Perfectos Mentirosos

Capítulo 5

El espejo frente a mí devuelve un reflejo que no sé si reconozco.
Un vestido negro ceñido a la cintura, un escote discreto pero mortal, y mis labios pintados de rojo como un recordatorio de que incluso el veneno puede verse hermoso.

La gala de esta noche no es sólo un evento social. Es un campo de batalla.
Y yo nunca me presento a una guerra sin armadura.

Yuri entra a la habitación con un par de papeles en la mano, pero se detiene en seco al verme.
—Impresionante —murmura con una sonrisa nerviosa.
Yo solo alzo una ceja. —No vine a impresionar a nadie.

Mentira.

Porque en el fondo sé que sí.
Sé que él estará allí.
Sé que Mattheo no se perdería la oportunidad de marcar su territorio, como siempre lo hace.

Y aunque lo odio, aunque cada fibra de mí grita que debo mantenerme firme, hay un rincón pequeño —silencioso y cruel— que quiere verlo mirarme como antes, con esos ojos azules que parecían devorarme.

Suspiro y tomo la gargantilla plateada que pertenecía a mi madre. La cierro alrededor de mi cuello y de inmediato recuerdo la última vez que la usé: el mismo día en que lo descubrí.
El mismo día en que las mariposas murieron.

Pero tal vez no murieron del todo, pienso, al ver una pequeña mariposa nocturna posarse en el cristal del ventanal. Me detengo un segundo. Es ridículo, lo sé. Y, sin embargo, me siento observada por ella, como si me recordara que no importa cuán lejos corra… siempre termino girando en la misma órbita.

Saturno.
Mattheo siempre fue Saturno.
Un planeta imposible de ignorar, rodeado de anillos que atraían a todo el mundo. Yo fui una mariposa que se atrevió a volar demasiado cerca… y terminé quemada.

Sacudo la cabeza, alisando la tela del vestido.

—¿Lista? —pregunta Yuri desde la puerta.
—Más que nunca —respondo, aunque mi voz suena más dura de lo que debería.

Al bajar al auto, las luces de la ciudad me envuelven. Cada farol parece recordarme lo que está en juego: no solo mi empresa, no solo mi reputación. También mi orgullo. También mi capacidad de demostrar que Valentine Forx no se quiebra, no importa cuán fuerte intente Mattheo doblarla.

El trayecto pasa rápido y, cuando el vehículo se detiene frente al hotel donde se celebra la gala, respiro hondo. La alfombra roja brilla bajo los flashes.
Mi nombre suena entre los reporteros. Mi imagen se refleja en las cámaras. Y yo camino firme, como si cada paso fuera un golpe contra mi pasado.

Entro al salón.
Cristales colgantes, luces doradas, música de cuerdas flotando en el aire. El lugar parece un universo alterno, una esfera brillante donde nadie sufre, donde nadie recuerda que el amor puede ser la peor de las guerras.

Y entonces lo siento.
Antes de verlo, lo siento.

La gravedad.
La misma que me jaló hace ocho años.
El mismo campo magnético que me arrastró cuando juré nunca volver a mirarlo.

Levanto la vista.
Allí está.

Mattheo Blackwood.
En un traje negro perfectamente ajustado, con el cabello revuelto de la forma que siempre odié amar. Sus ojos azules me buscan entre la multitud, y cuando se clavan en los míos, la música se desvanece.

Todo se desvanece.

Las mariposas despiertan, revoloteando en mi pecho con violencia.
Yo intento aplastarlas. Intento sofocar su aleteo.
Pero son tercas. Como lo fui yo cuando lo amaba.

Sonrío para otro hombre que se acerca a saludarme, un socio extranjero, pero en realidad, cada fibra de mi cuerpo está consciente de que él me mira. De que Saturno gira. Y yo… yo soy la mariposa estúpida que vuelve a sentir las alas arder.




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