“Dicen que algunas guerras no se libran con espadas, sino con silencios que arden más que el fuego.
Y a veces, la herida no está en la piel, sino en un recuerdo que vuelve a sangrar con solo un nombre.”
Hace cuatro días…
Valentine:
—¿Ya viste la noticia? —pregunta Yuri, entrando con el celular en la mano, como si trajera en sus dedos una bomba.
Lo tomo. Ahí está:
"Stonegate Hotels cae al segundo lugar. Oasis Inn sube como líder del mercado."
Mi corazón debería celebrar. Debería latir como alas de mariposa al viento.
Pero no.
Porque el hombre que acaba de caer… no es cualquiera.
Es Mattheo Blackwood.
El planeta que alguna vez orbitó alrededor del mío.
Mi Saturno, con sus anillos de promesas que al final fueron solo cadenas.
—¿Quiere que prepare seguridad extra? —insiste Yuri, midiendo el silencio en mi rostro.
—No. Él no se atrevería.
Aunque en el fondo… sé que sí lo haría.
Porque conozco a Mattheo.
Y si antes lo movía el amor, ahora lo mueve el odio.
El mismo que yo cargo desde hace ocho años.
Ocho años desde aquella tarde.
Ocho años desde que descubrí que mientras yo volaba como mariposa hacia la luz, él solo extendía redes de mentira.
Recuerdo.
La escena regresa como un eclipse inevitable.
—¡Cómo te atreves! ¡Eres un idiota! —le grité, rota, temblando.
No quería llorar, pero las lágrimas me incendiaban los ojos.
Caminé, alejándome de él, con los pasos resonando en el pasillo del instituto como un réquiem.
Sabía que si me giraba, si volvía a mirarlo, quedaría atrapada en sus ojos verdes… como un satélite girando sin remedio alrededor de un planeta que nunca fue suyo.
Por primera vez en mi vida, le di la espalda.
Y Saturno siguió girando, pero yo me convertí en un cuerpo errante, fragmentada.
Actualidad.
Oasis Inn es mío ahora.
Mi legado. Mi venganza.
Mi propio sistema solar, construido con esfuerzo sobre los restos de lo que él destrozó.
Mattheo me quitó demasiadas cosas.
Esta vez, soy yo quien le arrancó la corona.
Pero la victoria sabe amarga… cuando el enemigo sigue siendo la persona que alguna vez fue tu mundo entero.
La puerta de mi oficina se abre de golpe.
Y ahí está.
El universo tiembla.
Los planetas colisionan.
El aire se llena de electricidad, como si las mariposas en mi pecho despertaran todas al mismo tiempo.
—Perdóneme… quise detenerlo, pero… —mi secretaria balbucea.
—Retírese. —No tengo paciencia. No hoy.
Y entonces nos quedamos solos.
—No tengo tiempo para nada de lo que necesites, así que hazme el grandioso favor de irte —escupo, antes de que pueda hablar.
Él sonríe apenas, con esa arrogancia que se clava como un asteroide en mi calma.
—Buenas tardes para ti también… —responde con burla—. Como has estado todos estos años, yo muy bien, gracias por preguntar.
Lo miro con fastidio.
Saturno sigue siendo Saturno: hermoso, distante, cruel.
—Val… no seas tan seria. Vine a hablar sobre nuestras empresas. Quiero proponerte—
—NO. —Lo corto, seca, como una estrella que muere en supernova.
—Ni siquiera me has escuchado.
—Porque no quiero. Vete.
Mattheo no se mueve.
Su presencia llena la oficina como un eclipse.
—¿Vas a quedarte ahí como una estatua? —disparo, intentando no temblar.
Él sonríe, esa maldita sonrisa ladeada.
—No, Valentine. Voy a quedarme aquí hasta que entiendas que no he venido a perder el tiempo.
Se inclina hacia el escritorio.
El espacio entre nosotros se enciende, como si el oxígeno se incendiara solo con su cercanía.
—Tu Oasis Inn podrá estar en el primer lugar ahora… —su voz baja, grave, como un desafío— pero esto no ha terminado.
El cosmos se congela un segundo.
Mi corazón late con furia, pero mi rostro se mantiene helado.
—Ya veremos quién cae primero —le contesto.
Nuestras miradas se cruzan.
Y por un instante siento que todo vuelve: los anillos, las mariposas, el vértigo de un planeta girando demasiado cerca.
Él da un paso hacia la puerta. Antes de irse, se gira y deja caer su último veneno:
—No olvides, Val… yo siempre consigo lo que quiero.
Y entonces se marcha, dejándome con el pulso en guerra, con las alas rotas… y con la certeza de que Saturno ha vuelto a reclamar su órbita.
“Algunas guerras no empiezan en el campo de batalla.
Empiezan con una noticia,una mirada,una traición del pasado que nunca cicatrizó”
Editado: 13.09.2025