Perfectos Mentirosos

capitulo 13

(Perspectiva de Valentine)

El sonido de mis tacones sobre el mármol del pasillo de Oasis Inn retumba como un reloj que no quiere dejarme olvidar la hora. Todo parece demasiado silencioso, incluso para un hotel de lujo a medianoche. Los corredores iluminados con luces cálidas deberían darme calma, pero en lugar de eso me hacen sentir observada, como si cada pared guardara un secreto que amenaza con derrumbarse sobre mí.

Y tal vez sea cierto.

Porque yo misma soy una muralla de secretos.

Abro la puerta de mi oficina, dejo la cartera sobre el escritorio y me quedo de pie, mirando la ciudad a través de los ventanales. La lluvia cae persistente, las gotas se deslizan como mariposas de agua contra el cristal. Me quedo atrapada en ese vaivén hipnótico, pensando en cómo algo tan frágil puede dejar una huella tan visible.

Mariposas… siempre vuelven. Aunque intentes aplastarlas, aunque quieras olvidarlas, siempre revolotean en el rincón de tu mente.

—¿Otra vez despierta a estas horas? —la voz de Yuri me saca de mis pensamientos. Ella se acerca con un expediente en las manos, su rostro cansado pero fiel a su deber.

Asiento apenas, sin apartar la mirada de la ventana. —El insomnio es buen aliado cuando tienes enemigos esperando a que cierres los ojos.

Yuri suspira, coloca el expediente frente a mí. —Los informes financieros de este mes. Estás ganando terreno más rápido de lo esperado.

Debería sentir orgullo. Debería sonreír. Pero lo único que siento es el peso en el pecho, el vacío que nunca se llena.

Ese vacío tiene nombre.

Mattheo.

Lo odio por lo que me hizo. Lo odio porque cada vez que aparece, todo se tambalea. Pero lo odio más porque incluso en su ausencia sigue presente, clavado en mis recuerdos como una espina que nunca cicatriza.

Cierro los ojos y, sin quererlo, la memoria me lleva a aquella tarde en la que el mundo se quebró. Su risa en el pasillo del instituto. Las miradas furtivas que descubrí. La verdad cayendo sobre mí como un rayo. Y luego… la llamada.

La llamada que me dijo que mi hermano había tenido un accidente.

El teléfono resbaló de mis manos aquella vez. Y Mattheo… Mattheo no estaba. Nunca estuvo.

Me obligo a abrir los ojos. No debo seguir esa línea de pensamientos. No ahora.

—Val… —la voz de Yuri es suave—, ¿estás segura de que quieres asistir a la junta con Blackwood mañana?

Ese nombre me eriza la piel. Blackwood. Matheo.

—Por supuesto —respondo con una calma que no siento. —No voy a dejar que piense que puede intimidarme.

Cuando Yuri se va, la oficina queda otra vez en silencio. Solo yo, la ciudad bajo la tormenta y el murmullo de mis pensamientos. Me siento en la butaca, cierro el expediente sin leerlo y paso las manos sobre mis sienes.

¿Por qué siento que algo no encaja?

Desde hace semanas, una sombra me sigue, una sensación de que alguien sabe más de lo que debería. Las flores anónimas en mi despacho. Las cartas sin remitente con frases cortas: “Nada permanece enterrado para siempre”.

Y la mariposa.

Una mariposa azul, muerta, encontrada sobre mi escritorio hace tres noches. Nadie supo explicarme cómo llegó allí.

Me estremecí al verla, como si ese frágil cuerpo de alas rotas me recordara algo que no quiero decir en voz alta: la noche del accidente de mi hermano, había mariposas pintadas en el mural del pasillo donde lo vi por última vez.

¿Coincidencia? Quizás. Pero las coincidencias siempre me han parecido disfraces de verdades incómodas.

Me levanto, sirvo una copa de vino y dejo que el líquido rojo caiga como sangre atrapada en un cristal. Me río con amargura. ¿Qué diría Matheo si me viera ahora? ¿Que sigo siendo la misma niña que lloraba por él? No. No lo soy.

Soy dueña de un imperio. Soy la mujer que lo derribó del trono.

Y sin embargo, incluso al pensar en su derrota, mi cuerpo se tensa recordando la forma en que me miró en la gala. Ese cruce de ojos que encendió algo prohibido, como si ni el odio pudiera apagar lo que una vez nos unió.

Me dejo caer en la silla otra vez. El cristal del ventanal me devuelve mi reflejo: una mujer fuerte, impecable, con labios pintados y un vestido perfecto. Pero en mis ojos hay algo que nadie ve.

Culpa.

No debería sentirla. Y, sin embargo, ahí está.

A veces me pregunto si, en el fondo, la muerte de mi hermano no fue tan simple como un accidente. A veces me pregunto si lo provoqué, aunque sea de manera indirecta. Yo estaba allí. Yo discutí con él antes de que saliera corriendo furioso aquella tarde. Yo…

Detengo el pensamiento. Lo encierro en la misma caja donde guardo todos los recuerdos prohibidos.

No puedo abrirla. No todavía.

El reloj marca las tres de la mañana. El hotel duerme, pero yo no. Y sé que Matheo tampoco. Lo imagino en su oficina, con sus ojos azules clavados en algún plan para recuperar lo que perdió.

El problema es que, aunque se trate de negocios, aunque se trate de poder, en el fondo siempre fuimos mucho más que rivales.

Fuimos todo lo que no debimos ser.

Y ahora… somos dos planetas en órbita, condenados a chocar otra vez.

Me levanto, tomo el expediente que había ignorado y lo coloco bajo llave. Antes de salir de la oficina, una mariposa aparece en la ventana, agitando sus alas contra el cristal mojado.

La observo. Respiro hondo. Y susurro en voz baja:

—Todo vuelve. Incluso lo que intentas enterrar.

Apago la luz y cierro la puerta tras de mí, dejando el eco de esa verdad suspendido en la oscuridad.




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