos. La atmósfera se cargaba de tensión con cada intercambio de miradas, como si la disputa que había estallado entre ellos dos días atrás aún no hubiera encontrado un cierre. Los hombres que habían llegado de Puerto López seguían las órdenes de Joel con disciplina, lo respetaban profundamente y lo consideraban la máxima autoridad después de Gabriel. Para ellos, el liderazgo de Joel era incuestionable, pues era quien les había guiado en las sombras y en los negocios, y su palabra tenía peso.

Sin embargo, en la mansión de Puerto Victoria, la situación era muy distinta. Los hombres de la casa, aquellos que llevaban tiempo sirviendo a Gabriel, no veían a Joel como líder. Su lealtad seguía firmemente atada a Janely y, en su defecto, a Lucas. Ambos habían comandado la mansión juntos durante años, y para los hombres que formaban parte de ese círculo cerrado, Joel aún era solo un intruso. La confrontación tácita entre él y Lucas no pasaba desapercibida. Nadie se atrevía a hablar, pero todos podían sentir la lucha por el control en el aire, como una cuerda tensada a punto de romperse.

— Escúchenme bien todos — dijo Janely, alzando la voz para que todos la escucharan. La calma en la sala desapareció de inmediato. — Joel Santillán y Lucas Casares, a partir de hoy, no tienen autoridad ni poder de decisión en esta mansión, ni en ninguna otra.

Lucas se mantuvo en su lugar, imperturbable, con la mirada fija en el suelo, como si las palabras de Janely no pudieran tocarlo. En cambio, Joel, quien siempre había sido un hombre de acción y palabra, no pudo quedarse callado. Se aclaró la garganta, y su voz, grave y firme, irrumpió en la tensa quietud.

— Janely, no puedes hacer eso. — Protestó, su mirada fija en ella, desafiante. — Recuerda que esas decisiones solo le corresponden a Gabriel.

El ambiente se volvió aún más tenso con su intervención. Los murmullos entre los hombres se intensificaron. Algunos de Puerto López, leales a Joel, intercambiaron miradas preocupadas, mientras que los de Puerto Victoria mantenían una actitud más reservada, pero igualmente atentos a cómo se desarrollaba la situación. Nadie se atrevía a intervenir, sabían que lo que sucediera a continuación podría cambiar el curso de todo.




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