Perfectos Mentirosos

capítulo 14

(Perspectiva de Matheo)

El humo del puro se eleva en espirales lentas, como si supiera que me gustan las cosas que se toman su tiempo en morir. La oficina está en penumbras, iluminada solo por las luces de la ciudad que se filtran a través de los ventanales. Es tarde. Tan tarde que el silencio es casi absoluto, salvo por el tictac del reloj sobre la pared.

Pero yo no duermo.

Nunca lo hago cuando se trata de Valentine.

Ella cree que la conozco solo en los negocios, que mi obsesión es recuperar el primer lugar en el mercado. Pero la verdad es que la conozco de una manera que ningún informe puede explicar: en la forma en que respira cuando está nerviosa, en cómo evita mirar directamente cuando algo la hiere, en cómo sus labios tiemblan apenas cuando reprime las lágrimas.

Conozco sus gestos, sus silencios.

Y también sus mariposas.

Siempre estuvieron ahí, dibujadas en sus libretas, en los collares que usaba, en su forma de soñar. Valentine era una mariposa atrapada en un mundo de hierro. Y yo fui el imbécil que la dejó creer que podía confiar en mí.

Me recuesto en la silla de cuero, cierro los ojos y me dejo arrastrar por el recuerdo de la gala.

Su mirada.

Su vestido negro abrazando cada curva como si hubiera sido diseñado para torturarme. Los pretendientes acercándose a ella como si tuvieran derecho a admirarla. La rabia creciendo en mi pecho como un incendio. Y luego, ese momento en que nuestras miradas se cruzaron, en que el mundo se redujo a dos planetas en colisión.

Valentine.

La odiaba. La deseaba. La odiaba por desearla.

Golpeo el escritorio con el puño cerrado. El vaso de whisky tiembla, casi cae. No. No puedo permitirme flaquear. Ella no es solo un recuerdo del pasado. Es mi enemiga en el presente. Es la mujer que me destronó, que me arrebató lo que había construido.

Pero hay algo más. Algo que me quema por dentro y que no logro descifrar.

Porque en sus ojos ya no solo hay furia. Hay algo distinto. Algo que no estaba allí antes. Una sombra, una culpa que no comprendo.

Desde hace semanas lo percibo. En sus movimientos, en la forma en que se queda quieta mirando a la nada. En esas mariposas que parecen seguirla incluso en los lugares más insólitos.

No es solo odio lo que guarda. Hay un secreto.

Y lo necesito.

—Señor Blackwood —la voz de Thomas, mi asistente, interrumpe mis pensamientos al entrar con una carpeta—, aquí están los informes que pidió.

—Déjalos ahí.

Él obedece, aunque lo noto inquieto. Antes de irse, duda. —¿Quiere que investigue más sobre… la señorita Valentine?

Lo miro con severidad, mi voz baja como un cuchillo. —Quiero todo. Movimientos, llamadas, hasta lo que sueña si es posible.

Thomas asiente y se marcha. Cuando me quedo solo, abro la carpeta, pero no leo. Mis ojos se desvían a la ventana. La lluvia golpea el cristal como si la ciudad quisiera hablarme.

Y recuerdo otra lluvia.

La noche en que todo se derrumbó.

Yo había ido a buscarla. Quería explicarle, decirle que no era lo que pensaba, que la traición que vio era una mentira fabricada. Pero no me escuchó. Me dio la espalda.

Esa misma noche su hermano murió.

Aprieto los dientes. No estuve ahí. No pude estarlo. Y aunque no fue mi culpa, aunque no tuve nada que ver, el tiempo la convenció de que yo la había dejado sola.

¿Y si esa herida nunca fue solo mía? ¿Y si Valentine guarda algo más oscuro sobre aquella noche?

Sacudo la cabeza, sirvo otro whisky. No debería pensar en eso. No debería pensar en ella en absoluto. Pero la maldita verdad es que todo en mí gira alrededor suyo.

Si cierro los ojos, puedo olerla. Ese perfume dulce con un dejo amargo, como las gardenias que mi madre plantaba en el jardín. Si pienso demasiado, puedo sentirla. La calidez de su piel, el roce de sus labios, la electricidad de cada roce prohibido.

Me obligo a abrir los ojos de golpe.

No.

Valentine es mi enemiga.

Pero al mismo tiempo es mi centro de gravedad. La mujer que me arrastra incluso cuando quiero escapar.

Y eso la convierte en un peligro mayor que cualquier rival.

El reloj marca las tres y veinte. Me levanto, camino hasta la ventana y apoyo las manos en el vidrio frío. Desde aquí puedo ver las luces de Oasis Inn, brillando a lo lejos como una provocación. Sé que ella está despierta. Lo sé porque siempre lo está cuando yo lo estoy. Como si nuestras vidas siguieran latiendo en sincronía, aunque odiemos admitirlo.

—Farfallina—murmuro con un rastro de ironía en los labios—. No vas a escapar de mí esta vez.

La lluvia arrecia, y en el cristal empañado juro ver el contorno de una mariposa dibujada. Me río con amargura. Tal vez estoy volviéndome loco. O tal vez los fantasmas del pasado han decidido volver, disfrazados de alas.

Cierro los ojos una vez más. Y sé que aunque me repita que ella es mi enemiga, aunque jure que no volveré a caer… cuando vuelva a verla, no habrá fuerza en la tierra capaz de detenerme.

Porque Valentine no es solo la mujer que me destruyó.

Es la mujer que aún me pertenece, aunque ninguno de los dos lo quiera aceptar.

Y en algún rincón de mi pecho, muy adentro, sé que ella también lo sabe.




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