Alas rotas
El ruido de la gala se vuelve un zumbido lejano mientras cierro la puerta del baño privado tras de mí.
El silencio me golpea de frente, como si todo el aire dorado y falso del salón se evaporara de golpe.
Respiro hondo.
Pero no sirve de nada.
El corazón me late tan fuerte que ni las paredes de mármol logran ahogar el estruendo.
Me apoyo frente al espejo.
Ahí está: Valentine Forx, impecable, fría, intocable.
La mujer que destronó a Mattheo Blackwood y que ahora lidera Oasis Inn como si nada pudiera quebrarla.
Pero mis ojos… mis ojos dicen la verdad.
Detrás de la máscara hay un huracán.
Él estaba ahí.
Él me habló con esa voz que aún me eriza la piel, con esos ojos azules que durante años fueron mi refugio y ahora son mi condena.
Y lo peor… es que todavía lo siento.
Aunque debería odiarlo hasta la médula, todavía hay una parte de mí que lo busca entre la multitud.
Cierro los ojos.
Y el recuerdo vuelve como una marea negra.
El día que mi hermano murió.
El vacío que dejó.
Yo sola, enfrentando un mundo que se vino abajo… y él, Mattheo, desaparecido.
Ni una llamada.
Ni una mano que sostuviera la mía.
Ni una sola explicación.
Y cuando finalmente apareció, lo único que encontré fueron rumores, susurros venenosos de que había otra.
De que mientras yo enterraba a mi hermano, él se entretenía con mentiras.
Ese recuerdo me quema.
Ese rencor es lo que me mantiene de pie ahora, lo que me impide caer rendida en sus brazos como la adolescente ingenua que fui.
Me miro otra vez en el espejo.
Me obligo a recomponer la expresión.
Ajusto el vestido, seco la humedad invisible en mis ojos.
Valentine Forx no llora en medio de una gala.
Pero por dentro, siento mis alas rotas.
Mi corazón es una mariposa atrapada, batiendo desesperada contra el cristal de una jaula que tiene nombre y ojos azules.
Mattheo Blackwood.
Lo odio.
Lo odio con cada fibra de mi ser.
Pero lo peor… es que todavía no sé si lo odio más de lo que lo amo.
Editado: 13.09.2025