— ¿Paula Córdova? — Gabriel murmuró mientras caminaba hacia su habitación. En su mente, los recuerdos de los días felices del noviazgo con Paula emergían, trayendo consigo una sensación agridulce. Aunque el tiempo había pasado, aún podía revivir con claridad los momentos compartidos. Pero ahora, todo eso se sentía lejano.
Gabriel llegó a su vieja habitación, lleno de libros y armas, donde se quedaría por una semana antes de partir hacia Rocafuerte. Había decidido retrasar su viaje debido a la creciente tensión en Puerto Victoria. No comprendía del todo el conflicto; Después de todo, Janely había estado a cargo de aquel lugar durante seis años sin que se presentara una situación parecida.
Internamente, Gabriel no podía dejar de preguntarse: ¿Qué había pasado con Joel? ¿Por qué su actitud había cambiado tan drásticamente? Un sinfín de dudas invadía su mente, y la más urgente de todas era si, acaso, Joel habría sido el responsable de revelar la ubicación secreta de Puerto López.
— No, no puede ser — murmuró Gabriel, sacudiendo la cabeza con incredulidad. Joel llevaba al menos ocho años trabajando con él. Después de huir de su país, se había unido al creciente imperio Vega, donde rápidamente demostró su valía. Con su conocimiento en tácticas de guerra, entrenó a los hombres de Gabriel, ganándose su confianza y respeto.
«¿Será Lucas el traidor?»
— No, no puede ser, Lucas... él ama a Janely y también cuida de sus tres bastardos — Gabriel negó con la cabeza, rechazando la idea. Lucas había estado a su lado toda la vida, desde que su tío le heredó el imperio Vega. El padre de Lucas y su propio tío fueron los primeros narcotraficantes del país en establecer conexiones con la política y expandirse por Sudamérica. Más tarde, cuando Gabriel y Janely heredaron el imperio, con la ayuda de Lucas, lograron expandir el negocio por Centroamérica y Europa.
— Eres tú, Paula... — exclamó Gabriel en voz alta, sin darse cuenta de que su hermana había entrado en la habitación. Las palabras escaparon de sus labios con una mezcla de ira y dolor.
— Ella y los tigres — dijo Janely, provocando que Gabriel se girara hacia su hermana con una mirada intensa.
— Jany, toca la puerta— murmuró Gabriel, apenas logrando responder mientras trataba de recuperar el control.
Janely sonrió con calma y se sentó en la cama. Esperó pacientemente a que su hermano recobrara el aliento antes de comenzar a hablar.
Mientras los hermanos conversaban en la habitación, Lucas descendió hasta la cocina, incapaz de conciliar el sueño. Entró al comedor, que aún permanecía destrozado, sin que nadie se hubiera animado a limpiarlo. Observó cada rincón con una mirada perdida, hasta que un objeto en particular llamó su atención. Lo recogió y lo guardó en su bolsillo, decidido a abrirlo más tarde. En ese momento, una sed imparable le recorrió la garganta.
Cuando ya estaba a punto de abandonar la cocina, un rugido en su estómago le recordó que tenía hambre. Su cuerpo pedía algo dulce. Abrió la nevera, sacó un pedazo de tarta y, sin pensarlo mucho, se dirigió a la sala. Encendió la televisión y, justo en ese momento, comenzó una entrevista de opinión.
En la pantalla, el ministro de seguridad del país cuestionaba a los jueces y fiscales sobre la liberación de Gabriel Vega. Además, informaron que Cielo Córdova seguía desaparecida.
—¿Aún está perdida? —murmuró para sí mismo, sus ojos fijos en las imágenes.
—Así que tampoco puedes dormir —Janely apareció como un fantasma detrás de él, con su pijama blanco y una trenza.
Lucas giró lentamente hacia ella, sin atreverse a mirarla a los ojos. Janely cruzó los brazos, esperando una respuesta, pero esta nunca llegó.
—Idiota, arriesgué mi vida por ti, y ni siquiera puedes mirarme —dijo con tono desafiante mientras avanzaba hacia la cocina.
—Quizás deberías haberme dejado morir —contestó Lucas con frialdad, levantándose del sofá para seguirla.
Janely se detuvo abruptamente y giró hacia él, su corazón de roca quería salirse de pecho mientras los pasos de Lucas avanzaban, acortando la distancia entre ellos. Su expresión se suavizó, pero su mirada seguía fija en la de ella, desafiándola.
—Te arrepientes, ¿no es así? —susurró, inclinándose hacia su oído.
Janely retrocedió un paso, tratando de mantener el control, pero su respiración se aceleró.
—Claro que no me arrepiento de salvarte, Lucas, pero lo haré si sigues actuando como un idiota.
Un destello de diversión cruzó el rostro de Lucas mientras le sonreía de lado. No pudo resistir la tentación de provocarla.
—Siempre tan noble, Jany. Pero no vuelvas a hacerlo. Nadie más debería pensar que entre nosotros...
—¡Entre nosotros no hay nada! —Janely lo interrumpió, levantando la voz.
Pero Lucas no retrocedió. Su mano se extendió lentamente hasta sujetar su barbilla, obligándola a mirarlo directamente.
—Eso espero, Jany. Que no haya malentendidos entre nosotros.
El toque de Lucas era firme pero cálido, y Janely sintió cómo su ira se mezclaba con algo que prefería no nombrar. Con un movimiento rápido, apartó su mano de un golpe.
—Lo único que espero es que recuerdes quién eres y qué lugar ocupas aquí, Lucas. Si hice algo por ti, fue porque quiero respuestas, no porque signifiques algo para mí.
Lucas dejó escapar una risa baja, observándola sin vergüenza de pies a cabeza .
—Siempre tan orgullosa —dijo, dando un paso atrás, aunque sus ojos seguían fijos en los de ella.
Pero la tensión se rompió cuando la conversación cambió abruptamente.
—La hija de Paula sigue desaparecida —dijo Lucas, en un tono más serio.
La expresión de Janely cambió al instante, dejando de lado cualquier vestigio de provocación.
—¿Qué? ¿Estás seguro? —preguntó con urgencia.
Lucas asintió, apartando la mirada por un momento.
—Lo dijeron en la entrevista. Si no aparece pronto, Paula podría perder el control y atacar.
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Editado: 27.11.2024