— ¿¡Cómo!? — exclamó Lucas, claramente en shock al recibir la noticia de que sus protegidos estarían a carga de la nueva base.
«Dios, esta mujer...Me va a hacer perder la cabeza»
Mientras tanto, en la otra esquina de la sala, Kelvin y Riss permanecían al lado de la camilla de Danny. El joven, débil, descansaba conectado a varios Sueros. A pesar de su fragilidad, había despertado después de dos días de estar inconsciente. Su rostro mostraba signos de fatiga, pero su respiración ya era más estable.
Los tres observaban en silencio mientras Lucas hacía una mueca de disgusto. Su rostro, tenso, reflejaba claramente su malestar. El entrecejo, profundamente arrugado, era la señal inequívoca de su disgusto, y sus ojos, hundidos y fijos en un punto indefinido, destilaban una ira contenida, como si estuviera luchando por encontrar una solución que no llegaba.
— Lucas, nos preparaste para esto durante casi toda nuestra... — Kelvin, caminó hacia Lucas con paso firme, y le dio un golpe en la espalda, intentando aligerar el ambiente. — Lo haremos bien — agregó con una sonrisa entusiasta, mostrando confianza.
Kelvin era el que más deseaba formar parte del narcotráfico. Su carácter era rudo, impulsivo y marcado por una violencia latente que no pasaba desapercibida. A diferencia de los demás, su admiración por Gabriel Vega superaba con creces la que sentía por Lucas. De hecho, Kelvin había comenzado a imitar el estilo de Vega en todos los aspectos: desde el corte militar característico hasta la manera de moverse y hablar. Era el más alto del grupo, con ojos color café claro que resultaban intimidantes y un cuerpo robusto, producto de horas de ejercicio.
Lucas giró sobre sus talones y observó a los tres jóvenes. Pero, de pronto, la realidad se desvaneció a su alrededor. Todo el cuarto, con luz blanca y los monitores zumbando, comenzó a difuminarse. En un parpadeo, se encontró en otro lugar, en un recuerdo que parecía tan real que casi podía tocarlo. El cuarto de hospital desapareció, y en su lugar apareció una habitación colorida, con paredes llenas de dibujos de soldados y figuras de acción. La camilla de Danny se transformó en una cama infantil cubierta de sábanas azules, decoradas con pequeños soldados.
Un armario de madera clara lleno de juguetes reemplazó al frío electrocardiograma, y por la puerta de esa habitación cálida entraron tres niños pequeños: Danny, con sus ojos grises llenos de curiosidad; Riss, el pequeño castaño, siempre dispuesto a sonreír; y Kelvin, con su corte militar tan serio, aunque sus risas delataban su inocencia.
Lucas los miraba desde la distancia, y su corazón se llenaba de una mezcla de alegría y nostalgia mientras veía cómo los niños jugaban. Kelvin corría detrás de los otros dos, blandiendo una ametralladora de juguete, mientras Riss y Danny gritaban, fingiendo recibir disparos, riéndose y cayendo dramáticamente al suelo, solo para levantarse y seguir con el juego. Cada risa y cada grito de juego se clavaban en su alma como recordatorios de por qué había luchado tanto por ellos.
De repente, el sonido de una voz lejana lo devolvió al presente. Parpadeó y el cuarto blanco del hospital reapareció frente a él. Riss estaba diciendo algo, aunque Lucas apenas pudo enfocar su atención en él.
—¿Qué dijiste, Riss? —preguntó, con la voz apenas audible, tratando de ahogar la emoción que lo embargaba.
—Ahh — Riss se quedó en silencio, titubeando.
— ¿Me repites lo que has dicho? — insistió Lucas, rompiendo el incomodo silencio.
Riss se aclaró la garganta, colocó su mano en el hombro de Danny y, con voz decidida respondió — Lucas, te decía que lo haremos bien. Nos entrenaste y nos diste roles....
— Puedes confiar en nosotros — añadió Kelvin, rodeando a Lucas hasta colocarse en el lado izquierdo de la camilla de Danny y, con un gesto decidido, colocó su mano sobre el hombro izquierdo del joven.
Danny tomó la mano de sus dos amigos y juntos unieron en un puño.
— Somos el Clan Casares Junior — dijo con firmeza.
Ante esa escena, el corazón de Lucas se le hizo pequeñito. Se para derecho observándolos. En su mente, esos niños todavía reían y jugaban, no pudo evitar sentirse culpable, sabiendo que la vida les había robado demasiado rápido esa inocencia. Y aunque intentaba ocultarlo, sus ojos reflejaban una tristeza.
— Desde mañana sus entrenamientos serán estrictos — dijo, intentando disimular la nostalgia que lo invadía.
Desde el umbral de la puerta, Janely los observaba sin ser vista. sus ojos se llenaron de lagrimas al ver que Lucas había conseguido la familia que siempre había soñado, la misma que ella no pudo darle. ahogando sus sollozos, cubrió su boca con el antebrazo y corrió hasta su habitación. Una vez allí, se dejó caer sobre la cama, boca abajo, y abrazó con fuerza una almohada llorando desconsoladamente. Pataleó como una niña pequeña mientras recuerdos del pasado comenzaron a resurgir en su mente como disparos directos a la herida.
— Señorita Vega — llamó el médico en la sala de espera.
El médico, casi inexpresivo se para frente a la joven pareja.
— Señorita Vega, felicidades, está esperando un bebé.
La pareja de jóvenes saltaron de alegría. Lucas, llorando de la emoción, apenas podía mantenerse de pie ante tal noticia. El médico, sin embargo, los miraba con cierta preocupación, ya que el embarazo era de alto riesgo.
(...)
El viaje de Gabriel Vega hacia Puerto Victoria había sido más rápido de lo esperado. A lo largo del trayecto, las circunstancias se alinearon de manera inesperada, acelerando su arribo. Llegó mucho antes de lo previsto.
Gabriel entró en su propiedad y caminó con paso lento, observando cada rincón con una mezcla de asombro y gratitud. No podía dejar de admirar cómo Janely había logrado darle su propio toque femenino al lugar. Los arbustos de naranjas y cacao, ahora frondosos, crecían alrededor de la finca, mientras que la maleza había sido sustituida por una pequeña plantación de plátanos. El patio, que antes era solo un terreno árido de tierra, ahora se extendía más amplio, cubierto por un manto de hierba verde.
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Editado: 27.11.2024