Perfectos Criminales

Capítulo 10

Janely sin inmutarse, aclaró su garganta, el sonido resonó en la sala como una advertencia. Nadie se atrevió a mover un músculo.

Bien. — La palabra salió de sus labios con una frialdad calculada, y su mirada recorrió lentamente a los hombres que permanecían en la sala. Unos pocos intercambiaron miradas nerviosas, mientras otros se mantenían rígidos, sin saber qué esperar. — Ya hemos tenido suficientes distracciones

— Como les decía Lucas y este imbécil que casi acaba con mi vida — Janely dio un pisotón a Joel que permanecía tirado en piso quejándose del dolor. — No tienen voz dentro del imperio Vega, los órdenes a partir de ahora solo las daré Yo. ¿¡Entendido!?

Todos asintieron con la cabeza.

Janely paso por encima del cuerpo de Joel , parándose un paso adelante, su postura decidida y desafiante, como si reclamara de nuevo la atención de todos los presentes

— Y para que no digan que solo decide mi hermano... — su voz era aún más fría, más calculadora, como si estuviera revelando una verdad oculta que pocos se atreverían a pronunciar. — Sepan que fui yo, la que compró a esos jueces para que fallaran a favor de Gabriel.

El silencio en la sala se hizo aún más pesado. Janely no solo había desmantelado cualquier idea de que la liberación de Gabriel había sido una casualidad o una maniobra política externa, sino que había dejado claro que todo había sido un plan cuidadosamente orquestado por ella.

Janely en ese momento reflejaba poder. Lentamente giró sobre sus talones, se agachó al piso, tomó a Joel por el cuello haciendo que la vea a sus ojos directamente — Tu idea no sirvió para una mierda...

Joel la miraba con ojos desdén, coraje y envida. Nunca había sido humillado de esa forma — enana de mierda me la pagaras — musito bajito. Su sed de maldad crecía.

La gran mayoría de los presentes en la sala observaban a Janely con determinación, algunos con la mirada fija y decidida, como si reconocieran finalmente su poder y la legitimidad de su autoridad. Otros, sin embargo, no podían evitar que un atisbo de desdén se asomara en sus ojos. Eran pocos, pero sus miradas revelaban algo más profundo: arrogancia, desconfianza, o quizás, un sentimiento de resistencia latente ante la figura femenina que ahora dominaba la sala.

Janely percibió cada mirada, cada gesto sutil, pero no les dio importancia. Sabía exactamente qué significaba. Algunos la veían como una intrusa, otros, los más cautelosos, probablemente sentían que su liderazgo no era tan sólido como el de Gabriel. Ella no necesitaba que todos la aceptaran. Lo que importaba era que tenía el control, y que se había ganado el respeto de aquellos que realmente contaban. Y, por supuesto, la lealtad de su hermano Gabriel — el máximo líder — estaba asegurada, sin que nadie pudiera arrebatarle su lugar.

Consciente de su posición, Janely levantó ligeramente la barbilla, su rostro impasible. Sabía que, aunque algunos la veían con cierto resentimiento, la mayoría había entendido el mensaje. Su sangre era la misma que la de Gabriel, y eso significaba que el poder no solo estaba en las manos de él, sino en las suyas también. Además, estaba a cargo de una de las bases más estratégicas del imperio, lo que le daba una ventaja que pocos podían igualar.

La sala permaneció en un silencio absoluto, con los ojos de todos los presentes clavados en Janely, esperando que ella hablara.

— Desde este momento, yo personalmente me encargaré de los negocios que se realizaban en Puerto López. — Su voz resonó en la sala, firme, controlada, dejando claro que no aceptaría ningún tipo de cuestionamiento. — Aquí no hay puertos, así que reorganizaremos todo. Vamos a enviar la mercancía por avión a Centroamérica y Europa, sin ningún tipo de retraso

Su mirada recorrió las caras de los presentes, observando sus reacciones, sabiendo que este nuevo enfoque sorprendería a algunos, pero era la única manera de mantener el flujo de negocios intacto y asegurar que el imperio siguiera prosperando, a pesar de los obstáculos. Luego, sin perder el ritmo, continuó detallando su plan con la frialdad de una estratega experimentada.

— Para Panamá y Brasil, haremos las entregas por lancha hasta la frontera, y de ahí se traspasará a barcos. — Janely, sabía que este tipo de logística no sería fácil, pero su mente calculadora ya había anticipado todos los detalles.

Joel, que seguía tirado en el suelo, aunque debilitado por el dolor, no pudo evitar soltar una carcajada burlona al escuchar el plan de Janely. Su risa, aunque algo forzada por la herida en su hombro, resonó con una nota de incredulidad.

— Te recuerdo que el aeropuerto no va a ser suficiente, — dijo entre risas, con un tono cínico. — Si la policía nota que todos los días despegan avionetas desde este punto, nos atraparán. ¿De verdad crees que lo tienes todo bajo control, Janely?

— Es vedad. No hay aeropuertos suficientes — los presentes murmuraron, rompiendo el silencio que habían mantenido hasta entonces.

Janely se detuvo por un momento, dejando que los murmullos se apoderara de la sala. Su mirada recorrió a los presentes, notando cómo la tensión comenzaba a acumularse nuevamente, mientras los murmullos de incertidumbre se disipaban.

— Sabía que esto sucedería, — comenzó Janely, su voz serena pero firme, como si todo estuviera bajo control. — Así que, a cinco kilómetros al sur de aquí, he adquirido una finca con plantación de bananas. — Sus palabras eran como un rompecabezas que comenzaba a encajar con precisión, cada pieza cuidadosamente colocada para asegurar su plan. — En el corazón de esa finca, en este mismo momento, están abriendo otra aeropuerto.

Los hombres presentes se miraron entre sí, confundidos al principio. ¿Qué significaba exactamente ese aeropuerto? ¿Cómo se relacionaba con sus operaciones?

Janely, como si leyera sus pensamientos, continuó sin prisa, disfrutando del control absoluto sobre la situación.




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