Cielo caminaba por las calles de la capital, pero algo se sentía extraño. A pesar de la multitud que la rodeaba, sus pasos eran cautelosos, como si algo o alguien la estuviera observando. Sentía un nudo en el estómago y su cuerpo estaba tenso, encogido, como si intentara volverse invisible. De repente, un grito a lo lejos la hizo detenerse.
—¡Eres hija de un narcotraficante! —vociferó un hombre.
—No, no, no... —Cielo despertó de golpe en plena noche, agitada, con el corazón desbocado. Se sentó rápidamente en la cama, como si un peso invisible la hubiera empujado. Respirar le costaba, y sentía que su corazón quería salirse del pecho. Con manos temblorosas, encendió la lámpara y, en medio de la oscuridad, comenzó a buscar aquella foto, la que siempre había temido encontrar.
—¿Quién eres? —murmuró Cielo, apretando con fuerza el pedazo de papel entre sus manos. El hombre en la foto sonreía feliz, abrazando a su madre, mientras ella sostenía a un bebé entre sus brazos. Cielo no podía dejar de mirarlo, la rabia y la confusión llenando su pecho.
—¿Acaso eres mi padre? ¡Responde, infeliz! —le gritó a la foto, como si pudiera obtener alguna respuesta.
De pronto, Cielo escuchó murmullos provenientes de la habitación de su madre. Su voz sonaba irritada, aunque las palabras eran difíciles de entender. La joven de cabello negro presentía que algo tenía que ver con ella, así que, movida por la curiosidad, abandonó su cama y se dirigió sigilosamente hacia la habitación.
La puerta de la habitación de su madre estaba entreabierta, y como estaba justo al lado de la suya, no le resultó difícil acercarse. Se deslizó con cuidado, sin hacer el menor ruido, y se coló en la oscuridad, observando desde la rendija de la puerta.
—Mi hija regresó a casa y está bien. La prensa creerá que fue un complot, ahora que liberaron a Gabriel. Pero ella ha estado rara desde que llegó, no me quiere decir cómo escapó.
«¿De qué está hablando? ¿Con quién está hablando? » Se preguntó Cielo su mente tratando de comprender.
—Mi carrera como fiscal está en juego, y no voy a permitir que eso se arruine. Necesito que la escondas.
«¿Acaso su madre quería que la secuestraran otra vez?»
Los ojos de Cielo se llenaron de lágrimas. Sintió como si su corazón se rompiera en mil pedazos. Con temblorosa desesperación, llevó la mano a su boca para ahogar los jadeos que le provocaron esas sucias palabras de su propia madre.
—Brito, escóndela. Por nuestro bien. Así yo podré seguir incautando la droga de Gabriel, y tu cargamento no estará en peligro.
Cielo no pudo soportar más lo que escuchaba. Con el corazón acelerado, corrió de vuelta a su habitación, procurando no hacer ruido.
—Todo es verdad... ella traicionó a Gabriel y ahora se involucra con Brito —murmuró, apretando la almohada contra su rostro.
Finalmente, todo tenía sentido. Comprendía ahora las palabras de Lucas aquel día del secuestro. Pero, aún así, no lograba entender por qué había liberado a Gabriel, ni en qué le beneficiaba que ella estuviera secuestrada. En ese preciso momento, la imagen de penetrantes ojos grises, cruzó su mente.
Antes del amanecer, Cielo guardó un par de prendas de vestir, tomó la tarjeta de crédito de su madre y, con el corazón acelerado, abandonó la casa. Aunque temerosa, decidió que lo mejor sería buscar a Danny; tal vez él tenia las respuestas que tanto necesitaba. En su cama, dejó una nota, escrita con prisa pero con claridad.
"Madre, quiero estar sola. Iré a escalar montañas; no me llames, no me busques. Regresaré cuando haya aclarado mi mente."
Cielo llegó al supermercado donde recordaba haber visto a Danny trabajar meses atrás. Después de que el encargado le negara la dirección domiciliaria de su compañero, comenzó a recorrer los pasillos con molestia contenida, buscando una nueva oportunidad. Al llegar a la sección de snacks, agarró una bolsa de papas, la agitó con fuerza, y accidentalmente la bolsa cayó, haciendo que varias más se esparcieran por el suelo.
—Diablos —murmuró mientras se agachaba a recogerlas rápidamente.
—No, no te preocupes, yo me encargo —dijo un joven empleado acercándose con una sonrisa amable, agachándose junto a ella.
Cielo levantó la vista y, sin dudar, aprovechó la oportunidad. —Oh, de verdad, déjame ayudarte. Debes estar cansado —dijo, esbozando una sonrisa amistosa y manteniendo contacto visual.
El joven sonrió de vuelta, aliviado por la amabilidad inesperada. —No es nada, no te preocupes. Estoy acostumbrado.
Mientras acomodaban las bolsas en su lugar, Cielo aprovechó la naturalidad de la conversación. —Oye, hace tiempo vine aquí y conocí a alguien, un chico llamado Danny. ¿Sabes si aún trabaja aquí?
Él pareció recordar, asintiendo. —Sí, Danny... No, ya no trabaja aquí. Creo que consiguió otro trabajo...
Cielo inclinó la cabeza con interés y dejó que su voz curiosa, sin sonar demasiado ansiosa. —¿Ah, sí? Es que él me ayudó una vez y quería devolverle el favor... ¿Sabes en qué zona vive?
El joven miró a ambos lados del pasillo, bajando la voz como si revelara un pequeño secreto. —Claro, vive en Sinaí, por la calle Los Sauces, pero ten cuidado, es una zona un poco... complicada. —El chico hizo una mueca, indicando que quizás no era el mejor lugar para visitar.
—Gracias, en serio —dijo Cielo, devolviendo su sonrisa con un toque de agradecimiento genuino. Guardó en su mente la dirección, disimulando su satisfacción mientras recogía una última bolsa y se incorporaba.
—Suerte —le dijo el joven antes de regresar a su puesto.
Cielo salió del supermercado, lista para el siguiente paso. Quería llegar lo más pronto posible hasta Danny, así que detuvo un taxi.
—Señor, buenos días. ¿Podría llevarme hasta Sinaí, calle Los Sauces? —preguntó con determinación.
El taxista la miró con preocupación.
—Señorita, allá es muy peligroso —le advirtió, consciente de la reputación de aquel lugar, ubicado en el corazón de Sinaí.
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Editado: 27.11.2024