Perfectos Mentirosos

capítulo12

Nunca fui un hombre paciente. Y sin embargo, llevo años esperando.
Esperando verla otra vez.
Esperando explicarme.
Esperando que deje de mirarme con esos ojos que antes eran mi salvación y ahora son mi condena.

La vi bailar con él.
Ese maldito Lucien, con su sonrisa impecable y sus manos en la cintura que siempre fue mía.
No lo soporté. Cada giro de ella era como una puñalada, cada carcajada falsa me desgarraba el pecho.
Pero lo peor no fue verla en brazos de otro.
Lo peor fue ver cómo bajaba la guardia… como si por un momento creyera que podía seguir adelante sin mí.

Yo no puedo.
Jamás pude.

Cuando la arrastré al pasillo y me enfrenté a ella, lo supe: sigo siendo el mismo idiota que se quiebra con solo mirarla.
El veneno en su voz cuando me habló, el odio en sus palabras… lo merezco.
Pero también sé que hay cosas que no debería cargar sola.

—“Mientras yo enterraba a mi hermano, tú estabas con otra.”

Esa frase me atravesó como un cuchillo.
Si ella supiera…
Si tan solo supiera la verdad.

No fue como cree. Nunca la traicioné.
Pero la verdad es un monstruo peor. Una verdad que podría destruirla más de lo que ya lo hizo perder a su hermano.
Por eso callo. Por eso dejo que me odie.
Porque si me llegara a perdonar… tendría que contarle todo. Y no estoy seguro de que soportaría mirarme después de eso.

Respiro hondo, apoyando la frente contra la pared fría del pasillo. Aún siento su perfume, esa mezcla de jazmín y cenizas que siempre me persigue.
No me siguió. No volteó.
No se dio cuenta de que mis manos temblaban, de que estaba a un segundo de besarla y a otro de confesarlo todo.

—Maldita seas, Valentine —susurro entre dientes, con la voz rota—. No tienes idea de cuánto te necesito.

Me obligo a enderezarme y regresar al salón. La gala sigue como si nada: los brindis, las risas, la música. Nadie imagina que en ese pasillo quedó mi último resquicio de cordura.

La busco entre la multitud. Y ahí está.
Valentine, con esa sonrisa impenetrable, con el vestido que parece hecho para que todos la adoren.
Ella no lo sabe, pero cada paso que da, cada palabra que pronuncia, cada mirada fría que me lanza… me mantiene encadenado.

Mis ojos se encuentran con los suyos otra vez.
Y aunque lo niegue, lo siento:
Bajo el odio, bajo el rencor, aún late ese algo que ninguno de los dos pudo enterrar.

Quizá el amor sea eso.
Una guerra infinita en la que no hay ganadores.




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