Perfectos Mentirosos

capítulo 15

(Perspectiva de Valentine)

La lluvia caía como si el cielo quisiera borrar la ciudad. Cada gota golpeaba los ventanales del Oasis Inn con furia, y sin embargo,aún no tengo ganas de volver a mi apartamento,asi que voy a un bar cercano a unas calles de Oasis Inn,al llegar el Barman me sonrío,ya me conoce,siento una mirada fija ,volteo y ahí...yo no podía apartar la mirada de la silueta que se formaba al otro lado del bar.

Él.

Mattheo Blackwood.

Había entrado con esa arrogancia que lo caracterizaba, como si cada paso fuera una declaración de poder, como si el mundo entero estuviera diseñado para mirarlo. Su traje oscuro se pegaba a la piel húmeda por la tormenta, y sus ojos azules—malditos ojos—me buscaron apenas cruzó la puerta.

No había escapatoria.

Lo supe en cuanto sus labios se curvaron en esa media sonrisa que siempre había sido veneno y refugio al mismo tiempo.

—Valentine —su voz me alcanzó antes que su cuerpo, grave, peligrosa, como el rugido de una bestia acorralada.

Sentí el aire comprimirse en mis pulmones. Fingí calma, crucé una pierna sobre la otra y acaricié el borde de mi copa de vino. —Blackwood. Pensé que tenías asuntos más importantes que perder el tiempo siguiéndome.

Se sentó frente a mí sin pedir permiso. La cercanía me obligó a recordar cosas que había jurado enterrar: noches en que sus dedos recorrían mi piel, promesas susurradas entre sombras, y la sensación de que, con él, el mundo podía desmoronarse y yo aún estaría a salvo.

Lo odiaba.

—No te sigo —dijo, inclinándose hacia mí con un destello de furia en los ojos—. Te vigilo. Que es distinto.

—Vigilar, seguir, controlar… siempre fuiste un experto en eso, ¿no? —mi voz tembló apenas, lo suficiente para que él lo notara.

Su sonrisa se volvió más oscura. —¿Y tú? Siempre fuiste experta en escapar.

La palabra me golpeó como un dardo. Escapar. No, no era eso. Yo no había huido: él me había dejado sola.

—Estuve sola cuando más te necesitaba —escupí, olvidando el vino, olvidando la calma. Mis dedos se crisparon sobre la mesa—. Mi hermano estaba muerto, Mattheo. ¡Muerto! Y tú… tú no estabas.

Sus ojos ardieron, como si mis palabras fueran un cuchillo hundiéndose en su pecho. Durante un instante, lo vi vulnerable, roto. Pero enseguida la máscara regresó.

Tal vez no estoy en posción de reclamos,lo sé yo hice algo peor.

—No me atrevas a culpar de eso —su voz se volvió un gruñido bajo—. Yo nunca lo hubiera permitido.

—¡Pero pasó! —mi grito hizo que un par de miradas curiosas se giraran hacia nosotros, pero me dio igual. La rabia me consumía. La culpa también. La imagen de la sangre, de la última llamada de mi hermano, de mis propias manos temblando. Todo regresaba como un torrente.

Mattheo se inclinó aún más, su rostro tan cerca del mío que podía sentir su respiración, su calor, ese magnetismo que me arrancaba el aire. —Dime que no piensas en mí cuando cierras los ojos —susurró con rabia contenida—. Dime que no sientes este maldito fuego en la piel.

El silencio entre nosotros se volvió insoportable. Y lo odié más porque era cierto. Porque aunque lo odiaba con cada fibra, aunque lo culpaba, aunque mi corazón se llenaba de rencor cada vez que lo recordaba… aún lo deseaba.

Mi garganta se cerró, mi voz salió como un hilo quebrado. —Eres la peor decisión de mi vida.

Él sonrió con amargura, con esa furia de hombre que sabe que ya ha ganado aunque lo niegues. —Y aún así… la seguirías tomando.

Un rayo iluminó el cielo, la lluvia redobló su fuerza contra los ventanales. El bar entero parecía contener la respiración, como si supiera que dos mundos estaban a punto de chocar.

Yo no dije nada más. No podía. Porque si lo hacía, cedería.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.