Periodista paranormal

Capítulo 2: La dama de blanco

El bar estaba casi lleno y el sonido de la música convertía las conversaciones en meros murmullos. Matías tardó algunos minutos en encontrar a Rodrigo con la mirada. El regordete fotógrafo se había levantado de su asiento y lo saludaba con la mano en alto.

Sonrió y se dirigió a la mesa donde estaban sus compañeros que también habían estado trabajando como pasantes. De una decena de estudiantes y jóvenes recién recibidos, ellos cuatro eran los únicos que habían sido efectivizados como periodistas o fotógrafos. Los demás no habían tenido tanta suerte y habían perdido sus empleos.

En ese momento a Matías no le preocupaba demasiado la suerte de los demás. Estaba muy feliz por sus logros. Consideraba que si ellos cuatro habían sido seleccionados era porque realmente eran mejores que el resto. No es que fuese arrogante o presumido, pero se había esforzado mucho en buscar noticias en los sitios a los que lo enviaban. Había encontrado o por lo menos sembrado los hechos sobre los que necesitaba escribir. Sus crónicas, respaldadas por las fotografías de Rodrigo, rozaban lo fantástico y se habían convertido en un éxito. Incluso su jefa les había permitido llevar su propia columna sobre fenómenos inusuales. Partiría en un par de días junto a Rodrigo a cubrir notas cerca de las Cataratas y esperaba contar con la misma suerte que habían tenido hasta ahora.

Se sentó junto al fotógrafo y saludó a Gastón y a Florencia, quienes estaban del otro lado de la mesa. Ahora que los cuatro tenían un trabajo estable, Gastón había dejado de representar una amenaza para Matías y la relación entre ellos era mucho más distendida.

Hacía solo un mes Gastón había sido asignado como cronista en la costa mientras que el destino de Matías fue un pueblo olvidado en medio de la cordillera. Todo el mundo sabe que para la prensa es mucho más rentable la playa que las montañas. Si no hubiese sido porque Matías tuvo la fortuna de toparse con el Compallhue, aquel extraño monstruo del volcán, en lugar de estar celebrando en aquel bar de Recoleta, estaría intentando conseguir un nuevo empleo.

Una camarera pelirroja por elección les preguntó qué iban a pedir y optaron por una jarra de cerveza para compartir. Los precios eran bastante altos, pero ahora que tenía la seguridad de un sueldo fijo, decidió que podía permitirse algunos lujos de vez en cuando.

Matías le regaló una sonrisa a la camarera. Ella, ignorando sus intentos de coqueteo, le lanzó una mirada seductora a Gastón y se perdió de vista en medio de un montón de gente que se movía guiada por la música.

Pasaron la siguiente hora conversando de nimiedades y compartiendo algunos tragos. En un momento de la noche, Rodrigo sacó su cámara digital para enseñarles una imagen que había capturado. En la pantalla se podía observar una fotografía que había tomado poco antes de entrar al bar. Se apreciaba en sepia la silueta de una joven de pie frente al antiguo cementerio. Florencia, que tenía el ojo entrenado en ese arte, le hizo algunos cumplidos por el juego de luces y sombras. Rodrigo intentó convencerlos de que se trataba de la mismísima Dama de Blanco, pero todos terminaron riendo, incluso él.

Aunque la fotografía de Rodrigo había despertado más risas que miedo, Matías no pudo evitar sobresaltarse cuando alguien apoyó la mano sobre su hombro. Giró sobre el asiento y su mirada se encontró con los castaños y encantadores ojos de una joven. Era preciosa. Tenía el cabello rubio y largo, algo que la hacía parecer una sirena recién salida del agua. Le sonreía con los labios rosados en forma de corazón.

Antes de que Matías pudiera reaccionar, la joven habló con una voz dulce y tímida.

—Disculpen. No pude evitar escuchar su conversación. ¿Son periodistas?

Todos en la mesa repararon en ella. Un leve rubor cubrió sus mejillas y retiró su mano del hombro de Matías. Él se apresuró a responder antes que los demás, pues era consciente de que cuando de chicas se trataba, no podía competir con Gastón, su cuerpo de atleta y su rostro de galán de telenovela.

—No, quiero decir sí. Gastón y yo somos periodistas, Florencia y Rodrigo son fotógrafos.

Sintió cómo sus palabras salían algo torpes de sus labios. Parecía haber pasado una eternidad desde la última vez que había hablado con una muchacha guapa. El último año había estado tan compenetrado en conseguir efectivizar su puesto que aquella noche era la primera vez que salía en mucho tiempo.

—¡Qué interesante! Nunca había conocido a nadie que trabajase en los medios. No quiero parecer metida, pero escuché que estaban hablando sobre la Dama de Blanco. Soy de la zona y escuché varias historias que circulan sobre ella y el cementerio. Si quieren, puedo contarles, mientras espero a que me devuelvan a mi amiga —dijo señalando con la mirada a una pareja que se besaba con pasión en un rincón apartado.

—¡Sería genial! Sentate, si querés. Te invito un trago. Soy Matías, por cierto —se apresuró a añadir el joven periodista tomando una silla de la mesa contigua.

—¡Gracias, Matías! Me dicen Ru —. Mientras tomaba asiento le dedicó una sonrisa capaz de derretir glaciares enteros.

El joven se sentía en la gloria por haber monopolizado la atención de Ru. Ella realmente conocía bien la historia de la Dama de Blanco y, aunque solo parecía estar interesada en hablar con Matías, todos escucharon sus relatos.

Ru contó diferentes versiones de la leyenda que había circulado durante siglos en torno a la misteriosa dama, pero todas concluían más o menos de la misma manera. Una preciosa joven vestida de blanco se acerca a un joven solitario con quien pasa la noche bailando y tomando algunos tragos. El galán le ofrece su abrigo para que no tenga frío. Luego, la acompaña hasta su casa y ella promete devolverle el saco al día siguiente. Cuando el enamorado vuelve a la casa de la joven, la madre de ella le explica que su hija falleció hace tiempo y que está enterrada en el cementerio, en la bóveda familiar. El joven corre al panteón desesperado y allí encuentra colgado su saco.




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