Matías se había recibido de periodista hacía unas pocas semanas y durante el último año había estado trabajando como pasante para una revista local bastante conocida. El sueldo era bajo, pero la promesa de que se lo duplicarían si llegaba a quedar efectivo lo había llevado a tener que despedirse casi por completo de su tiempo libre y escasa vida social.
El plazo del contrato que él y cuatro jóvenes más habían firmado cuando estaban por finalizar su último año de carrera estaba a punto de terminar. Matías era consciente de que quizás solo uno de ellos tendría la posibilidad de renovarlo.
Había estado fantaseando durante toda la semana con una felicitación por parte de su jefa y un merecido reconocimiento por haber estado trabajando más duro que sus otros compañeros. Él cumplía con esmero todo lo que le pedían. A pesar de que no le correspondía, preparaba café, atendía llamadas y redactaba notas que ni siquiera figuraban con su nombre.
Ese día, Matías estaba corrigiendo la mala redacción de un renombrado periodista cuando todos los pasantes fueron convocados a la oficina de Viviana Guzardo, jefa de redacción.
No era el único que intentaba disimular su nerviosismo. Una de sus compañeras había comenzado a raspar el esmalte saltado de sus uñas y otro de los periodistas se mordía el labio con el ceño ligeramente fruncido.
Los cinco parecían petrificados tras la puerta cerrada de la oficina, donde posiblemente se daría a conocer el nombre del afortunado que conservaría su empleo con el consecuente despido de los demás.
Matías quería independizarse. Deseaba poder mudarse de la casa de sus padres, donde vivía con sus tres perros y sus dos hermanos menores. Para lograrlo, era necesario ganar un sueldo suficiente con el cual poder costear sus gastos personales y pagar un alquiler.
Como nadie parecía reaccionar, Matías se armó de valor y golpeó tres veces la puerta de madera. Un instante después, Guzardo, con su voz grave de fumadora, les indicó que podían entrar.
—Los cité a todos acá, para agradecerles por haber trabajado con nosotros. Quisiera pedirles a Matías y a Gastón que se queden un momento. Los demás pueden pasar por tesorería para retirar el cheque por los días que trabajaron este mes. Para todos habrá una carta de recomendación ya que han tenido un excelente desempeño —dijo sin rodeos la mujer de mediana edad detrás de un escritorio cubierto con papeles desordenados.
Matías no pudo evitar sonreír ante la idea de que lo hubiesen escogido para el puesto e intentaba elaborar en su mente las palabras adecuadas para agradecer la oportunidad que le brindaban.
Después de que sus compañeros se retiraron, ella les explicó que podían continuar con la pasantía durante dos meses más y que, quizás, alguno de ellos podría efectivizar su puesto en cuanto regresaran de los destinos que les serían asignados si aceptaban.
La sonrisa de Matías se esfumó en ese mismo instante. Conservar su empleo en las mismas condiciones que antes durante un par de meses más significaba solo una victoria a medias. Seguirían cobrando la mitad de un sueldo normal y tan solo pospondrían un poco más la tensión de no saber qué les depararía su situación laboral cuando terminara ese lapso de tiempo.
—Necesito dos cronistas para el verano. Uno va a ir a la costa y otro a la Cordillera en busca de notas de interés público —dijo la jefa de redacción observando primero a Gastón y luego a Matías—. Serán acompañados por un fotógrafo pasante.
Tras una pausa continuó:
—Gastón, te sugiero elegir la costa. Con tus ojos azules y la piel bronceada no va a ser difícil que consigas notas en Mar del Plata. Matías, podés ir a Caviahue-Copahue. Allí hace frío todo el año, incluso en enero, por lo tanto, vas a tener que llevar abrigo. Pueden redactar todo tipo de notas e incluso es posible que algunas se publiquen firmadas con sus nombres en la próxima edición.
Ambos querían conservar su empleo y por eso ninguno de los dos se atrevió a mencionar lo incómodo que resultaba tener que realizar un viaje imprevisto. Habían pasado la primera prueba al aceptar con sumisión cumplir la voluntad de los poderosos. A pesar de todo, Matías optó por intentar relajarse. Centró sus pensamientos en las ventajas de un viaje gratis, en sus primeras notas firmadas y en las cosas que podría comprar si le duplicaban el sueldo.
Esa noche, mientras iba en el colectivo que lo llevaba a su casa, buscó en Google desde su celular y encontró algunas imágenes del lugar que le habían asignado. Se trataba de un municipio del departamento de Ñorquín, situado al noroeste de la provincia de Neuquén, que tenía poquísimos habitantes y un paisaje precioso. Estaba construido en torno a un volcán activo, rodeado de lagos, bosques y montañas. Reflexionó con preocupación que a menos que el volcán entrase en actividad, tenía muy pocas posibilidades de redactar noticias relevantes.
No podía negar que la idea de viajar y de conocer las montañas lo emocionaba un poco. Se preguntó si podría conocer la nieve en esa época del año. En Capital no nevaba y si alguna vez había ido de vacaciones a las montañas, fue cuando era demasiado pequeño como para recordarlo.
Su madre lo ayudó a armar la valija, sin dejar de despotricar contra su trabajo explotador y de recriminarle que lo mejor sería que buscase alguno mejor. En el fondo, sabía que tenía razón, pero su pequeño sueldo le había permitido darse lujos que nunca antes se había podido costear y conocer el mundo era un sueño que hasta ese momento ignoraba poseer.
El día de la partida llegó junto con una tormenta de verano y Matías se preguntó si el vuelo se retrasaría a causa del mal tiempo. Afortunadamente no fue así.
Le habían dado un presupuesto ajustado para que pudiese gastar por día, por lo que desistió de la idea de tomar un café mientras aguardaba en el aeropuerto. También le habían dado los pasajes de ida y vuelta y la dirección del hotel en donde se hospedaría y comería tres comidas al día.
#16586 en Fantasía
#6473 en Personajes sobrenaturales
#2117 en Paranormal
romance juvenil y humor, misterio drama y suspenso, amistad problemas curiosidad diferentes
Editado: 14.08.2022